Cada cuatro años, durante un mes, el mundo no habla de otra cosa que de fútbol. Para muchos, el Mundial es el evento más hermoso que se pudo haber inventado. Noticieros que transmiten en vivo y en directo 24 horas sin descanso; periodistas que discuten las tácticas que el seleccionado argentino debe emplear; cualquier rumor sirve como chispa para alimentar el fuego del espectáculo a toda hora; 45 millones de directores técnicos diagraman la estrategia de turno. Nada puede salir mal. El deporte se vuelve mercado, los jugadores vedettes y la pelota se maquilla y se viste con plumas. Como los productores de noticias descubrieron hace tiempo que los escándalos venden, basta con que la redonda no ingrese en el arco rival para que se encienda el cartel luminoso del show y los estudios televisivos se tiñan de rojo. 

Sin embargo, el Mundial puede servir para aprender. ¿Para aprender qué? Por ejemplo, para saber por qué Francia –el último rival de turno– está plagado de súper estrellas morenas o bien, mejor aún, para conocer la historia social y cultural del país anfitrión. Para desmenuzar el “exotismo ruso” que irremediablemente asocia al país de la superficie más extensa del mundo con lo arcaico, el atraso y la melancolía, nadie mejor que Martín Baña. Es doctor de la Universidad de Buenos Aires, historiador e investigador del Conicet. Aquí, cuenta de dónde provienen estos estereotipos, desmenuza las raíces orientales de Rusia y explica por qué, en la actualidad, los monumentos de Lenin y compañía se asfixian entre las publicidades de un capitalismo reverdecido.  

–¿La imagen que brindan los medios sobre Rusia ayuda a comprender su historia o solo contribuye a reforzar un estereotipo sobre el país y sus habitantes?

–Los medios reproducen un estereotipo que ha circulado históricamente sobre Rusia. El país es pensado como “el otro cultural” más cercano a Europa; una nación que proyectaba todos los males que encarnaba el propio continente. Así, se constituyó como el lugar del atraso y de la barbarie; en efecto, la idea de un “alma rusa” con estas características es muy común en nuestros días.

–Un discurso esencialista y romántico...

–Por supuesto. Y que conlleva efectos en las realidades concretas; de hecho, si nos preguntan cómo nos imaginamos a los rusos enseguida decimos que son depresivos, fríos y con una marcada tendencia a la melancolía. Una imagen que se edificó a partir de su literatura –mediante autores como Fiódor Dostoievski o Nikólai Gógol– pero que, por caso, no tuvo en cuenta a la música. Si se hubiera construido a partir de sus ritmos y sus bailes, por el contrario, tendríamos una representación totalmente diferente acerca del país y sus habitantes, mucho más alegre y divertida. 

–De modo que cuando los argentinos viajan a Rusia solo confirman el prejuicio que llevan junto a sus valijas. 

–Tal cual. Es la misma experiencia que ocurrió con muchos viajeros y diplomáticos reconocidos que, en vez de dejarse sorprender y aprender acerca de una cultura y una sociedad riquísima, utilizaron el viaje como un pretexto para reafirmar los estereotipos y las etiquetas sobre lo desconocido. Y de paso, también, robustecer la identidad propia. 

–¿La idea de asociar a Rusia con lo arcaico y lo exótico tiene que ver con un vínculo directo con lo oriental?

–Rusia tuvo en su pasado, entre los siglos XIII y XV, una invasión mongola con predominación tártara y muchos pensadores se aprovecharon de este fenómeno para señalar que parte de la barbarie que existía en el país se debía a esta influencia. Lo que aún significa más, algunos historiadores intentaron explicar el comportamiento de Lenin por sus rasgos calmucos (pueblo oriental). Así es cómo se va construyendo el prejuicio y no permite advertir los múltiples puntos de contacto que existen con los europeos. No puede pensarse a Rusia sin Europa ni a Europa sin Rusia.

–La propaganda de Estados Unidos, durante la Guerra Fría, también contribuyó a demonizar a la nación rusa.

–Efectivamente. Ya en el siglo XIX, la intelligentsia local sufrió una depresión considerable que la llevó a reflexionar sobre el lugar que ocupaba la nación en el mapa mundial. En este sentido, emergieron dos líneas de pensamiento orientadas a quebrar la mirada negativa: los “eslavófilos”, que pretendían concentrar las fuerzas en la propia Rusia y su raíz eslava para revertir su situación; y, por otra parte, los “occidentalistas”, que buscaban resolver los problemas internos a partir de las recetas que ofrecía Europa. Más adelante, en el siglo XX, con la Guerra Fría, el comunismo encarnó todos los rasgos negativos que cualquiera pudiera imaginar.  

–Sin embargo, aunque la Unión Soviética no existe desde 1991 y el capitalismo ha conquistado el territorio hace más de veinte años, el turismo se sorprende cuando junto a una estatua de Lenin se observan publicidades de todo tipo y color...

–Ello sucede porque se piensa en Rusia como a una isla gigantesca, una civilización fantástica y exótica. No obstante, incluso en los tiempos de mayor aislamiento de la Guerra Fría, también existían contactos con el resto del planeta. Tanto es así que intercambiaban vodka por botellas de Pepsi y empleaban motores de EE.UU. para sus tractores y mejorar el rendimiento de sus campos. La propia Argentina mantuvo conexiones con la URSS durante la última dictadura cívico-militar, a partir del comercio de trigo. Por otra parte, toda la teoría de la no violencia que desarrolló Gandhi contra el imperio británico fue inspirada en los textos de León Tolstói, del mismo modo que las contribuciones de Dostoievski tuvieron un peso medular en la filosofía del existencialismo francés. Con la disolución de la URSS en 1991 el ingreso del régimen capitalista fue obsceno, pero hay que recordar que el primer local de comidas rápidas ya existía previamente. El contacto es mucho más intenso de lo que usualmente se piensa. 

–De cualquier manera, el ingreso y la consolidación del capitalismo no elimina la cultura comunista.

–Es muy difícil borrar de las mentes de las personas 70 años de historia que, además, incluyen algunas victorias significativas como la derrota de los nazis, el envío del primer ser humano al espacio y la industrialización de un país atrasado y analfabeto. Ello se conjuga con una política activa del gobierno actual que se propone recuperar ciertos elementos de ese pasado soviético, aunque tiene bien en claro que ya no hay lugar para un régimen de esas características. Incluso, hay una frase muy ilustrativa que se le atribuye a Putin: “El que no extraña a la Unión Soviética no tiene corazón, pero el que la quiere volver a instalar no tiene cerebro”. 

–¿Y la Revolución de 1917 cómo es recuperada por el gobierno?

–Rusia fue el sitio donde se desarrolló la primera revolución anticapitalista que triunfó en la historia humana. Sin embargo, actualmente este hito no es tan recuperado como los momentos dorados de la URSS madura que comentaba recién, por el simple hecho de que cualquier revolución equivale a caos y en 2018 es resignificada como una lucha entre hermanos (el ejército rojo y el blanco). En la actualidad, los rusos se aferran al orden para cultivar una imagen de grandeza nacional. De hecho, el año pasado se cumplió su centenario y no se realizaron grandes festejos ni celebraciones de ningún tipo. 

–Por último, ¿los rusos están contentos con el Mundial y con el turismo asociado? En principio, el fútbol no es el deporte preferido...

–Esta respuesta la deberían contestar los rusos, pero es posible adivinar que el fútbol no despierta ni por asomo lo que genera en nosotros. Sería algo así como que Argentina fuera anfitriona de un mundial de hockey sobre hielo: nuestra sociedad no estaría muy movilizada que digamos. Hasta hace poco tiempo, Moscú no era una ciudad preparada para recibir turistas extranjeros: los carteles viales aún permanecen en cirílico y ello, sin dudas, funciona como una barrera para visitar museos y otros sitios sin un traductor de guía. El Mundial, desde aquí, funciona como un fenómeno paralelo, ya que la vida del hincha no es la misma que la del turista. Más allá de todo se configura como un megaevento, un pretexto excelente para limpiar la imagen rusa ante el mundo tan cuestionada por sus políticas de derechos humanos y el no-reconocimiento de minorías.