En 1998, Héctor Aguer desembarcó en la jurisdicción de La Plata (sagradamente denominada “diócesis”) y en 1999 el ex gobernador Eduardo Duhalde destinó 20 millones de dólares para que la catedral de la for ever masónica capital de la provincia pueda ostentar finalmente sus dos falos góticos, ascensores incluidos: las torres. El esposo de Chiche cumplió con su promesa días antes de terminar su doble mandato bonaerense. Así, más de 90 años después de su inauguración, el edificio público picó alto en el cielo y en doble punta. Hoy, apoltronado en la cabecera de la mesa, con el andador a un costado y todas las persianas bajas, Aguer mantiene señalizadas La Santa Biblia y la Catequesis en las páginas exactas en las que ambos textos condenan la sodomía. Las mismas páginas que Bergoglio suele recordar en intervenciones públicas pero que, sin embargo, la mayoría de los medios de comunicación de la Argentina suele no reproducir.
Aguer está preparadísimo para un diálogo sobre diversidad sexual con un programa y un periodista que no conoce, dijo por teléfono. Pero aceptó. Cuenta, justamente, que acaba de recibir una nueva carta manuscrita de Pope Francis; atrás, una foto del día de la asunción papal custodia este intercambio periodístico ¿inverosímil? con un entrevistador puto y, del otro lado, un dogma blindado en sus respuestas totales. Hay entrevistas imposibles y esta es una, porque no hay nada que preguntar. Todo ya tiene una respuesta milenaria y nada ha cambiado. Por eso, él dirá que como Duhalde, con mayor o menor presupuesto, todos los gobernadores de la provincia fueron sus confesados y sus laderos. En el sumario “agueriano”, hay santos y pecadores “perdonados”; hay scouts desfinanciados por atreverse a definir el matrimonio como la unión de dos personas y no como la suma de un varón y una mujer y hay sobre todo literalidad. En él sobra fidelidad. No hay amagues ni ambigüedad “abergogliada”. ¿Por qué? Porque el autor del insuperable “petting” se remite en este encuentro a leer en voz alta fragmentos de esa literatura que, en términos de Borges, sí pertenece al cansancio inherente a los textos definitivos. Como en Sumisión de Michel Houellebecq, Aguer responde sobre violencia de género, gays y abusos sexuales y la sensación frente a él es que no queda alternativa: las ciencias sociales han fracasado y la laicidad de la academia occidental nos dejó en el zaguán del fundamentalismo. Cuando la entrevista terminó, se extendió sobre “el ideologismo occidental” que lleva a pensar que es posible el sacerdocio sin celibato: “Usted está muy equivocada”, le dijo fuera de micrófono a una persona del equipo. “¿Por qué cree que la iglesia católica crece en China? Nuestro futuro es Oriente”.
Estas violencias cobraron aún mayor fuerza cuando se trató para él de defender salvajemente los inextricables vericuetos administrativo-legales que transforman a la Argentina en un Estado para nada laico. Ahí fue cuando su famosa “cultura fornicaria” alcanzó el éxtasis. Contexto: desde 1976 en adelante, ninguna partida presupuestaria destinada a la curia pasó por el Congreso. Durante la última dictadura cívico-agueriano-militar, Videla hizo mucho y deshizo más. Y así todos, hasta CFK, que en 2014 puso al servicio de la refacción de parroquias y templos $400 millones. Por ende, las violencias sostenidas son financiadas por el Estado, que financia esta homofobia. Por eso, cuando le tocó responder sobre el artículo 146 del nuevo Código Civil (“El de Vélez Sarsfield era una maravilla, qué pena”, dirá) no dudó: la iglesia es un Estado más, como una provincia o un Estado extranjero. Ese estatuto filosófico -y un artículo demoníaco de la constitución de la provincia que él trae a colación, en el que “el zabeca de Banfield” se encargó de dejar consignado que el único “manual de alumno bonaerense” válido es la formación cristiana- lo dejaron preparado para la que, sin dudas, fue su declaración más grave: Aguer reconoció que intervino para frenar la adhesión del protocolo de aborto no punible. “La gobernadora (Vidal) no sabía y nosotros no lo íbamos a permitir”. ¿Cómo no iba a meterse él, que es un Estado, para frenar todo y por qué mejor “no matar al violador antes que al niño ya que estamos” (SIC)? Explícito y abierto. La iglesia lo hizo y a mucha honra. Una escena del filme La noche de los lápices de Héctor Olivera (1986) se apoderó de la tarde al salir del Arzobispado: la actriz Tina Serrano cruza calle 14 y va a ver a Monseñor Plaza, en reclamo de la aparición de su hija, María Claudia Falcone. Es el mismo edificio, claro. El de la película, el del siglo XIX y el de hoy. El objetivo de este reportaje fue establecer una discusión con cierto periodismo y no con la doxa que castiga a “los homosexuales pecadores”, las trans, que son “varones que se visten de mujer” y el pedido de derogación de la ley de identidad de género al presidente. ¿Por qué Bergoglio sí y Aguer no para muchos comunicadoros? ¿Por qué ni asoma la reflexión sobre la imbricación Iglesia y Estado? Cuando hace un tiempo la cantante peruana La Tigresa de Oriente y la platense Pocha Leiva le tomaron el templo y grabaron un videoclip adentro, Aguer las trató de “abominaciones amparadas por las leyes”. Definición inmejorable para el sacerdocio y sus sueldos. l
La entrevista fue realizada para el programa No se puede vivir del amor, en LaOnceDiez, Radio de la Ciudad, de lunes a jueves a la medianoche.
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