En su más reciente propuesta, el dramaturgo y director Javier Daulte coquetea con la ciencia ficción planteando conflictos humanos y dolorosos. ¿Es posible volver al pasado, a circunstancias que nos marcaron a fuego y provocaron heridas profundas? Siniestra (viernes a las 20.30 y 22.30 en Espacio Callejón) plantea un díptico: dos historias que suceden en un mismo espacio, la sala de un centro experimental y ¿terapeútico? que ofrece la posibilidad de volver el tiempo atrás y producir cambios en la historia personal para alterar el futuro, o de reencontrarse con un familiar muerto mediante la intervención de actores preparados que sustituyen al fallecido. Así se abre la escena dolorosa hacia nuevas zonas: revivir la experiencia con toda su carga afectiva, sus pliegues y con los cambios que podrán surgir.
En la primera obra, Cronoterapia, una pareja en crisis asiste al centro para intentar modificar nada menos que la concepción de un hijo, a partir de la cual sucedieron hechos trágicos: accidentes, hospitalizaciones, sufrimiento del niño. Allí se encuentran con ellos mismos pero cinco años más jóvenes. Hay miradas distintas sobre lo acontecido y, tal vez por eso, los personajes ven literalmente cosas distintas en ese ámbito con algo de cámara Gesell. Desde ese momento, la trama va desplegando un universo de espejos y laberintos. En la segunda historia, El actor, una pareja de hermanos asiste para reencontrarse con el hermano muerto. La empresa les provee la posibilidad de que el hermano resucite por un lapso de tiempo, encarnado por un actor que trabaja para la institución y que es un calco del fallecido, física y emocionalmente. Nuevamente el tema de doble. Y lo que emerge es por lo menos sorprendente. ¿Qué pasa cuando lo familiar se vuelve extraño, inquietante y roza lo siniestro?
Todo transcurre en un espacio transparente, delimitado por bordes metálicos que se iluminan y con algunos objetos que ofrece la supuesta terapia. Pero esa transparencia sea acaso la contracara de la opacidad, los dobleces y las fuerzas contenidas y en pugna de los personajes. Hay música incidental, juegos de luces, proyecciones y cuatro actores que interpretan las dos obras breves. Tarea nada fácil: dar cuerpo a un relato que cabalga entre utopías futuristas, traumas vitales y buenas dosis de humor y absurdo; una paleta muy amplia de estados y emociones. El elenco se maneja con solvencia aunque cabe señalar que, sobre todo en la primera historia, las voces tienden a superponerse a un volumen muy alto en varios momentos, interfiriendo en la comprensión y el seguimiento de un relato complejo. Bajar unos decibeles sin perder intensidad dramática ayudaría a que el espectador no quede fuera de las capas de cebolla que propone la historia. La segunda parte es más fácil de seguir, menos críptica y más disfrutable. Silvia Gómez Giusto deleita como la esposa en Cronoterapia, pero sobre todo como la ejecutiva que administra la empresa en El actor, con una indiferencia, un desapego y una contundencia que horrorizan y divierten. La acompañan Federico Buso (su marido en la primera historia), Carla Scatarelli y Matías Broglia (como la misma pareja cinco años menor en la primera parte y como los hermanos en la segunda). Cada uno tiene su momento de lucimiento, como cuando Scatarelli conmueve como la hermana enamorada de su propio hermano. Buso y Broglia transitan el humor y la emoción y tienen sus chispazos en escena.
El espectáculo exhibe mucho trabajo, un texto que se arriesga en temas complejos y una puesta en escena y un juego actoral atractivos. Cierto aceleramiento en la interpretación conspira contra un mayor entendimiento: seguramente con el tiempo estas cuestiones se irán limando hasta alcanzar el tempo apropiado. Por el momento, la obra ha sumado una segunda función, un indicio de la atracción que está generando en la sala de Humahuaca 3759.