La realidad está pasando por debajo de la puerta como una factura de servicios dolarizados. Esto puede ser leído como una metáfora pero también como algo literal. Cuando se escucha el ruido seco y breve del sobre deslizándose por debajo de la puerta, y es el de la factura de luz o de gas o de agua, es la realidad la que irrumpe en la vida de millones de personas que desde hace meses lidian con una batalla imprevista en sus vidas. En ese momento, cuando las cuentas no dan ni de un modo ni de otro, o cuando el que hace las cuentas esta sin trabajo o es el dueño de una pyme que recibe en ese acto un diagnóstico irreversible, ésa es la información. Directa y de primera mano, inocultable, atroz.
Hubo un tiempo en el que, después de 2001, en esos años desesperados en los que aparecieron los movimientos de trabajadores desocupados (MTD), después de los desquicios de las cuasimonedas y media clase media cayendo en la casa de los suegros o forzando combinaciones familiares por el estilo para achicarse, en el que parecía que colectivamente habíamos aprendido algo profundo y duradero. Pero la experiencia se repite, votada por viejas y nuevas generaciones que quién sabe qué cosa esperaban de Macri. Como fuere, hoy hay una repentina conciencia difusa pero extendida de que este modelo tiene mil beneficiarios y cuarenta millones de perjudicados.
No alcanzan los antiguos voceros y propagandistas, ya marcados por la mueca mercenaria. Muchos de ellos, incluso, han intentado reposicionarse con algunas críticas a Macri. Es que la realidad está pasando por debajo de las puertas donde hay puerta, y llega con el barro donde hay barro. Y el hartazgo hace escuchar ahora algunas voces y tonos y furia que hasta hace poco se sofocaban.
Pega la realidad. Golpea. Abusa, enfurece, lastima la realidad. La del estómago, la de la confusión, la del despido, la de la incertidumbre, la de la sorna gubernamental, la de la evidencia cotidiana de la vida amarga que se lleva, y la percepción realista de que ellos nunca entrarán en razones, porque nunca tuvieron razones sino intereses. Dirigentes políticos y economistas que hace tan poco apoyaron a Macri votándole lo necesario para el reendeudamiento se pasean por los estudios y gastan butacas televisivas para denunciar su estupor, su sorpresa por este cambalache. Pero era obvio. Son los mismos y ya lo habían hecho. La súbita indignación no hace más que reafirmar que o no saben nada o mienten siempre.
Quieren y casi tienen todos los medios de comunicación, pero cuando se convierte a la comunicación en un simulacro y se la usa para la manipulación y el disciplinamiento, el efecto no dura. Deberían además medicarnos, como hacía Osho con los indigentes molestos que le sirvieron de electorado (qué buen documental Wild Wild Country) en Oregon. Pero la distopía no está completa. Hace agua. Porque la realidad es el agua que se filtra y va mojando pies y más pies, millones de pies de gente que lucha diariamente para no arrodillarse.
Muchos dejaron de ver televisión. En cada vez más taxis y salas de espera, hay música o dibujitos. Eso lo que indica es la evitación de la furia, del odio alimentado, el hartazgo de las malas noticias, el agotamiento de las operaciones y la necesidad de pequeñas burbujas de tranquilidad. Porque este país se puso insoportable.
¿Vieron las fotos de los docentes de Trelew acampando por su paritaria a muchos grados bajo cero? Parecen de un campo de refugiados. Hombres, mujeres, niños, filas y filas en el piso de tierra congelada, tapados con frazadas cuerpo a cuerpo. ¿Coberturas? Ninguna. Es una de las razones del desmantelamiento de Télam. Que no se vea, que no se escuche. ¿Vieron cómo les cerraron las puertas en las narices y los dejaron encadenados a las rejas de plaza de Mayo a los familiares de los tripulantes del San Juan? ¿Hasta dónde piensan llegar? ¿Vieron cómo liberaron a otro de los policías acusados de matar al niño Facundo Ferreira? ¿Y escucharon las voces de los vecinos de La Plata cuyos nombres fueron usados como aportantes del Pro? ¿Coberturas? Ninguna. Y sin embargo lo sabemos. Y por eso no los podemos ver. Macri lo sabe y por eso no hay actos oficiales. Porque sabe que es presidente de un pueblo que no lo puede ni ver.
Hace más de dos años y medio, cuando comenzaba a insinuarse este infierno que es el Pro en el gobierno, escribí un párrafo que siguió circulando desde entonces, y viene a cuento de lo que está pasando ahora: “Estamos ante un dispositivo de poder no conocido en el mundo hasta ahora, cuya conducción política desprecia la política y por ende se equivoca políticamente sin parar. Es gente impiadosa, brutal, inculta, formada sólo para ganar dinero. Es la nueva barbarie global, y la tenemos en el gobierno. No han venido a gobernar la Argentina sino a convertirla en un enorme territorio sacrificable. Como contrapartida, tenemos un pueblo más informado respecto de su propia desinformación que nunca”.