La planificación espacial de las ciudades no es un tema menor. Y aunque a priori el espacio público es de todos, los actores que dictan las reglas de juego son unos pocos. Tal vez, los mismos de siempre: quienes están del lado del poder y disponen del capital tienen la voz más grave. Así, mientras los manteros, los trapitos y los vendedores ambulantes son empujados del mapa; al mismo tiempo, en una situación más favorable, se hallan los ciudadanos deseables, aquellos que ocupan el espacio con dignidad y se presentan como auténticos “vecinos del barrio”. En medio de esta complejidad, los discursos del sentido común se chocan con las decisiones políticas a la vuelta de la esquina. Se cree que Buenos Aires debe imitar el ejemplo europeo, aunque la congestión vehicular nunca logra revertirse. El microcentro se peatonaliza y las plazas se enrejan; la ciudad deja de ser vivida y se construye para ser contemplada. Como un show, como el peor de los espectáculos.
En este marco, aunque a la Ciudad “la hacemos entre todos” solo algunos son dignos de llamarse ciudadanos. Desde aquí, Juliana Marcús –doctora en Ciencias Sociales, docente e investigadora del Conicet en el Instituto Gino Germani (UBA)– describe los usos legítimos e ilegítimos del espacio; explica en qué consiste el “vaciamiento urbano”; y comparte los detalles de Ciudad viva. Disputas por la producción sociocultural del espacio urbano en la Ciudad de Buenos Aires, libro que coordinó y fue publicado recientemente.
–Usted investiga los “usos legítimos” e “ilegítimos” del espacio urbano en la Ciudad de Buenos Aires. ¿A qué se refiere?
–Se vincula, por un lado, con los modos esperados de utilización de ese espacio urbano y, por otra parte, con la condena de aquellas personas que realizan usos prohibidos. Son luchas simbólicas que se libran por imponer sentidos alrededor de ámbitos públicos en constante disputa.
–¿Los manteros, en este sentido, constituirían usos ilegítimos?
–Sí, de la misma manera que ocurre con los cartoneros y los trapitos. En muchos casos son señalados y afrontan procesos de desalojo y detención. Constituyen un “otro” que se considera peligroso e indeseable.
–¿Y los legítimos?
–Son los usos permitidos. Me refiero a aquellos espacios que son ocupados por los individuos que se definen como “vecinos de la Ciudad”; esto es, la población domiciliada que no solo tiene permitido transitar sino que también puede permanecer. A diferencia de ello, los sujetos indeseables no pueden permanecer en los lugares públicos y, en efecto, son instados a circular sin estacionarse por demasiado tiempo.
–Los indeseables son personas que molestan a la vista. En sus textos también se identifica el concepto de “vaciamiento urbano”. ¿De qué se trata?
–El concepto fue propuesto por Jaume Franquesa (antropólogo catalán) y se vincula con un modo particular de producir ciudad. Es posible pensar que los espacios vacantes o baldíos no siempre estuvieron vacíos. De hecho, fueron vaciados a partir de la demolición de edificios y la expulsión de familias que allí vivían (cartoneros, okupas, formas de asentamiento) para, luego, poder ser presentados como vacíos e impulsar emprendimientos rentables sin problemas. De esta manera, se los describe como “espacios ociosos” cuando en rigor de verdad estaban llenos de vida urbana e identidad barrial. Solo que la ocupación no era la más adecuada desde la perspectiva de los planificadores urbanos.
–¿Algún ejemplo de vaciamiento?
–El “caso de la manzana 66” en Balvanera. Aunque fue demolida por completo –en un proceso que se prolongó por dos años– para construir un microestadio de rock; finalmente, las resistencias vecinales fueron tan robustas que el objetivo no se concretó y se promovió un proyecto de ley para crear una plaza.
–De modo que las resistencias vecinales también son importantes. No obstante, los actores de poder son aquellos que cuentan con mayores posibilidades, también,- para planificar los espacios.
–Por supuesto, los que conciben los espacios y planifican la trama urbana, en general, son los actores que están del lado del poder. Me refiero al Estado en sus diferentes niveles, los urbanistas y arquitectos, los dueños del suelo, los capitales privados y, también, las organizaciones vecinales y los movimientos sociales urbanos. En algunos casos, se establecen mesas de negociación y se configuran conflictos y luchas alrededor de los sentidos con que se llenan esos espacios en disputa. En definitiva, aunque todos los sujetos construyen ciudad siempre hay grados de poder: no es lo mismo IRSA –dueño de la mayoría de los shopping center– que un movimiento de base.
–¿Para quiénes está planificada la Ciudad de Buenos Aires?
–Las últimas intervenciones del gobierno de la Ciudad, como las peatonalizaciones en microcentro, o bien los grandes emprendimientos de movilidad urbana (ciclovías, bicisendas, metrobús) proponen un esquema que intenta reflejar lo que ocurre en ciudades europeas como Copenhague, Amsterdam o Barcelona. Se coloca el foco en el slogan subyacente “una ciudad planificada para la gente”, saludable y linda a la vista. El principal inconveniente es que Buenos Aires enfrenta otra clase de problemas; por empezar, una excesiva congestión automovilística y una enorme masa de personas que todos los días transita por la zona. Aunque Buenos Aires tiene tres millones de habitantes, duplica su población durante el día siempre que inician las jornadas laborales.
–Se pretende una planificación a escala europea pero existen problemas que aquellas ciudades no enfrentan. Al menos no en esta magnitud.
–Exacto. Además, al mismo tiempo que hay muchas viviendas vacías, una gran cantidad de personas vive en la calle. No hay políticas que se orienten a ocupar los espacios; pues, se pretende peatonalizar para desincentivar el uso de los automóviles pero, según advertimos, eso no ha sucedido. De hecho, se convierte en una ciudad cada vez más complicada para el tránsito.
–Se trata de una Ciudad que privilegia el flujo de los peatones y no su reunión.
–Sí, claro, porque el flujo humano también es flujo de mercancías. La calle se piensa como un lugar de paso, de circulación constante y no de establecimiento. Como es imposible establecerse tampoco puede existir la apropiación de los espacios para ser vividos y practicados. Por eso es que los trapitos, los manteros y los vendedores ambulantes, en general, son desplazados y desalojados. Se los invisibiliza, en muchos casos, con metodologías como los galpones o ferias. Se los corre de la vista porque en la medida en que son indeseables no deben ser mostrados.
–Tiene que ver con los espacios marginales que ocupan los sectores más desfavorecidos. Las villas están en la periferia.
–Sí, claro, están a las orillas de la Ciudad, tanto que a veces parecen caerse del mapa. Además, entra en juego la identidad de Buenos Aires ante el mundo: se trata del sitio “más europeo de Latinoamérica”, provisto de una movida cultural digna de admiración y atractivo al turismo. El enrejamiento de las plazas y los parques también va en ese sentido; se configura una ciudad-vidriera, lista para ser contemplada pero no para ser vivida. Los espacios públicos son presentados como pacíficos, cuando en verdad no lo son.
–Por último, ¿estas dinámicas son incluidas en Ciudad viva?
–El libro es el resultado de muchos años de trabajo desde el Instituto Gino Germani. Fue escrito por un equipo de jóvenes sociólogos que dirijo y está compuesto de siete capítulos en los que presentamos diferentes ejes que atraviesan la configuración del espacio. Abordamos el conflicto de los manteros y otros usos ilegítimos; así como también proponemos su contrapartida. Me refiero al caso de los jóvenes que acceden a su primera vivienda propia y son concebidos como usuarios “deseables”; como aquellos individuos que sí merecen el espacio.