La situación del fútbol es grave por lo que pasa, pero peor por lo que proyecta. Vista en perspectiva, la votación bochornosa del 38 a 38 hoy parece una anécdota risueña. La AFA está fracturada en dos bloques con intereses que parecen irreconciliables. Ya no se trata de los dirigentes de un lado y la desdibujada comisión regularizadora del otro. El quiebre tiene una derivación más clasista. La mayoría de los clubes de Primera están enfrentados con los del Ascenso y el interior. El poder por el que luchan tiene ahora un emergente que es la futura reforma del estatuto que planteó la FIFA. Las dos partes no sufren de la misma manera la crisis. Mientras Boca y River o los que apuestan a la Superliga se las rebuscan y no dependen por completo de los  ingresos de la televisión, en las categorías más chicas no pueden pagar sueldos, pretemporadas ni las cuentas de los servicios. Sus presupuestos están sujetos a lo que cobran de la TV.

El conflicto se agravará apenas llegue a Buenos Aires el nuevo estatuto que preparó la FIFA. Alejandro Maron, un especialista en el tema, ex presidente de Lanús e integrante de la Conmebol, dijo que se enviará desde Zurich entre el 20 y 25 de enero. Los directivos de los clubes de Primera declaran que el borrador vendría con un cambio de fondo: la proporcionalidad de asambleístas –según su propia versión– se invertirá y ellos tendrán más poder. Si así fuere, ya no serán más la minoría en el órgano de máxima representación que gobierna a la AFA. Hasta ahora, la asamblea elige al presidente y éste a los demás integrantes del comité ejecutivo. Pero ni siquiera se reunió para aprobar el balance del último ejercicio (2015-2016) porque la comisión regularizadora no lo presentó en octubre pasado. Con el estatuto actual votarían 75 asambleístas. Con el nuevo lo harían 40. Con el primero prevalece la mayoría de clubes del interior y del Ascenso. Con el segundo la máxima categoría del fútbol nacional contaría con 22 representantes y las demás con 18. Si se concretara un cambio estructural como éste, el conflicto no tendría salida. La grieta institucional se profundizaría. A menos que la FIFA determinara una segunda intervención. La primera colocó a Armando Pérez al frente de la AFA y en los hechos fue obra del gobierno nacional. Si se repitiera la medida sus consecuencias serían impredecibles. ¿Una desafiliación a la asociación? ¿La imposibilidad de jugar lo que resta de las Eliminatorias? ¿Un Mundial de Rusia sin la Selección, algo que no ocurre desde México 70?

Está claro cuál es el papel del Gobierno en esta disputa donde ningún sector prevalece. Apostó a asfixiar a los clubes de menores recursos, a los más endeudados, a atacar a sus dirigentes como si        no estuvieran desprestigiados. No cumplió con el contrato del Fútbol para Todos. Macri influye en la AFA como si fuera el presidente de Boca. Tiene en Javier Medin al hombre que le responde, un abogado que trabajó en sus empresas. De manera deliberada empuja al deporte que más aman los argentinos hacia el borde del precipicio. Aunque por ahora no paga el costo político.

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