El 31 de diciembre del 2000, el último día del milenio, nació Natalia Grebenshikova en Moscú. En el inicio del siglo XXI asomó en Rusia. Murió en Buenos Aires. La mataron de un cuchillazo que llegó a contar entre su boca y el aliento de sus amigxs. El 11 de octubre recibió una puñalada. Después de 44 días internada falleció, el 24 de noviembre, en el Hospital Argerich. Tenía 15 años. Su mamá Anna Rodionova pide justicia y una sentencia que llegue después de un juicio y no como un telegrama express. Anna tiene la piel casi transparente y, en una Buenos Aires inflamada de calor y aturdida por tormentas, su rostro también deja caer el agua como un duelo que no puede contener el dolor de la pérdida.
Anna se tiñó el pelo rubio con un turquesa potente y un violeta que le pertenecían a Natalia y que dejó como arco iris en su cuarto adolescente. A Natalia no le gustaba ser –ni parecer- rubia, ni extranjera o extraña, ni que le dijeran “rusa”, así que se escondía el dorado de las fotos infantiles por el negro azabache o los colores flúos que la hacían ver más parecida a los comics que leía y adoraba hasta aprender japonés.
Natalia empezó la primaria en un colegio de la Embajada de Rusia en Argentina y en un colegio argentino a la vez, hasta tercer grado. Terminó a los 12 años en el colegio ruso y tuvo que elegir. No se sentía igual que los hijos de diplomáticos. Y prefirió estudiar con los chicos y chicas de su barrio. Por eso, optó por el colegio de Bellas Artes Manuel Belgrano, donde hoy florecen sus retratos como estandarte de memoria, reclamo y homenaje.
Anna Rodionova tiene 43 años. Se viste de blanco y zapatillas y dos gatitos la custodian desde sus orejas para seguir caminando por la ciudad en la que ella llevaba a Natalia a danza –en la escuela de Julio Bocca–, cuando tenía diez años, hasta que Natalia se bajó del ballet porque no quería subirse a un escenario. Anna nunca quiso bajarse de la libertad de tener auto para llevar y traer a sus hijos y sentir que el mundo no es un lugar reducido. Pero hoy cada esquina la sucumbe a la ausencia. Y, también, la para frente a la pelea para que el recuerdo no sea olvido. “Natalia era tímida, pero era artista. Todos sus papeles estaban llenos de dibujos y ella tenía un mundo donde vivir”, cuenta su mamá.
Anna nació en Nizhniy Novgorod y se mudó a Moscú. Tuvo a Sebastián (que ahora tiene 24 años) y a Natalia, se separó del padre de ellos y trabajaba de contadora con independencia y muchos clientes. Le daba plata y libertad. Pero ella odiaba la vida de oficina. Un familiar le dio un disco de Julio Sosa y cuando escuchó “La Cumparsita” le cambió la vida. El 30 de abril del 2005, después de varios viajes, decidió venirse a la Argentina, un poco de turista, un poco para quedarse, plenamente enamorada del tango y de la danza, junto a Sebastián (que tenía 13 años y decidió sumarse a la aventura) y Natalía (que tenía 5 y simplemente tomó de la mano la travesía). “Me parecían días mágicos. Decidí venir a Argentina y cambiar mi vida por completo”, rememora. Anna volvió a casarse en Argentina y tuvo a Andrés (9 años) y León (4 años). En Rusia dejó su título y la oficina, a la que decidió no volver nunca más, para no volver a sentirse asfixiada. Acá trabajó de moza, costurera, extra en filmaciones, cajera de restaurante, remisera, traductora, asesora de turismo. Su sueño era trabajar y vivir como bailarina de tango. Ahora dice que no sabe si va a poder volver a engarzar sus pies en el 2x4 y los ojos enormes se le enmudecen de lágrimas. Está separada, pero tiene a su novio Eduardo (que la acompañó en el hospital y en sus días difíciles) y vive con sus hijos en La Boca. Pero le falta Natalia.
A diferencia de Anna a Natalia no le gustaba el tango. Siempre le insistía a su mamá a que escuche rock. Y hoy Anna se acerca a ella con su teléfono y su música donde pasa del rock argentino al punk japonés. Tanto le gustaba la cultura japonesa que estudiaba solo su idioma de letras sin fronteras para ella. No quería que le dijeran “rusa”, pero sí volver de visita, sentía que extrañaba el invierno y preguntaba cuándo iba a poder viajar a su país natal.
Anna siente que estuvo anestesiada mientras que la acompañó en el Hospital Argerich para que Natalia le diera la mano y la sintiera fuerte. Ahora llora cuando la recuerda, cuando la palpita, cuando la escucha y se impregna de su música, recuerdos y colores. Pero también se para y camina para pedir justicia.
El 11 de octubre Natalia salió del colegio a las 16:30 y fue a la plaza con sus compañeros. Natalia fue a cargar agua a un bebedero con una botellita. “Ella escuchó gritos y que la gente corría y pensó que era joda, que estaban jugando a algo y al momento siguiente se encontró en el piso y sin poder levantarse”, relata su mamá que se lo escuchó a su hija, mientras estuvo en el hospital, primero en terapia intensiva, después en terapia intermedia y, nuevamente, en terapia intensiva hasta su muerte.
Ese día el veterinario cordobés Mariano Alejandro Bonetto, de 27 años, apuñaló a Natalia y a Nuria Couto, de 18 años. Nuria ya era egresada de la escuela Manuel Belgrano y estaba en la plaza porque trabajaba en la librería del colegio. Además estudiaba diseño de indumentaria en la UBA. El 17 de diciembre hubiera cumplido 19 años. Pero murió el 5 de noviembre también en el Argerich.
El 14 de diciembre la jueza de instrucción Wilma López declaró inimputable y sobreseído a Mariano Bonetto porque no comprendió la criminalidad de sus actos. Pero decretó, como medida de seguridad, su internación, durante veinticinco años, en el sector del programa de salud mental de la cárcel de Ezeiza y que sea sometido a un tratamiento adecuado. Anna critica el fallo judicial y pide que se realice un juicio. En cambio, la familia de Nuria acepta la sentencia y cree que el encierro es la mejor de las posibilidades. Por eso, no van a apelar la sentencia. “Aceptamos que está loco y nos parece valorable que lo dejen 25 años encerrado”, dice Carlos Couto.
Anna Rodionova, en cambio, apeló la sentencia y el miércoles 4 de enero, a las 9 de la mañana, reclamó (acompañada por integrantes de la comunidad educativa de la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano), frente a Tribunales, contra el sobreseimiento –en tiempo record– de Mariano Bonetto.
¿Por qué creés que el asesino no es inimputable?
–Mariano Alejandro Bonetto se recibió de veterinario en el 2013. Cuando llegó a la plaza empezó a elegir a la víctima. Tenía premeditado el hecho y había comprado un cuchillo de combate, no era cualquiera, no era un cuchillo de panadería. Estuvo con otra gente hablando, pidió un cigarrillo, no era un loco perdido que corre sin ver nada. Estaba a sangre fría buscando a alguien. Es un perverso pero ningún loco perdido. Hablo con Nuria y le dijo piropos. Ella intercambió miradas con su compañero. Bonetto lo amenazó con el cuchillo. A ese acto la jueza lo caratuló como “tentativa de homicidio”. Y, por eso, no puso que se trató de dos femicidios. Pero yo creo que lo quería asustar para que se fuera y no matarlo. De ahí cuando deja a Nuria tirada corrió para donde estaba Natalia. Después unos hombres le clavaron una botella y un cuchillo para pararlo. Pero este tipo, con todo lo que hizo, ya tiene un defensor que le otorga el Estado. En cambio, la víctima no tiene ningún abogado. Si no me presentaba a la querella con una amiga que es abogada no me hubiera ni enterado que lo dejaban en libertad.
Una de las respuestas a los reclamos de Ni Una Menos fue el patrocinio jurídico gratuito, pero todavía no está en marcha y las víctimas de violencia machista no tienen abogadas para defenderse ni seguir la querella. ¿No tuviste acceso a ningún tipo de asesoramiento legal?
–Yo me encontraba en un estado que no podía pensar en esto. Por suerte tengo una amiga que se ocupó y estuvo desde el primer día presente, pero si no no me enteraba del fallo.
¿La atención sanitaria posterior al ataque también fue deficitaria?
–Las ambulancias tardaron en llegar. Además en el Hospital Argerich en terapia intermedia hay solo dos enfermeros. No puedo decir nada de los médicos de guardia y de los enfermeros. Pero estaba todo un asco y la mugre no es la culpa del personal, es la culpa de la institución. Tampoco estoy conforme con las decisiones que tomaron. No la tendrían que haber sacado de terapia intensiva. La infectaron y le dieron un montón de antibióticos que le destruyeron el sistema inmunológico. Reaccionaban frente a lo que pasaba, pero no hacían nada para prevenir. También me negaron interconsulta. Ellos podían llamar a otro hospital y, por soberbia, no llamaron. “Nosotros no vamos a llamar a nadie, si ustedes conocen a alguien llamen”, me dijeron. Pero yo no conocía a nadie. En cambio, al asesino lo dejaron dos días y lo trasladaron al Hospital Santojanni y ahí, en dos semanas, estaba bien porque no lo infectaron. Y de ahí lo llevaron a la cárcel para pacientes psiquiátricos.
¿Por qué critica el fallo de la Jueza Wilma López?
–El fallo dice que está sobreseído por ser inimputable y eso significa que no es culpable por lo que hizo porque no se podía dar cuenta. Y que, como medida de prevención, recomienda dejarlo internado por 25 años porque es peligroso. Pero no hay condena. Si los abogados presentan una excusa ante la justicia de ejecución para que vaya a otro hospital en un rato está en otro lado y en otro rato está en la casa. Y mucho más si ponen plata.
¿Cuál es tu reclamo?
–Que sea imputado, que vaya a juicio y que si está loco que se decida en un juicio, no por una jueza a puertas cerradas. Ella el 19 de octubre, el día de la marcha de Ni Una Menos, salió vestida de negro y me dijo “Quédese tranquila”. Y en dos meses tiró a la basura la causa.
¿Por qué creés que no está loco y sí es imputable?
–Había pericias, pero de parte de peritos de la defensa y que puso el juzgado. Incluso un perito nuestro intentó escapar y no atendía el teléfono. No se sabe cuándo quieren comprar a alguien. Y a la psicóloga nuestra no le avisaron de un encuentro. Él vivía en Parque Lezama, pero no lo hace en Parque Lezama sino en una plaza sin un policía donde podía matar con impunidad. Además su relato parece de manual, como que le dieron letra. Se recibió de veterinario en el 2013 y dice que se empezó a volver loco en el 2014. Así cualquiera se hace pasar por un loco de alta sociedad.
¿Por qué de alta sociedad?
–Su padre es gerente del Banco de Córdoba sucursal Laborde y sigue trabajando como si nada. Es indignante. Leo en las redes que dicen “qué buen muchacho, qué lástima, lo que hace las drogas”. Él vivía en la calle en Parque Lezama y algunos vecinos que pudieron hablar con él le escucharon decir que quería matar a las mujeres. Pudo estar drogado, o no, pero el hecho estaba premeditado. Compró el cuchillo, lo planificó, lo pensó y lo ejecutó. Hay un montón de testigos que no llamaron. Y hay que investigar si no mató a más mujeres en Córdoba y nadie lo descubrió. Por eso tiene que ir a juicio.
¿Por qué creés que sí corresponde la carátula de femicidio?
–Fue un femicidio porque él odiaba a las mujeres porque lo dejó su novia en Córdoba y este año se casó y él empezó a decir que odiaba a las mujeres y que había que matarlas. Hay que comprobar si era violento con ella, si la amenazaba. Fue un femicidio aunque no eran parejas ni ex parejas, pero tenía bronca contra las mujeres en su totalidad, quería matar a todas las mujeres por el odio a su ex pareja. Yo quiero que mi caso sea parte de Ni Una Menos para que más gente se entere y para poder prevenir más muertes.