Abrazado a una copa de helado camp que promete silenciar cualquier amague de crisis existencial veinteañera con el brillo de una montaña de cerezas, a Josh (Josh Thomas, de 28 años), el protagonista y creador australiano de la serie de TV lgbt “Please Like Me”, le informan que es homosexual. “Creo que debemos separarnos. Siento que nos hemos ido alejando. Además, eres gay”, le dice Claire a su novio que la acompañó durante la pubertad y el triunfo del acné. Con esa escena cómica comienza el primer capítulo de la serie, emitida por Pivot, que cumplidas las 4 temporadas llegó a su fin el pasado 14 de diciembre. Luego de volverse un programa de culto, consiguiendo una enorme base de fans hasta en China y Rusia, donde solo podía ser vista de manera pirata, Netflix subió hace un par de semanas las tres primeras temporadas: veintiséis capítulos que retratan las torpes aventuras amorosas de un gay australiano que, impulsado por su ex novia, decide abandonar el perfume agridulce de las conchas para saborear su primera verga. Su salida del clóset no deja con la boca abierta a nadie, salvo a él mismo. Quien, lejos de calzarse una musculosa de red y bailar como una loca arriba de los parlantes de un boliche gay, entra en pánico cuando el pene de su primer chongo lo mira de cerca reclamando atención. El despegue sexual no es nada sencillo: atormentado por su baja autoestima -cree que se ve como un bebé pero de 50 años-, desconfía de los hombres guapos que le echan un ojo. El erotismo de cada episodio se presenta crudo, tan cercano que calienta más que el fuera de foco y la luz de velas de una película softcore. Y el humor es el lubricante perfecto que irrumpe en el intercambio de fluidos de esas primeras citas incómodas, donde Josh no sabe cómo comportarse con estos nuevos amantes que, teme, quieran meterle algo en el culo.
Con el correr de los capítulos, Josh olvida su vida hetero y comienza a dormir cucharita con sus primeros novios. Sin embargo, lo aflige pensar que ningún hombre lo vea como un terminator sexual, sino más bien como un tierno osito lampiño que los abriga en una siesta. Su madre, una mujer que vive en un psiquiátrico por intentar suicidarse mezclando pastillas con Baileys, no titubea en alimentar sus fantasías autodestructivas: “Es difícil imaginarte teniendo sexo”. Pero Josh digiere los conflictos de cama en su espacio favorito, la cocina, donde episodio tras episodio prepara guisos, budines y palitos de almizcle, otorgándole a la comida un lugar tan central como al sexo.
Si “Please Like Me” fue tan revolucionaria dentro de la comunidad LGBT australiana, es porque se puso al hombro un abanico de temas incómodos para la televisión por cable. Desde la práctica del aborto y las falencias en las clínicas de salud mental, hasta la homofobia en ciertas familias conservadoras australianas, que recuerdan con nostalgia cuando en el país ser homosexual era considerado un delito. A lo largo y a lo ancho de los capítulos el comediante Josh Thomas se expone a la sensualidad del ridículo fusionando los chistes explosivos con el sabor amargo del drama, las recetas de cocina con las felatios, invitándonos a degustar los siete pasos de su nueva identidad sexual.