No quiere ni mirar. Se tapa, pero no como un nene se tapa cuando está por llegar la peor parte de la película de terror que los padres no lo dejan ver, se tapa porque sabe que ya no depende de él. Nada depende de él. Porque ya lo único que le queda es esperar que la puntería de los cinco ejecutantes que eligió para la tanda de penales que se viene sea la esperada. Unos penales que fueron posibles por el coraje de un Yerry Mina que lo hizo gritar como pocas veces en su vida. Porque en ese gol en el descuento del tiempo regular José Pekerman se olvidó de todas las formas. Solo gritó y se abrazó con cualquier persona que estuviese cerca. Porque con ese gol estaban vivos, después de tener la valija armada ante una Inglaterra muy superior. Pero fue ese cabezazo en el cielo del defensor del Barcelona que lo llevó a unos tiros desde los doce pasos, que como hace doce años atrás serían un martirio para él. Esta vez no fue por el papelito de Lehmann, sino las manos de un Pickard. No importan los nombres. Solo el resultado: la vuelta a casa.
Estar en el asiento 1 de la fila 20 nos permitió casi que ser parte de un banco que vivió un partido como se viven unos octavos de final de un Mundial, y ante Inglaterra. Durante los 120 minutos el único momento de alegría de Pekerman fue el gol de Mina. Antes y después lo padeció como pocas veces. Porque su Colombia sufrió ante un conjunto inglés que mostró 80 minutos tácticamente perfectos. Pero el destino, ese mismo que lo dejó afuera de Alemania 2006 sin perder un partido, lo ponía ante la misma barrera. Y Pekerman fue a torcerlo desde que el árbitro Mark Geiger indicó el final del suplementario. A partir de ahí el único DT argentino en carrera solo preguntó y miró a los ojos a cada uno de los suyos y definió junto con Néstor Lorenzo y Patricio Camps la formación de la lista. “Listo, anotá”, se lo escuchó al lado nuestro. Falcao, Cuadrado, Muriel, Uribe y Bacca. En sus pies, estaba su destino.
Hizo una arenga en el centro del círculo del que participaron hasta James Rodríguez y Miguel Borja, los dos ausentes por lesión que estuvieron en la tribuna viendo el partido. Y mostró todo lo que tenía. Charló con cada uno de los elegidos sin pensar que el destino no podía jugarle en contra otra vez. No como en 2006, cuando ese cambio de Cambiasso por Riquelme lo marcó para siempre. Terminó la arenga y miró para el cielo buscando una pizca de tranquilidad que ya no volvería a encontrar en la fría noche moscovita.
Se formó entre los últimos de la fila que estaba esperando del lado de afuera de la línea de cal. Los que no podrían patear. De un lado tenía a Néstor Lorenzo, del otro al tercer arquero José Cuadrado. Con una pose que no cambiaría más: con la mirada al piso y la mano en la cabeza. En esa fila cualquier cábala era aceptada. Nosotros lo escuchábamos todo. Estábamos a menos de dos metros. Juan Fernando Quintero llamaba a un tal Mati, para decirle “estamos bien, estamos bien”. Otros se persignaban. Los del cuerpo técnico solo gritaban buscando una complicidad que todos devolvían. Había que pasarle la buena onda a los de adentro, pero José no podía. Estaba sufriendo. Y se notaba.
Arranca Falcao. Gol. El mismo gesto. Patea Kane. Gol. No se inmuta y no mira. Va Cuadrado. 2-1. Sigue sufriendo. Va Inglaterra. Gol de Rashford. Muriel pone el 3-2. Y ahí José miró para arriba. Buscando una ayuda divina. Y parece que le atendieron la llamada porque Ospina le atajó el penal a Henderson. ¿Qué hizo Pekerman? Se dejó zamarrear por Lorenzo, porque lo único que hacía era sufrir. No se podía permitir otra cosa. Porque el destino, otra vez ese maldito destino, hizo que el penal de la diferencia, ese que podía sacar dos de ventaja, se estrellara en el travesaño. Fue el dolor más grande. Venía un presentimiento peor. Empató Trippier. 3-3. Los nervios no cabían en la ropa del responsable de la era más dorada de los juveniles en Argentina. La pelota la agarra Bacca. La última chance de los cinco primeros penales. Pekerman no miraba. No quería sufrir más de lo que ya estaba sufriendo. El silencio de su banco le hizo saber el desenlace. Pickard se quedó con el remate cruzado del delantero que había entrado a cambiar el partido. Solo quedaba un último sufrimiento. Si Inglaterra metía, José seguiría sufriendo.
Y de repente, el estadio entero se calló para no escuchar el “yesssssss” inglés. El destino no quiso saber nada y José no paró un segundo de agarrarse la cara. Su sufrimiento había terminado, para mal. Colombia estaba eliminada del Mundial. Pero él, como el gran líder que es, fue a abrazar a cada uno de sus jugadores. Saludó al DT rival, a los árbitros y se fue. Como estuvo desde que el destino no estaba en sus manos. Con la mirada al piso. Pero esta vez, sin sufrimiento, sino con la tristeza de haber conocido su final.