La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no en tributo a Lucien Laurent, que el 13 de julio -de julio, de julio- de 1930 y en Uruguay, hizo el primer gol de los mundiales en la victoria de Francia sobre México por 4 a 1, sino a André Maschinot, un señor de apellido, respiraciones y gestos que nadie pero nadie conocía en la clínica donde nació Julio y probablemente en ninguna clínica de ninguna parte, a pesar de que en ese partido metió el tercero y el cuarto de los goles de su equipo. Los libros de historia del fútbol siempre resaltan al bueno de Laurent y siempre mencionan al pasar al bueno de Maschinot porque los libros de historia, de cada historia, sólo cuentan algunas historias de la historia. Entonces, la mamá de Julio quiso legarle a Julio la idea de que mérito y resonancia no son sinónimos, aunque hay períodos en los que la humanidad se confunde y promueve eso, y que ser menos famoso que los demás no significa ser menos persona que los demás.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no como reconocimiento a las estrellas que alzaron copas o que estuvieron a punto de alzarlas en julio, sino como homenaje a los pibes argentinos que en julio -en julio, en julio- de 1942 corrieron mil partidos en su vereda mientras se quedaban con las ganas de que sus ídolos brillaran en un mundial porque la guerra demolía excesivas cuestiones y también a los mundiales y, en consecuencia, mundiales no había. Entonces, la mamá de Julio interpretó que Julio merecía embeberse de que la final de la vereda o la final de un mundial valen tanto una como la otra y que lo mismo valen los partidos que no son finales ni de vereda ni de mundiales porque lo que de verdad importa es ser gente y la gente especialmente es gente cuando, afuera o adentro de los mundiales, lo que hace es jugar.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para edificarle un altar a los uruguayos que el 16 de julio -de julio, de julio- de 1950 zapatearon encima de los pronósticos de los falsos sabihondos y se impusieron a Brasil en la final del Mundial brasileño de 1950, en algo que la eternidad denomina Maracanazo, sino en honor a cada jugador de Brasil y a cada hincha de Brasil que fueron ese día al estadio en busca de un sueño y ese sueño no se cumplió. Entonces, la mamá de Julio resolvió que a Julio le sería imprescindible, tan imprescindible como paladear el agua o enfocar al fuego, conocer que ni esos jugadores ni esos hinchas ni nadie que va en busca de una realidad es un perdedor de la existencia, ya que los y las que pierden en la existencia no son quienes hacen más o menos goles en las finales sino los y las que levantan el dedo para señalar o para castigar a presuntos perdedores porque les da pánico o les da comodidad no ir en busca de un sueño.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para exaltar la más alta actuación de Austria en los mundiales, aquel tercer puesto al que accedió el 3 de julio -de julio, de julio- de 1954 y en los pastos de Suiza, sino para transparentar que ese muy buen conjunto austríaco superó a Uruguay y que en Uruguay, por una lesión de dos partidos antes, faltaba el capitán Obdulio Varela, emblema de noblezas y de calidades mucho más que deportivas, que observaba con pasión solidaria al costado del campo. Entonces, la mamá de Julio consideró que si Julio se enteraba de que la grandeza de Obdulio perduraba como grandeza aunque su posición de ese tarde no capturara los ojos de las mayorías aprendería, a contramano de las sugerencias de ciertos mercaderes del micrófono, que la grandeza no se explica por ocupar el centro de la escena.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para asociarlo con todas las glorias que el fútbol brasileño acumuló en muchos julios sino para destacarle el 19 de julio -de julio, de julio- de 1966, esa jornada de dolores en la que, con las piernas de Garrincha lesionadas y ausentes y con las piernas de Pelé molidas y remolidas a patadas, Brasil cayó con Portugal y fue eliminada tempranamente del Mundial de Inglaterra, por lo que más de un escandalizador auguró el fin de una era de la pelota. Entonces, la mamá de Julio, imbuida de que Garrincha fulgura en las memorias del fútbol y de que el resplandor de Pelé escala invariablemente arriba de la sombra de sus golpeadores, determinó que a Julio le correspondía anoticiarse de que las bellezas del fútbol y no sólo del fútbol son víctimas de incontables heridas, pero no por eso dejan de ser bellezas.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para regalarle la estampa del gran Franz Beckenbauer fotografiado como campeón de todo el 7 de julio -de julio, de julio- de 1974 en el primer Mundial hecho en su Alemania, sino para sugerirle que reparara en la imagen de las piernas finitas e infinitas de Johan Cruyff, el holandés que no pudo gritar más goles que Beckenbauer en la final, pero que fue campeón de renovar los sentidos más maravillosos de un maltratado juego que se llama fútbol. Entonces, la mamá de Julio confió en que si Julio descubría que las piernas finitas e infinitas de Cruyff serían campeonas con o sin finales, marcharía por un camino finito e infinito que conduce a las felicidades que son posibles a través del fútbol.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para concederle los justificados aplausos al fútbol del Brasil de 1982 que fue suficiente para triunfar por 3 a 1 sobre Argentina el 2 de julio -de julio, de julio- de 1982, en un desafío del Mundial de España durante el que Diego Maradona, genial pero embroncado, migró por tarjeta roja a cinco minutos de la conclusión, sino para que no olvide nunca las fulerías que los bocones y los oportunistas de la época esparcieron sobre el Maradona no campeón y tarjeteado en rojo aquella vez. Entonces, la mamá de Julio advirtió que, más allá de que a Maradona le sobrevendrían mundiales de los que partió sin bronca, lo central era que Julio se comprometiera con el derecho a crecer en una sociedad que peleara contra los bocones y contra los oportunistas.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para ensalzar a las vueltas olímpicas de Alemania y de Brasil en los mundiales que abrieron los noventa, sino para poner el foco en el gol con el que el certerísimo inglés Gary Lineker asustó a Alemania en la semifinal del Mundial de Italia el 4 de julio -de julio, de julio- de 1990 o en los dos goles que el inspirado italiano Roberto Baggio le sacudió a Bulgaria y al universo el 13 de julio -de julio, de julio- de 1994 en la semifinal del Mundial de Estados Unidos. Entonces, la mamá de Julio asumió que Lineker no doblegó a Alemania y que Baggio surcó la semifinal pero falló un penal en el desempate de la final, pero celebró que lo que intentaron fue fenómeno mientras duró y que Julio sería un tipo más pleno si registraba que, entre otras cosas, el fútbol existe para enseñar eso.
La mamá de Julió eligió llamarlo Julio, pero no para ponerse de pie por las glorias que la cabeza y los botines de Zinedine Zidane conquistaron para Francia en Francia en la final del 12 de julio -de julio, de julio- de 1998, sino para acordarse de que, en ese mismo flash del devenir de los tiempos, Ronaldo, sin vuelta olímpica, brasileño y criticado, probablemente haya pisado el césped por la necesidad de la economía de mercado para la que representaba un montón de células con talento. Entonces, la mamá de Julio definió que Julio y millones como Julio llenarán de futuro al presente si no se resignan a aceptar que un ser humano es una mercadería.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para teorizar sobre el desenlace de la final que compartieron Italia y Francia el 9 de julio -de julio, de julio- del 2006, sino para detenerse en que los jueces de línea de ese cruce fueron los argentinos Darío García y Rodolfo Otero, dos hombres ante el parpadeo del globo terráqueo durante noventa minutos y dos hombres que, en los minutos que vinieron en los años siguientes, se pararon en cualquier esquina sin que parpadeara un solo peatón. Entonces, la mamá de Julio se propuso que Julio madurara a partir de ese episodio algo que, seguramente, esos dos hombres saben y ejercen pero no todos los hombres saben y ejercen, o sea que aparecer no es ser.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para embelesarse con la jerarquía de Andrés Iniesta para inventar el gol campeón de la España bonita del Mundial de Sudáfrica en la final del 11 de julio -de julio, de julio- del 2010, sino para concentrarse en que el mismísimo Iniesta desparramó, con una leyenda en su camiseta, una dedicatoria para Dani Jarque, un compañero muerto. Entonces, la mamá de Julio ni dudo de que Julio tenía, delante de sus corazón y de sus ojos, una convocatoria sublime para conocer en qué consiste ser un campeón.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para interrogarse qué hubiera acontecido si Neymar no resultaba lastimado en su cita con Colombia del 4 de julio -de julio, de julio- del 2014, que lo marginó de su Brasil y del Mundial brasileño, sino para meditar sobre carencias y presencias. La mamá de Julio distinguió en la pérdida circunstancial de Neymar una lección para que a Julio se le evidencie que una de las formas más esenciales del vacío es la ausencia del arte.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio, pero no para explorar la biografía de Nacer Chadli, autor del tercer y agónico gol con el que Bélgica besó el cielo por un rato y frente a Japón de los octavos de final rusos en el cambiante 2 de julio -de julio, de julio- del 2018, sino para reflexionar sobre trastocar lo que parece inamovible. La mamá de Julio cree que a Julio le lloverán discursos tramposos para convencerlo de que lo adverso es así, condenadamente adverso, y que goles contra la adversidad como el de los belgas -o como los de tantas y de tantos dentro y fuera de la cancha- educan para no rendirse.
La mamá de Julio eligió llamarlo Julio. Y pronto será madre de nuevo. Coincidencia: nacerá en julio. Diferencia: será mujer. Ciertas convenciones evitarán la repetición del nombre, pero no suprimirán el criterio. En esa criatura estarán los mundiales y estará julio. La mamá de Julio eligió llamarla Vida.