Muchos años antes de que todas las chicas lo consideren su talismán y muchos años antes de ser el objeto más copiado en el mundo para que nos organice las relaciones de clase, lujo, belleza y poder, la marca Louis Vuitton era el objeto preferido de actrices internacionales e intelectuales que circulaban por París antes y después de la Segunda Guerra.
Es verdad que la historia de esa lona impermeable con las LV impresas viene de lejos y que para cuando el escritor de París era un fiesta, Ernest Hemingway, ese epítome dudoso del machismo, la convirtió casualmente, en su fetiche inseparable, la marca ya tenía casi un siglo de vida y el marroquinero fundador, don Louis V, ya había muerto hacía tiempo. Pero fue el pedido de Hemingway de la famosísima “Library trunk” (una valija hecha a pedido, que cuando se abría era una biblioteca que contenía el espacio -necesariamente voluminoso, para la época- destinado a la máquina de escribir, pero que se cerraba y era un comodísimo escritorio de campaña o de hotel sin escritorio) lo que hizo de la marca el objeto preferido por Garbo, Hepburn, Mick Jaegger, JLo y Wanda Nara. La valija perfecta: el útil de lujo adorado y la cordura con PVC ideal para perder la razón.
Es verdad que para que la marca se haya transformado en eso en lo que se convirtió, tuvo que tener ciertos diseñadores que la hicieron una cosa completamente diferente de la marroquinería que supo ser. Desde el año 1997, la marca se transformó en una marca de diseño de moda; y eso que parecía ser un camino directo al fracaso, fue rápidamente, de la mano de Marc Jacobs, una nueva marca deliciosa de la industria de la moda francesa. Recordemos que en el libro La distinción, Pierre Bourdieu ya nombraba a principios de los años 80, el lugar fundamental que la industria de la moda tiene en Francia, empleando al 25 por ciento de la capacidad trabajadora de ese país. Y Jacobs fue el primero en fundir el nombre de la marca con artistas como Cindy Sherman, Jeff Koons y por supuesto, Yayoi Kusama, cuyo relanzamiento, gracias a Vuitton, fue tan estrepitoso que hasta terminó rebotando en Argentina en 2013, en su famosísima y lúdica exposición del Malba.
EN EL BLANCO
Lo cierto es que desde la partida de Jacobs que volvió a su New York natal para hacer su propia marca, Louis Vuitton había quedado boyando sin rumbo fijo hasta este mes de junio en el que parece haber encontrado un nuevo lugar, todavía intacto en el mercado del lujo: la diversidad. Hace unos meses habían anunciado con bombos y platillos que el nuevo director creativo sería Virgil Abloh. Reconocido por ser uno de los diseñadores que mejor trabaja las redes sociales-sobre todo la red social de la moda: Instagram-,Virgil es el creador de una de las marcas de Milán que más han seguido los “followers” de los últimos 4 años: Off White. El nombre de la marca es obviamente un guiño, porque esa marca (cara, y verdaderamente exclusiva) se llama algo así como “Blanco sucio” o “Blanco agrisado”, lo que no querría decir más que el nombre de un tipo de blanco opaco, si no fuera porque el señor director y fundador de la marca, Virgil, es, claro, un afroamericano de Illinois. Y el tema de lo racial, que ocupó páginas y páginas de los medios del mundo, es particularmente destacado en un país donde los índices de racismo y xenofobia crecen a una velocidad mayor que la de la moda…
EN RACISMO NO ESTÁ DE MODA
Cualquiera podría pasar por alto este temita de lo racial (habiendo uno muchísimo más importante que sería cómo Louis Vuitton le entrega su estilo a los americanos que la hicieron la marca que es) pero lo cierto es que el tema sí es importante para las ventas. Vuitton no sólo es la marca más copiada y tomada como ejemplo en todos los mercados del mundo, también es la marca más nombrada en las letras de Hip Hop. Y la mención de Virgil es también la de este nuevo impulso en las industrias del estilo que tienen como modelo a la reina B y a Jay Z que salieron a vender “matrimonio revisitando el Louvre y los retratos de africanos en la colección” (véase el video de “The Carters”, el nombre civil de la pareja), a Kanye West que vende “Controversia” y que tenía a Virgil como uno de sus empleados en la marca Yeezy. Lo cierto es que no hace muchos días, el mismo Kanye quiso explotar su veta filosófica en el estilo De La Boétie y su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, cuando en un programa amarillista de televisión (TMZ) expresó que “4 siglos de esclavitud, a mí me suenan a una elección (SIC)”. La controversial idea no cayó bien. Es más, no fue controversial: simplemente se ganó el escarnio público y el rechazo unánime.
Cualquiera que haya presenciado lo que se convirtió en el desfile más importante de este año hace menos de una semana en esa placita mona de París, el Palais-Royal habrá visto que Virgil Abloh no le tiene miedo a la cultura popular y la va a exprimir hasta el final. No era suficiente que el catwalk estuviera pintado de arcoíris, sino los modelos desfilaban armando un arcoíris coincidente con los festejos del “Gay Pride” en New York. No sólo estaban en la frontrow Kanye, Kim y Kilye, también estaba el artista del momento de LV, Takashi Murakami viendo cómo su universo de flores y fantasía soft, se convertía en ropa comprable y usable. Ese universo de rainbow, en el que Virgil daba el espectro todos los colores al mismo tiempo que mostraba cosas que estaban entre la ropa (la novedad de LV) y el accesorio (la tradición): chalecos que funcionan como carteras, mochilas que sirven como camisa o riñoneras que se pueden usar de camiseta. Nada muy extravagante, todas cosas para comprar y copiar urgentemente. Entre lo trans de la ropa y la diversidad de los colores, Louis Vuitton, nos regalaba (carísimo, claro) un nuevo hito de su marca que hizo del viaje y de la transformación en el viaje, su modo de pensarse en el mundo. Ahora cualquier prenda es valijita y una valijita es cualquier prenda.
Por supuesto que el desfile de Virgil Abloh para Louis Vuitton no podía terminar de otra manera que mostrando unas prendas divinas para usar en los viajes por el espacio.