Osvaldo Bossi (Buenos Aires, 1963) acaba de publicar A dónde vas con este frío (El ojo de mármol, 2016), su primer libro de cuentos. Si bien se trata de una vertiente literaria distinta a la que nos tiene acostumbrados, los relatos que componen esta colección están en total sintonía con la obra poética y novelística que lo antecede en su bibliografía. Por un lado, la sensibilidad con la que Bossi cuenta estas historias es la misma con la que crea el universo poético de libros como El muchacho de los helados y otros poemas (Bajo la luna, 2006) y Del coyote al correcaminos (Huesos de Jibia, 2007), afectados sobre todo por la dulzura y ternura con la que algunos niños experimentan el mundo. Por el otro, el protagonista de A dónde vas con este frío (que se mantiene a lo largo de todo el libro), es el mismo de su novela Yo soy aquel (Nudista, 2014), que al mismo tiempo es la versión infantil del narrador de Adoro (Bajo la luna, 2009), su primera novela.
Cada uno de los cuentos que componen el libro está centrado en un niño distinto que ingresa al universo habitado por el pequeño Osvaldo, caracterizado por la alienación y la monotonía del suburbio y centrado en la humilde casa familiar, donde habita junto a su madre y hermanos a la sombra del abandono de un padre que un día salió para nunca más volver. La soledad aparentemente irremediable del narrador viene a ser reparada (aunque sea de manera momentánea) por la llegada de estos niños, que en su extrañeza generan con él una empatía fantástica capaz de trazar una línea de fuga para escapar de la triste realidad. Así aparece, por ejemplo, el “Tarta” (apodado así por su tartamudez), una especie de Astroboy que gana el respeto de sus compañeros de la escuela gracias a sus infinitos conocimientos, pero sólo experimenta la verdadera amistad con Osvaldo. O también Tony, que viene para enseñar que la comunicación se puede establecer también desde el más allá. O Alex, un pequeño Capitán Frío cuyo corazón de hielo sólo puede ser derretido por el amor. Gracias a la sensibilidad del narrador y protagonista, estas apariciones adquieren las características de pequeñas epifanías y la peculiaridad de esos niños (parientes de los villanos de Batman y de las extrañas criaturas que habitan el imaginario de Tim Burton en La melancólica muerte del chico ostra) brilla en todo su esplendor.
Una de las virtudes más grandes del libro es la manera en que el narrador consigue contar las crueldades más grandes de la infancia (como el abuso sexual por parte de un chico mayor) y lo perversa que puede ser la sociedad con la candidez de un niño dotado de una imaginación digna de Roald Dahl o Silvina Ocampo. En un mundo cuyas reglas y condiciones parecen hacer imposible la comunicación (y mucho menos la comprensión), el pequeño Osvaldo y sus amigos consiguen hacerla ver como el truco de magia más fácil y efectivo, incluso en el silencio. De esta manera, el frío que domina la atmósfera del libro y acecha para arruinarlo todo, es siempre derrotado por la calidez de sus protagonistas.