Desde Rio de Janeiro
Y, bueno, ocurrió lo que nadie esperaba, al menos en Brasil: estamos de vuelta a casa. O mejor dicho, de vuelta a muchas, muchísimas casas: de los 23 brasileños que integran el seleccionado, solamente tres viven en Brasil. Los demás están esparcidos por el mundo.
Hubo, es verdad, un Courtois, el arquero de Bélgica, intentando imitar el mexicano Guillermo Ochoa del mundial del 2014. Es posible procurar mil y una razones para la derrota de Brasil.
Pero la verdad verdadera es que, aunque teniendo un equipo de estrellas muchas veces más luminosas que las estrellas belgas, no logramos. Faltó un esquema táctico, sobró agobio y desesperación.
Y, bueno, perdimos. Y, bueno, quedamos eliminados. Y, bueno, bueno, pues nada, nada...
Ahora, el país volverá al día a día. Un día a día del cual escapó hace poquitos días, más bien a partir de la victoria sobre Serbia. Recién entonces Brasil, y muy especialmente mi ciudad, Río de Janeiro, entró en algo parecido al clima de un Mundial.
Ayer todo parecía indicar que finalmente Río había entrado en el tan esperado clima que se repite a cada cuatro años. No me refiero al clima-clima, pero a la atmósfera humana.
Con relación al clima-clima, cuento que, en pleno invierno carioca, la temperatura es rara: máxima de 30, mínima de 19. Pienso en los amigos lejanos que, en pleno invierno, no creerían en tales marcas.
Ya en cuanto a la atmósfera, pues fue un fuego frágil y fugaz. A las dos de la tarde de ayer en Río, faltando una hora para Brasil y Bélgica, por primera vez, en este Mundial, había algo parecido a una fiesta popular.
Bueno, bueno: 2 a 1. Estamos fuera. Y hay un nuevo nombre en la lista de verdugos de Brasil: Courtois. El arquero belga.
Ahora, a volver a la vida real. A darse cuenta de que mientras se disputaba el Mundial, el gobierno ilegítimo y golpista de Michel Temer aumentó en hasta 20 por ciento lo que se paga por un seguro-salud, es decir, un plan privado de atención médica; vendió la Embraer, la tercera o cuarta mayor fabricante de aviones del mundo, a la Boeing, por un precio simbólico, lo que –acorde a los sindicatos del sector– implicará en al menos 25 mil puestos de trabajos eliminados; subastó empresas de energía y vendió petróleo a precio de bananas, como decimos en Brasil; se redujo a menos de la mitad el presupuesto de programas sociales creados por Lula; se aprobó en la Cámara de Diputados un proyecto de ley que permitirá el uso, en Brasil, de agro-tóxicos que son prohibidos en casi todo el mundo, producidos por empresas norte-americanas y europeas en cuyos países no se puede utilizar; resumiendo, mientras mi país era derrotado en la cancha, era derrotado en la vida real.
Se vuelve entonces a esa misma vida real en la cual enfrentaremos derrotas más crueles y contundentes que la que sufrimos ayer frente a Bélgica.
Y no es que los belgas hayan jugado bien: hemos perdido por fallas nuestras. En la cancha, como en la vida real.