“Si vamos a estar juntos, en estos momentos te tengo que cobrar”, le dice Paula a Manuel después de rechazar un beso corriéndole la cara. “¿Cómo? No entiendo”, responde él, a lo que ella remata: “No sé cómo explicártelo de otra manera. Es simple: si vamos a estar juntos, en estos momentos te tengo que cobrar”. Lejos del lamento o la sorpresa, Manuel acepta y regatea hasta que por quinientos pesos ella da el visto bueno para un acto sexual furtivo, casi animal, gélido como el invierno patagónico que hiela la piel de las piernas desnudas en la parte de atrás de la camioneta. El tono maquinal y desprovisto de sentimientos de la negociación se condice con la distancia emocional y el rigor formal que abraza La omisión para narrar el tortuoso periplo de Paula (Sofía Brito), una joven porteña que llegó a Tierra del Fuego detrás de la posibilidad de un trabajo bien remunerado que funcione como base para sus planes familiares posteriores. Esa posibilidad, queda claro, está lejos de materializarse, y su persecución obliga a decisiones no precisamente gratas.
Estrenada en la sección Panorama del último Festival de Berlín, la ópera prima de Sebastián Schjaer transcurre en esa nebulosa de incertidumbre donde las respuestas brillan por su ausencia y la única salida es la fuga hacia adelante. Ella trabaja de mucama en un hotel y como guía turística, pero la plata no alcanza. Incluso se la niegan, obligándola a perseguir a sus empleadores. Toda una rareza que en un cine argentino acostumbrado a personajes despreocupados por lo económico, aquí la falta de dinero es un problemón. Y no cualquiera, sino el principal: es, pues, el motor invisible del relato, la principal motivación para que Paula haga lo que hace. Con la mujer obligada a rebuscárselas como pueda, entra en acción Manuel (Lisandro Rodríguez), un tímido fotógrafo de la municipalidad que se muestra rápidamente interesado por ella. Entre ambos surge una relación que va de lo amistoso a lo laboral, y de allí a lo mercantilista, tensando aún más el débil equilibrio de Paula.
Ya la primera escena muestra que La omisión es la crónica de una fuga. El film arranca in media res, con Paula caminando visiblemente agitada por una ruta de ripio mientras una voz masculina fuera de campo grita su nombre. Cómo, por qué y sobre todo de quién escapa esa mujer se sabrá a su debido tiempo, cuando las situaciones así lo quieran, desprendiéndose de ellas antes que de los mecanismos visibles del guión, pues Schjaer tiene muy poco apuro por entregar la información necesaria para completar el rompecabezas. Un rompecabezas de palabras escasas pero justas, en el que el contexto se vuelve un factor fundamental que nunca se subraya. La escena funciona también como presentación de Paula. Igual que la protagonista de Una hermana, otra muy atendible ópera prima, es una mujer de movimiento constante, un torrente de voluntad capaz de sortear todos los escollos. Lo importante para ella es el avance. Si Paula tiene miedo, lo disimula. Si le duele un escenario que incluye a su hija al cuidado de una amiga y a su pareja viviendo en Río Grande, que no se note.
La idea de una mujer tenaz en movimiento constante luchando sola contra toda la adversidad del mundo remite invariablemente al arquetipo de heroína proletaria que desde Rosetta en adelante se ha vuelto una marca de agua del cine de hermanos Dardenne, tradición a la que La omisión suscribe replicando incluso la captura mediante una cámara nerviosa pegada a la espalda de la protagonista. En ese sentido, no le hubiera sentado mal intentar ir más allá de la referencia para evitar que a la larga ocurra lo que mismo que con todas las películas con la impronta de los belgas: que esa estética, que esa mirada, en lugar de ser la base, sea el techo.