Se ha llamado "el Picasso ecuatoriano". Este viernes se cumplen 99 años de su nacimiento. Oswaldo Guayasamín (1919‑1999) expone en Rosario. En 1975 la portada de la revista mexicana Siempre publicó su retrato del Che Guevara como "El nuevo Quijote de América". Una impresión sobre lienzo de aquel retrato es la pieza central de su exhibición en la nueva sala de la planta alta del Museo de la Memoria (Córdoba y Moreno), inaugurada a mediados de junio, el día en que Ernesto "Che" Guevara hubiera cumplido 90 años. Además de ella y de bocetos y dos óleos en honor al militante revolucionario argentino fusilado en Bolivia en 1967, la concurrida exposición reúne dibujos, óleos y acuarelas de su serie "La ternura" (1988‑1999). Es una oportunidad, hasta el 15 de julio, de encontrarse con el aura de los originales de imágenes muy conocidas, y conocer otras nuevas.
"Mientras vivo siempre te recuerdo" o "tercera sinfonía" son otros de los títulos de esta serie que Guayasamín dedicó a su madre, Dolores Calero, quien lo alentó a seguir su vocación artística pese a la oposición paterna. La muestra, titulada "De la inocencia a la ternura", fue organizada por la Fundación Guayasamín, el Museo de la Memoria y la Secretaría de Cultura municipal en el marco del programa 90 veces Che. La sala renovada de la planta alta da un espléndido marco a estas obras. Consideradas entre lo mejor del arte latinoamericano, son casi todas composiciones de dos figuras humanas enlazadas por el abrazo. El centro de atención es un rostro femenino que combina los rasgos entre españoles y quechuas de la madre mestiza con una cara de luna, de inquietante parecido con la segunda esposa del pintor (Luce DePeron Tcherniak, autora de una polémica biografía).
Con el objeto de evitar que su obra se dispersara, Guayasamín creó la Fundación Guayasamín en 1976 junto a los hijos de su primer matrimonio con Maruja Monteverde. Dos de ellos, Pablo y Berenice, vinieron a Rosario como curadores para poner a punto esta muestra de excelente calidad plástica y museográfica. Cabe destacar el diseño expositivo de Rodolfo Perassi y el montaje e iluminación por Juan Perassi y Matías Laino, que crean un ambiente amable de recorrer donde al mismo tiempo se conectan entre sí las diversas zonas, y las distintas intensidades de luz acompañan los tonos de las obras.
El autor de "El camino de llanto" y "La edad de la ira" (sus dos "sinfonías" o series anteriores, dedicadas a denunciar la opresión de los pueblos indígenas y los crímenes contra la humanidad del siglo XX) emprende en su última década de vida la realización de estas obras de temática más intimista, no por ello menos comprometidas con las causas humanistas: uno de los dibujos está dedicado a las Madres de Plaza de Mayo.
Muralista discípulo de José Clemente Orozco, Guayasamín absorbió como todo buen pintor y dibujante moderno los esquemas compositivos del arte bizantino y renacentista, sobre todo las Madonnas y Pietás.
Pero su cosmovisión es secular, no religiosa. Y como todo buen artista moderno, desarrolló un lenguaje propio. En los grandes ojos y las manos de dedos espatulados alienta una tensión expresionista; la flacura de los cuerpos puede leerse como estilización o denuncia del hambre de los pueblos. Los rostros, de una síntesis primitivista, ostentan el ambiguo toque surrealista de unos labios divididos, como mostrando al mismo tiempo el beso de dos perfiles o el frente de una única figura. La fragilidad de la cría humana es evocada en las figuras dobles de madre e hijo, donde el cuerpo protector y nutricio de la madre enmarca y rodea al del niño, con expresión amorosa, como abrigándolo; para las escenas de parejas o amantes elige duplas más simétricas. El grado de abstracción de la figura es tal que la representación se convierte en campo de experimentación con el color, las formas y los materiales. De las gamas delicadas de azules pasa al contraste entre complementarios o a la modulación de tintes cálidos.
Guayasamín expuso por primera vez en Argentina en 1946. Hubo un tiempo, entre los años '60 y los '80, en que sus rasgos de estilo eran imitados hasta el hartazgo en la Facultad de Bellas Artes de Rosario. No sería improbable una influencia (consciente o inconsciente) sobre los dibujos del Negro Fontanarrosa. Con parecido repertorio de formas, los dos son expresionistas, cada uno a su modo: en el segundo, una intención cómica reemplaza al patetismo de la ira o de la ternura.
La historia detrás de estas enternecedoras obras es una mezcla de luces y sombras. Según cuál biografía se consulte, se encontrará al niño que preparaba sus primeras témperas con la leche de su madre o al marido golpeador de la madre franco‑belga de sus tres hijas artistas.