“Bajar es más fácil que subir”. Eso es lo que piensan los empleados de un banco, ante la desaparición del director de recursos humanos, Ariel Junquera, mientras corría una maratón de alta montaña. Emma Dorá, una joven filósofa lectora de Clarice Lispector, ha sido seleccionada, junto a otros, para ser parte del nuevo management de un Banco público recientemente privatizado. Una de las secretarias, de lengua viperina, sentencia: “Parece que la chica invisible hasta la oficina propia con ventana a la calle no para…” El entrenamiento corporativo implica sobreponerse ante la adversidad y rendir bajo alta presión. Y no todos estarán dispuestos a entregar el cuerpo y el alma para cumplir con las exigencias que impone el lenguaje corporativo. En La Convención (Corregidor), novela de Débora Mundani que se presentará el próximo jueves a las 19 en la Casa de la Lectura (Lavalleja 924), junto a Ángela Pradelli y Juan Mattio, la escritora destripa con una saña exquisita el imaginario del éxito y la carrera empresarial como una trampa donde es más probable la caída que el triunfo.
“Siempre me llamó la atención la lógica del mundo corporativo. Este banco tiene una cualidad particular: es una empresa mixta que representa por un lado los intereses del Estado, pero por otro tiene un management privado, con lo cual ahí hay dos lógicas que se cruzan. Y eso va a hacer que tenga una química explosiva. Del mundo corporativo me llama la atención el entrenamiento para poder sostener ese tipo de lógica. Si bien es un poco casual que la novela esté saliendo ahora –porque la empecé a escribir en 2008 y la terminé un año después–, hay muchas similitudes entre la forma de gestionar hoy un país con esta lógica que vemos en las empresas. Y no hablo de gobernar, que no es lo mismo”, plantea la escritora en la entrevista con PáginaI12. “Muchos de quienes se han entrenado en el mundo de la gestión corporativa luego han pasado a la función pública. Yo no sabía que en el país iba a pasar esto tantos años después de haber escrito la novela. Pero sí estaba claro cómo se iba delineando un perfil, sobre todo si pienso en cómo era la forma del trabajo varios años atrás. La propia estructura empresarial cada vez fomenta más la competencia y las rivalidades. En esta novela, el ojo lo puse particularmente en el área de recursos humanos”, agrega Mundani.
–¿Vio la película Recursos humanos?
–Sí. Un cine que me gusta muchísimo es el cine inglés que retrata lo que fue la política de Margaret Thatcher, que podríamos vincular directamente con nuestra realidad nacional, todo el proceso del cierre de las minas. Me parece de terror que sean llamados recursos humanos. La quieren pilotear con la palabra “recursos”, pero las áreas de recursos humanos son las policías de las empresas. Por más que quieran hacerte creer que el mundo puede ser un poquito más bello, no podés representar los intereses de los empleados y de la patronal al mismo tiempo.
–¿Cuál es la diferencia entre gestionar y gobernar?
–Cuando gestionás una empresa privada, lo hacés por el patrimonio de equis cantidad de personas. Aunque la palabra gestión ha pasado al ámbito gubernamental, no deja de estar pensada desde la lógica de la eficiencia y también de la rentabilidad. La gestión cultural no siempre está pensada en términos de rentabilidad económica, pero sí en términos de eficiencia. Y yo creo que lo que se pierde de vista es cuál es el interés colectivo. Gobernar es gobernar para mayorías. El primer destinatario de la gestión es el accionista. En el banco inventado de mi novela, si bien no hay escenas en donde uno vea el directorio, todo lo que sucede está armado para después poder rendirle cuentas al directorio. Una buena gobernanza tiene como destinatario el pueblo.
–¿Por qué decidió cruzar en La Convención la historia del banco con la desaparición de uno de sus gerentes, el gerente de Recursos Humanos, mientras corría una maratón de alta montaña?
–En el mundo en que vivimos cada vez se fomentan más las prácticas individuales. Aunque aquellos que corren se sienten acompañados, por los que están corriendo a la par o por los que después los aplauden en Facebook o en cualquier red social, pareciera que se corre con otros que están alentando. Ahí hay puesta una fantasía que viene a compensar el modo en que vivimos con las exigencias y las pruebas. Cuántas pruebas estamos dando todo el tiempo que las interiorizamos de tal manera que incluso en el supuesto tiempo de ocio de nuestras vidas reproducimos esa misma lógica del ponernos a prueba, superarnos, como dice el filósofo coreano Byung-Chul Han, esta falsa idea de que al ser administradores de nuestra propia vida nos exigimos más que un patrón. Y le pedimos al cuerpo más de lo que puede dar; exigimos a nuestros cuerpos que puedan permanentemente dar más. Cuando uno se va metiendo en el mundo de los deportistas de alto riesgo, con maratones con más metas, más kilómetros, más dificultades, con terrenos adversos, te das cuenta de que en la carrera profesional en un banco o en una empresa muchos viven experiencias similares, como ponerse de meta llegar a ser director, que aparte llega uno o dos de 500 empleados.
–La Convención es la historia de una caída, porque no es solo el director de Recursos Humanos el que cae, sino que caen varios más. ¿Por qué quiso escribir la historia de una caída?
–Que haga la mejor carrera profesional, que llegue a presidente, no creo que sea un éxito, sobre todo por el costo que tiene. Para llegar ahí, en el medio tenés que transar tanto, que es lo que le termina pasando a Junquera, que se equivoca de camino. A mí me gustan mucho las historias de derrotados; todos llevamos grandes o pequeñas derrotas encima. Me interesa la figura del consultor porque muchos que trabajaron en el mundo corporativo una vez que han perdido su lugar en ese mundo se reciclan en forma de consultores, que es como no haber aceptado la derrota, ¿no? El que supuestamente es tildado de perdedor es un empleado del área de tarjetas, un tipo común y corriente que cada vez que puede hace trucos de magia y trata de llevarse bien con sus compañeros de laburo. Para mí ese es un personaje entrañable. La mayoría de los empleados de una empresa son comunes y corrientes, el gran problema son los que se creen los elegidos. Si te eligen en el mundo corporativo, sospechá y cuidate, porque seguro que te van a pedir mucho a cambio. Eso es lo que le pasa a Emma Dorá, que no termina de convencerse de si está bueno que la hayan elegido para esa carrera por la gerencia.
–Hay un momento en que la propia novela parece cambiar de género, cuando sucede la convención en Mar del Plata y aparece un striper. En ese momento, parecería que se pasa a lo grotesco y absurdo. ¿Está de acuerdo con eso?
–Sí, pero también es muy posible. Esa es la parte más siniestra de la cuestión. Tiene que ver con la sumisión, y ni hablar del machismo, capítulo aparte. Si todo esto ocurriese hoy, le hacen una demanda por violencia de género. Pero la novela transcurre en el 2008, momento en que esa figura todavía no existía. El entrenamiento consiste en interiorizar el poder, cómo es el poder adentro de las empresas. Entonces las convenciones son muy buenos laboratorios para ver realmente cómo se juegan las cartas en una empresa, cuánto estás dispuesto a hacer y cuánto no. Los hombres y las mujeres tienen que entrenar el “sobreponerse”; por eso está tan presente allí la palabra sobreponerse: pase lo que pase, hay que seguir. Los cuerpos empiezan a reaccionar y ahí pensé en (Georges) Bataille y en la idea del potlatch o del gasto improductivo: las fiestas son derroches que van a pérdida. ¿Hasta dónde pueden los cuerpos? Por eso aparece la figura del corredor.
–¿Por qué entre los personajes que trabajan en el banco eligió que Emma Dorá fuera una filósofa?
–Ella podría haber sido también una estudiante de Antropología, de alguna carrera de tipo humanística. Lo que me interesa de Emma es esa disputa interna de quedarse en ese mundo, al que si ella tomaba la decisión pertenecía, o dejarlo.
–Pero ella no quiere pertenecer a ese mundo, es “la mujer invisible”, como la llaman.
–Pertenecer no quiere, pero cada vez se le hace más difícil decir que “no”. Son las reglas del juego: hay un momento en que decir que “no” es irse. Cuando a ella le ofrecen hacer la formación para el programa gerencial, no tenía opción de decir que “no”. Ahí los directivos de la empresa eligen a 50 personas; un poco se pregunta por qué la eligen, pero no tenía mucho margen para decir que no.
–Emma es invitada por un grupo de compañeros del Banco para ir a la Plaza de Mayo, a la protesta del campo en contra de las retenciones, y ella recuerda que ha estado en esa plaza en otras protestas y que a esa no iría. ¿Por qué eligió ambientar la novela en 2008?
–El año 2008 es uno de los hitos de la historia reciente. A Cristina (Fernández de Kirchner) la terminamos de conocer con el conflicto con el campo, cuando también se empieza a visibilizar la gran polarización. En 2008 había un contexto internacional muy interesante para ubicar el mundo de los bancos, porque fue el tiempo de la llamada “burbuja inmobiliaria”, que al mundo financiero argentino no afectó, pero los bancos argentinos lo tomaron como una muy buena excusa para ajustar. Fue un momento, además, en que en distintos bancos se produjeron despidos. Por otra parte, la presidenta del banco, en mi novela, es una mujer. Me interesaba plantear distintas versiones de mujer. Lo que pasaba en el banco de mi novela fue, aunque corrida en el tiempo, una especie de fiesta menemista. El gerente que hace la presentación en la convención pierde de vista que él representa los intereses del Estado y se va al demonio cuando empieza a insultar a la presidenta y cuando quiere hacer el chiste de que “el campo somos todos”.
–¿Investigó mucho para escribir la novela?
–Investigué un poco y conozco bastante porque trabajé en distintos bancos: el Deutsche Bank, hasta que fue comprado por el Banco Boston; yo trabajé en el Boston hasta la crisis de 2001 y finalmente lo hice en el Banco Hipotecario. Nunca trabajé específicamente en Recursos Humanos, pero sí en distintas áreas, como en Comunicación o en Publicidad. En la novela, me interesaba poner el foco en las áreas comerciales, porque la otra historia que no está contada es la de las áreas operativas. Y cuando uno piensa en las áreas operativas ahí tenemos grandes maestros en la literatura. Digo uno solo: (Franz) Kafka; él ya contó lo que era el mundo de la burocracia. El mundo comercial realza las miserias más profundas. Los personajes de Kafka ya entraron perdiendo. En el mundo comercial uno cree que el destino es ganar. No hay otro destino. Esa es la gran trampa del que entra al mundo comercial: pensar que su destino es ganar.
–En un momento de la novela se desliza que Emma vive en la “periferia” por el hecho de tener un departamento tipo casa en Boedo. ¿En este mundo además de ser hay que parecer?
–Sí, el producto principal que ofrece el banco de la novela son los créditos hipotecarios y está la fantasía de que cuando uno saca un crédito hipotecario puede elegir dónde vivir. A Emma le recriminan esa actitud que tiene, un poco a pesar de ella y otro poco de la que se hace cargo, de invisibilidad. Para sus compañeros de trabajo, para las secretarias, que son personajes fundamentales, ella es como una amenaza porque no la terminan de ubicar. El competitivo, de última, sabés que te quiere cagar el puesto. El problema es cuando no sabés qué quiere el otro. Con todo lo que pasa en el mundo del trabajo, que además se pueda trabajar es un milagro, ¿no? Pareciera que es un objetivo secundario y que toda la energía está puesta en la rosca, que aparte es una rosca infructuosa que no te lleva a ningún lado. Cuando uno está en empresas que “cotizan” para el afuera, la rosca tiene sentido, como si el afuera te pidiera rosca. Además, hay mucha gente que le parece seductor estar cerca del poder. Los empodera. Otros tienen en cuenta cuál es el costo de estar cerca del poder.
–Emma quiere trabajar y no ser demasiado visible, pero estamos en un mundo en el que si no sos visible no existís. ¿Por qué quiso explorar la necesidad de invisibilidad de Emma?
–A ella lo que le están pidiendo es que se muestre. Cuando le hacen unos test, una batería de estudios, le da como resultado que su gran falla es que no tiene marketing personal. Estamos viendo en un mundo que te cuestiona el hecho de no tener marketing personal. Esto excede el mundo de los bancos y de las corporaciones. A las escritoras y escritores también nos están mirando y si uno no tiene presencia en redes o no sabe exponerse, inclusive si no ponés el cuerpo y no estás en los lugares donde deberías estar circulando, entonces no existís. Me parece que lo que tiene que hablar por mí es lo que escribo. Por supuesto, uno puede decir lo que piensa en una entrevista y demás, pero el otro juego nos exige poner el cuerpo, ser seductores, ser carismáticos… Imaginate si todos fuésemos carismáticos, estoy segura de que sería un mundo insoportable. Un poco vamos camino a un mundo insoportable en las redes sociales.