“Somos la legión de madres trabajando en la puerta de los jardines” dice la autora de Bestiario secreto de niñas malas (Planeta), el libro que desmitifica las infancias almibaradas de las niñas y las propone llenas de matices que van desde la fan de los piojos que cría en su cabeza (“¡No los mates! ¡Son seres vivos como vos y yo!”) a la que no saluda a nadie y exige regalos a todxs. Así contesta Gabriela Larralde las preguntas sobre su libro, en la trinchera escolar de su hijo pequeño, cifrando un mensaje que viene pisando fuerte en el aire: las niñas de hoy son feministas desde la cuna. El Bestiario ya vendió más de la mitad de la edición en menos de tres meses y sale en agosto en España y México. “Yo fui una niña mala y Myriam también” dice Larralde, refiriéndose a Myriam Cameros Sierra, ilustradora del libro y responsable de los dibujos de La cenicienta que no quería comer perdices, que en España vendió 50 mil ejemplares y acá editó el sello Madreselva. Gabriela nació en 1985 y publicó dos libros de investigación sobre literatura para la infancia, género y sexualidades. “Porque ser niña mala en los 90 en Buenos Aires o en los 80 en Pamplona (y todavía hoy en la actualidad) a veces es simplemente no querer usar pollera, o protestar por querer jugar al fútbol en la canchita de la escuela. A Myriam se le ocurrió la idea de Niñas Malas. Cuando me dijo esas dos palabras juntas pasó algo espectacular: empezamos a intercambiar anécdotas sin parar, nuestras, de amigas, primas, vecinas, etc. Todas nos resultaban muy divertidas y sobre todo muy afines. Empecé a escribirlas y ella a dibujarlas. Ahí nos dimos cuenta de que a pesar de tener infancias diferentes, en distintos países y décadas teníamos exactamente los mismos mandatos, retos, prohibiciones, los mismos deseos de los adultos por sobre nuestras voluntades”.
Así fueron quedando 22 perfiles de niñas malas, malísimas, que “atormentan a la buena gente” como dicen en la contratapa. Está Zoe, que “le gusta dibujar y pintar las paredes de su casa”, Irune, quien “bloquea celulares con la excusa de usarlos para jugar, les cambia la contraseña y después no la revela”, Rita que “le cuenta a todo el mundo que su padre usa peluquín, que la tía Carmen se puso siliconas y que la abuela toma vino a la mañana”, Elena, a quien “no hay ropa que le dure puesta. Apenas llega a su casa, se saca los pantalones, la remera, y queda desnuda todo el día” y Manuela, quien hace hibernar a su tortuga abajo del agua caliente y le canta canciones de verano mientras odia a Mickey.
“Esa reflexión vino un poco después, la de darnos cuenta de que lo que estábamos haciendo, más allá del humor desde donde surgía, también venía a decir varias cosas serias y tristes acerca de la idea de lo femenino en las infancias. Para nosotras fue una especie de liberación crear estas niñas combativas y felices” dice Larralde. Cuando ya habían avanzando bastante con las niñas malas, tenían muy en claro que querían que cada una tuviera un detrás de escena. “Quiero decir que todas las niñas hacen cosas ‘malas’, eso es lo que se cuenta en el texto, pero además para nosotras era importante que supiéramos exactamente cómo era su familia, su clase social, su entorno directo. De ahí que escribí un texto más largo de cada una que le servía a Myriam para ilustrar todo aquello que no decía el texto pero que existía en cada niña. Como si te dijera que el texto era la punta del iceberg, pero nosotras teníamos el mapa completo de ellas” cuenta. En Rochi, por ejemplo, la mamá no se banca al novio y lo mira con cara de aburrida; Zoe necesita silla de ruedas y tiene dos papás; y Antonia no conoce a su papá, él nunca fue pareja de la madre, tuvieron una aventura como mochileros y ahora lo va a conocer por primera vez. “En ese contexto ampliado de cada niña es que le conté a Myriam la historia de Luana y ella se enamoró. Le pedimos permiso a Gabriela Mansilla (la mamá de Luana), porque si la hacíamos queríamos que llevara su nombre, que fuera una celebración. Gabriela nos dio el permiso y además Luana vio el dibujo antes de que fuera publicado el libro y nos mandó un audio hermoso, diciendo que le había gustado. Fue una gran emoción recibir ese audio, como un tesoro”. Luana fue la primera niña trans del mundo en conseguir su DNI en 2013. El Bestiario dice de ella: “Llena todo de brillos y purpurina. Sus primeras palabras fueron ‘Yo nena, yo princesa’, aunque en el colegio le seguían diciendo Manuel. Cuando le dieron su documento nuevo con el nombre de Luana se puso tan contenta que hizo una gran fiesta y llenó todo el barrio de brillitos y stickers. No se salvaron ni los vecinos que estuvieron más de una semana con la cara repleta de colores”.
“Me acuerdo que cuando lo presentamos en Planeta teníamos miedo que no quisieran publicarlo con Luana. Es más, habíamos quedado entre nosotras antes de la reunión que si la querían sacar, no lo publicábamos con ellos. Y fue todo lo contrario, las editoras –Adriana Fernández y Majo Ferrari– bancaron el proyecto de una manera increíble, con amor y una confianza total hacia nosotras. Emocionadas también con todo el proceso. Contentas de poder publicar un libro así que ellas querían tener hacía tiempo”.
–Toda niña es feminista. El Bestiario habilita esa lectura y nos deja la tranquilidad de que serán adultas conscientes de sus derechos y libertades.
–Este libro es una prueba minúscula de cómo le va a costar cada vez más a nuestra sociedad patriarcal enfrascar infancias en estereotipos normativos que quitan derechos y habilitan muerte. Toda niña es feminista porque ninguna persona podría ir contra sí misma si no fuera parte de este sistema que legitima la desigualdad y la violencia.