Aunque flotaba en el aire por la alegría ser parte de una Copa del Mundo, había algo en Patricio Hernández que no lo dejaba disfrutar. Incluso, viajó a España con el ceño fruncido. Sabía lo difícil que se le haría tener minutos en cancha en el Mundial al que Argentina llegaba con su condición de campeón defensor. A esa sospecha (que terminaría confirmándose al no ingresar en ninguno de los cinco partidos) se contraponía la certeza de que la genialidad compactada en los 166 centímetros de su compañero de habitación eran el presente y el futuro del fútbol argentino. Entonces tuvo un gesto de desprendimiento al cederle a Diego Armando Maradona la casaca número 10 que le había caído en suerte y quedarse con la 12, ya que según algunas reglas que se establecían dentro de la selección esa casaca le correspondía al astro.

“Antes de que yo le diera la camiseta a Diego, el primero que me lo pidió fue (Jorge) Cysterszpiler. Pero yo le dije que eso no le correspondía a él”, le cuenta Patricio Hernández a Enganche desde México. El representante de Maradona lo había llamado a su casa de La Plata para invitarlo a tener una charla, pero al encontrarse en Buenos Aires lo plantó al escuchar el pedido. Sin embargo, cuando días después el propio Diego mencionó algo del tema de la camiseta, Hernández enseguida le dijo que la 10 era suya y que esperaba que la rompa en el Mundial. “¿Cómo no le iba a dar la camiseta al jugador con el que compartía el cuarto? Diego estaba feliz. Menotti ni se detenía en esas cosas, así que solo pidió que se resuelva administrativamente”, recuerda. 

Desde 1974 y hasta 1990 una característica diferenció a la selección de la Argentina de las demás en los Mundiales: la numeración alfabética de sus futbolistas de acuerdo con los apellidos. La determinación de usar ese criterio para repartir las casacas resultó después de evaluar que de esa manera se podía evitar cualquier tipo de discusión respecto a la elección de los números. Cada futbolista llegó a la selección con la idea de pedir el dorsal que habitualmente usaba en sus equipos, pero al ser ordenado por alfabeto, esas cuestiones se desactivaron inmediatamente.

Así, hubo arqueros, defensores, mediocampistas y delanteros que utilizaron números que para nada los emparentaban con su posición en el campo de juego. Ubaldo Matildo Fillol atajó con el 5 en Argentina 78 y el 7 en España 82, Ramón Heredia fue zaguero con el 10 en Alemania 74, Norberto Alonso fue campeón del mundo con la 1 y Osvaldo Ardiles heredó el número en el intento de defensa del título, Rubén Ayala atacó con el 2 en 1974, Daniel Bertoni gritó goles con el 4 en 1978 y 1982 y Ramón Díaz fue delantero con el 6.

En el primer Mundial disputado en Alemania, ganado por la selección que capitaneaba Franz Beckenbauer, Argentina estrenó esta innovación. Consistía en asignar los números alfabéticamente de acuerdo con los apellidos de sus futbolistas. Sin embargo, en aquel equipo dirigido por el triunvirato Vladislao Cap, Perfecto Rodríguez y José Varacka, los tres arqueros fueron exceptuados del ordenamiento y así Daniel Carnevali llevó el 1, Fillol el 12 y Miguel Santoro el 21.

Acaso a tono con lo que implicaba en la oscura Argentina de 1978 correrse siquiera un paso de lo establecido, el Mundial disputado en nuestro país fue el único en el que no existieron las excepciones. Así, cada uno de los 22 futbolistas elegidos por César Luis Menotti tomó el número que le correspondía en el listado alfabético. “Sabíamos que el reparto de los números era así y nadie dijo nada”, recuerda Alberto Tarantini 40 años después. El Conejo jugó completos los siete partidos de aquella Copa del Mundo y convirtió un tanto, el segundo de la goleada 6-0 a Perú en la segunda ronda. 

El acuerdo entre Patricio Hernández y Diego en 1982 al trocar las camisetas número 10 y 12 fue la única alteración en uno de los mejores planteles argentinos de la historia. Solamente a dos futbolistas les volvió a tocar el mismo número con el que habían alzado la Copa: Bertoni buscó el gol otra vez con el número 4 y José Valencia nuevamente lució el 21 en la mitad de la cancha. No tuvo esa suerte Tarantini, quien vía Whatsapp le cuenta a Enganche que en España le hubiese gustado repetir el 20 que había usado en 1978 en lugar del 18 con el que disputó su segundo Mundial.

Solamente hubo tres futbolistas que en México alteraron el listado alfabético, y se trató de los hombres con mayor predicamento dentro del plantel. Diego y la 10 ya estaban mimetizados, Daniel Passarella se quedó con la casaca número 6 (había utilizado la 19 en 1978 y la 15 en 1982) y Jorge Valdano se quedó con la 11. Sergio Batista manejaba el mediocampo con el número 2 y José Luis Ciciuffo defendía con la 9. 

En Italia 90 otra vez Bilardo siguió la misma lógica, pero fue cuando más alteraciones hubo. Cultor de las cábalas, de los siete campeones del mundo que había en el plantel seis repitieron el mismo dorsal (a Julio Olarticoechea de todos modos le hubiese vuelto a tocar el 16). El único que no repitió respecto de la consagración azteca fue Nery Pumpido, que se quedó con el 1 a partir de que la FIFA comenzó a obligar a todos los seleccionados a que el primero del listado fuese uno de los tres arqueros de cada plantel. Sergio Goycochea, con el 12, y Fabián Cancelarich, con el 22, tampoco se ajustaron a una norma que ya era mucho más laxa y desaparecería para siempre a partir de Estados Unidos 1994. Eso sí, en el partido inaugural ante Camerún, Abel Balbo fue delantero con el número 3 y Néstor Fabbri se paró como defensor con el 11.

Holanda e Inglaterra también eligieron –aunque siempre con alguna excepción– el mismo criterio en distintas ediciones de la Copa del Mundo. El seleccionado naranja lo hizo con su equipo inolvidable, el de 1974; pero Johan Cruyff fue el jugador diferente: incluso con una indumentaria distinta a la de sus compañeros (por su contrato con Puma y el acuerdo comercial de la federación holandesa con Adidas), el capitán esquivó el 1 que le hubiese tocado y tomó el 14 con el que quedó inmortalizado en la historia del fútbol. En tanto, los ingleses lo adoptaron en 1982, aunque los tres arqueros llevaron la 1, 12 y 22, mientras que el 7 fue para Kevin Keegan.

La última vez que un plantel argentino se numeró de acuerdo al apellido de sus futbolistas fue hace poco más de 20 años, en la Copa América disputada en Bolivia en 1997. Fue en aquel equipo dirigido por Daniel Passarella y con la mayoría de los futbolistas del medio local, Nacho González atajó con el número 10 y en el mediocampo Christian Bassedas, capitán del equipo, lucía el 1.

Si para este Mundial se hubiese optado por aquel modo de asignar los números de las camisetas, Mascherano también hubiese lucido el 14 con el que jugó su cuarto Mundial. El 10 apenas hubiese aparecido en el momento más decepcionante portado por Federico Fazio. Para Messi hubiese quedado el 16, número que en el tarot se asocia a las desgracias, las rupturas y las metas que no se alcanzan, ese destino que Argentina y su capitán no lograron eludir en Kazán, la última escala de la frustrante excursión rusa.