Frente a la crisis económica, a la desocupación creciente, a la pobreza/indigencia e, incluso, al hambre que increíblemente asola a la República Argentina y a sus habitantes más expuestos, la Sra. Carrió, diputada nacional por la alianza política que gobierna el país, recomendó a los habitantes ricos, pudientes o, cuando menos, satisfechos, como solución a aquellos problemas, que den propinas adecuadas a quienes los sirven para superar la crisis o, al menos, paliar las necesidades urgentes de aquellos que sufren la crisis. Yo no soy experto en economía y, por lo tanto, no puedo teorizar sobre el tema. Sólo desde el punto de vista de un ciudadano común puedo decir que es la primera vez que escucho o leo tal proposición y que, para ser sincero, me asombra, quizás sin razón. Como un ejemplo: he vivido casi un lustro en Alemania, relativamente próximo a la finalización de la Segunda Guerra, he estudiado allí y, a pesar de haber escuchado y leído múltiples anécdotas sobre ese final, nunca nadie me mencionó a la “propina” (en alemán Taschengeld) como una solución, incluso sólo parcial, de la miseria que dejó ese período de reconstrucción en el pueblo alemán.
Propina es (no confundir con “coima”, la palabra vulgar en nuestro idioma para expresar aquello que en portugués mencionan como “propina”), en idioma castellano, el excedente sobre el precio de un servicio que quien consume ese servicio le dona a quien lo sirve. A mi juicio, más que un ejercicio de solidaridad, justificativo ético que usó la Sra. Carrió, se trata de un ejercicio de caridad, en el sentido de entregar a quien lo necesita aquello que a uno le sobra o no utiliza. Cumple el mismo papel que la ropa usada, que uno no usará más y la destina a personas carenciadas. Caridad no es solidaridad porque no se trata de ceder al otro el ejercicio de un derecho. La solidaridad está vinculada estrictamente a la igualdad, mientras que la caridad, por lo contrario, supone la desigualdad entre servido y sirviente. No por otra razón se denominaba “sirvienta” en mi juventud a las hoy consideradas “empleadas domésticas” y, precisamente por ello, hoy la denominación de “sirvienta”, en lugar de “empleada doméstica” o, cuando menos, “mucama”, sería considerado un trato indigno para trabajador, que, por otra parte, no es merecedor de una propina sino de un salario.
En fin, si por un momento acepto que la propina sea la solución de los problemas de mi país, al menos por el respeto que me provoca la opinión de un legislador nacional (pues me parece claro que no creo en ello), me es posible indicarle a la señora diputada nacional que en sus manos está la solución del entredicho. En este mismo diario leí hace escasos días un pequeño pero bonito artículo de opinión sobre la propina en nuestro país y su historia. De la mano de esa opinión yo recordé que el gobierno del general Perón la impuso como un derecho, normativamente, un porcentaje de la adición o factura que rendía cuenta de lo consumido, incluso más elevado que la costumbre universal (10%) y con la ventaja adicional de la solidaridad de todos los trabajadores de la empresa, que se repartían los importes de propina asentados por su porcentaje en la factura a pagar. Así, lo que era una caridad se transformó en un derecho que aprovechaba solidariamente a todos los trabajadores de un comercio gastronómico, pues la suma de todas las propinas se dividía entre todos. La solución, una innovación inteligente (según creo, también para el propósito de la Sra. Carrió), duró algún tiempo hasta que fue derogada la norma, que hoy no rige. En su papel de legisladora, la Sra. Carrió está en las mejores condiciones para instrumentar un proyecto similar e, incluso, extenderlo a otras actividades laborales en beneficio de quienes trabajan. Para ello basta consultar unos pocos antecedentes que amanuenses aun sin formación específica pueden llevar a cabo, incluso consultando con el autor del artículo citado.
Sra. Carrió, no me diga que Ud. teme tener que pagar por ciertos servicios una propina demasiado elevada.
* Profesor emérito UBA.