La tercera fue la vencida: Andrés Manuel López Obrador es el presidente electo de México, tras una campaña en la que encabezó las encuestas de punta a punta y arrasó en votos en casi todo el territorio nacional. No pudo el PRI, como hizo a principios de siglo, relevar en el PAN el poder político a la espera de poder contrarrestar la creciente influencia de AMLO. Por eso ahora el histórico partido mexicano, omnipresente durante gran parte del siglo XX en diversas variables de gobierno, entrará en una profunda crisis, tras un gobierno de Peña Nieto que será tristemente recordado: los 43 de Ayotzinapa, el Gazolinazo, la creciente pobreza y desigualdad, el desaire de Donald Trump en público por un muro que el priista nunca llegó a condenar del todo y una lista que sigue.
AMLO desplegó un repertorio que en política suele dar buenos resultados: la persistencia. Emuló el camino de Luiz Inácio Lula da Silva en eso –el brasileño perdió tres elecciones antes de llegar a Planalto; el tabasqueño dos, ambas sospechadas de fraude por la comunidad internacional– pero también en un notorio corrimiento al centro político. ¿Anula eso que Morena, su propio partido fundado tras su salida del PRD, tenga un programa profundamente transformador? En absoluto. La tensión estará puesta entonces en su capacidad de maniobrar en una economía fuertemente transnacionalizada, dependiente del TLC con los EEUU de Trump, y también en el manejo de la grave situación social y de seguridad. Tendrá que tomar de Morena su ideario radical, de ir a la raíz de los problemas, tal como sentenció en su cierre de campaña en el mítico Estadio Azteca, allí donde Diego Armando Maradona levantó la Copa del Mundo en 1986.
La historia guardará para siempre aquella foto de fines de 2006, cuando AMLO se puso simbólicamente la banda de presidente ante el escandaloso fraude consumado por Fox y Calderón, ambos del PAN. Antes habían intentado inhabilitarlo por los logros que había conquistado en su gestión en la Ciudad de México: baja tasa de desocupación (4.25%), disminución de la tasa de homicidios (de 9 a 7 por cada 100 mil habitantes), y una creciente inversión social, destinada a programas de pensión para jubilados, comedores comunitarios, becas para jóvenes y nuevas universidades públicas. Otro de los desafíos de AMLO será poder demostrar parte de esos logros en un México arrasado por la desigualdad, la violencia y el narcotráfico: para ello lo eligieron mayoritariamente los jóvenes, siendo el candidato más veterano de los que competía.
Por último, el triunfo de AMLO pone un parate contundente a la teoría de “fin de ciclo” de los gobiernos nacional populares, progresistas y de izquierda en la región. El propio Peña Nieto era divulgador del “no hay alternativa” a las políticas neoliberales, ortodoxas, en una línea discursiva que luego tomaron Macri y Temer. La historia está demostrando, ante nuestros ojos, que los propios mexicanos si han aportado a una alternativa -veremos su profundidad al andar- para salir del actual estado de cosas. Por eso ni siquiera caló la campaña de “con AMLO México será Venezuela”: ¿cuánto se puede asustar con un afuera complicado cuando adentro los traumas son similares o incluso mayores?.
AMLO, el persistente, llegó a Los Pinos doce años después, en una América latina que no es la misma. ¿Ayudará su elección a la creación de una “nueva oleada continental”, al decir de Alvaro García Linera? Es la pregunta que hoy se hace tanto la izquierda como la derecha continental. Con persistencia, podrá suceder.
* Politólogo UBA / Magister en Estudios Sociales Latinoamericanos