Un joven escritor argentino –que está por publicar su primer libro de cuentos, La invasión– se gasta los últimos treinta y cinco pesos que tiene, a fines de febrero de 1967, en medio kilo de uvas. “Puse los racimos en un cuenco con hielo y las fui comiendo en el patio, con una cadencia indefinible, cada una anunciaba ya la próxima, como si el racimo de uvas encerrara un ritmo –o una forma– invisible que las ordenaba”, cuenta Ricardo Piglia hacia el final de Años de formación, el primer tomo de Los diarios de Emilio Renzi (Anagrama). Entonces ese joven escritor estaba trabajando en doce semblanzas de narradores estadounidenses del siglo XX para acompañar los cuentos de una selección de escritores que se publicaron con el título Crónicas de Norteamérica, en la serie de antologías que editaba Jorge Álvarez y dirigía Pirí Lugones. Los retratos de Ernest Hemingway, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Truman Capote, John Updike, Sherwood Anderson, Thomas Wolfe, Erskine Caldwell, Ring Lardner, James Purdy, Nelson Algren y James Baldwin están en Escritores norteamericanos (Tenemos las máquinas), libro que incluye, a modo de cierre, el ensayo “Cuentos policiales norteamericanos”, un texto crucial para comprender el modo desplazado de leer de Piglia, los cruces y las relaciones entre literatura y sociedad.
Escritos norteamericanos de Piglia inaugura la colección de ensayos “Avenida Independencia” de Tenemos las máquinas, un sello que se inició en una pequeña imprenta familiar ubicada sobre la avenida Independencia en la ciudad de Buenos Aires. “Mi entusiasmo por la narrativa norteamericana, comprendo ahora, fue una reacción frente a la influencia de Borges y Cortázar, que hacían estragos entre los escritores de mi generación”, revela el escritor en una nota fechada el lunes 10 de julio de 2016. Piglia interviene en el campo de la literatura argentina proponiendo una serie de lecturas a contrapelo de los autores del boom de la literatura latinoamericana, como si en la interpretación que condensa en cada retrato definiera cómo y contra quién escribir. Su combate es ante el exceso de retórica de un tiempo demasiado retórico en la prosa. “Faulkner escribe como si predicara, un enardecido pastor puritano para quien el ámbito de la literatura es el de un tribunal en el que se han borrado las distancias entre los criminales y los jueces; su leyenda es atroz y brutal: todos los hombres son culpables, no hay diferencia entre pureza y corrupción. El suyo es un universo legislado por un Dios implacable del Viejo Testamento, no hay redención ni inocencia: sólo la culpa y el pecado”, plantea el escritor en “Faulkner, profeta del pasado”.
“El mundo nos hiere a todos, pero algunos aguantan y se fortalecen en los lugares vulnerables”. Este es el código que descubrió “el camillero norteamericano”, por Hemingway, durante la Primera Guerra Mundial. “Endurecerse es un oficio como cualquier otro: hay que ensayarlo y aprenderlo. Es arduo pero vale la pena: elegir un papel es quedar oculto, cobijarse en los gestos vacíos. Los hombres de Hemingway son lo que hacen: si consiguen disimular el miedo, ese mismo acto los definirá para siempre. Ser un valiente o parecerlo: en el fondo es lo mismo cuando se trata de sobrevivir”, analiza Piglia la obra del autor de El viejo y el mar. “Todo su estilo, despojado y sutil, está construido para reproducir esa ambigüedad: un hombre regresa o está por lanzarse a la acción. Hemingway lo congela, lo inmoviliza en ese tiempo muerto”, añade el escritor.
La voracidad de sus lecturas se traduce en reflexiones certeras, como si diera en el blanco complejo del nudo trenzado entre la vida y la literatura. De Caldwell afirma que algunos de sus cuentos y dos de sus novelas, El camino del tabaco y La chacrita de Dios, “se salvan del naufragio por su fuerza narrativa, siempre carente de retórica, por la obsesiva fidelidad de su mundo: pasar con él de novela en novela, de cuento en cuento es como caminar por el campo, de chacra en chacra”. “Se encuentra gente nueva, pero siempre la misma vida: el hombre y su trabajo en la lucha contra la naturaleza, la pesada inmovilidad del tiempo, la intensidad inflexible del clima, la inmensidad de los campos sembrados. Allí se mueven sus personajes; la naturaleza es el marco y el conflicto para esos seres activos y brutales que jamás conocen las tormentas interiores”, fundamenta el escritor en este agudo perfil titulado “La marcha de los bárbaros”. Y agrega: “Todas sus historias flotan fuera del tiempo: Caldwell no remata, no resuelve nunca la situación, la deja en suspenso, como si fuera imposible abarcar la inmensidad del universo y sólo fueran posibles algunos trazos, ciertos signos a partir de los cuales se pueden reconstruir los destinos”.
Hay un modo de alumbrar al sesgo que permite que una lectora se atreva a conectar narradores disímiles como el olvidado Nelson Algren y John Updike. En los libros de Algren, cronista de los barrios y lúmpenes de Chicago y perseguido por el senador McCarthy, se descubre una nueva imagen del hombre norteamericano. “Haberla buscado entre los delincuentes y las prostitutas es un desafío: siempre es un escándalo tratar a los criminales, a los drogados, no como autómatas sirvientes del Mal sino como a seres humanos, aferrados a una moral, a un código inflexible y viril basado en el coraje y el orgullo, en la amistad y la ‘decencia’”, advierte Piglia. “Todo el estilo meticuloso y terso de John Updike se encamina a reproducir este encierro, el espesor agobiante de ese mundo en el que los objetos y las máquinas han expulsado al hombre, provocando una nueva caída, un nuevo pecado original”, reflexiona el joven Piglia. Tal vez también encontró en la narrativa norteamericana una vía de escape de la retórica del boom. En su diario, o mejor dicho en los diarios de Emilio Renzi, su alter ego, anota como al pasar: “La ironía es un procedimiento negado para la izquierda. Demasiada solemnidad, demasiada seriedad en los objetivos. Todos se toman lo que dicen con demasiada gravedad. Sólo quienes no tienen nada que perder pueden reírse de sí mismos”.
Q El libro se puede conseguir en Waldhuter, Clásica y Moderna, Librería Norte y Librería del Fondo, entre otras. Se puede consultar una lista completa de todas las librerías en el sitio web de la editorial, www.tenemoslasmaquinas.com.ar