Shoko Asahara, el fundador de la secta apocalíptica japonesa Aum Shinrikyo que sembró el terror con un atentado con gas sarín que dejó 13 muertos y más de 6.000 heridos en el metro de Tokio en 1995, fue ejecutado ayer en Japón junto a seis de sus seguidores. Así lo anunció la ministra de Justicia, Yoko Kamikawa, asegurando que la ejecución de los responsables fue una decisión muy meditada. “Es inevitable aplicar la pena de muerte en estos graves y abominables crímenes”, que no deben volver a ocurrir nunca más. “El miedo, el sufrimiento y el luto de las víctimas y sus familiares fueron inimaginables.”
Se trata de las primeras ejecuciones en relación al atentado ocurrido hace 23 años, el 20 de marzo de 1995, cuando miembros de la secta Aum Shinrikyo depositaron varias bolsas de plástico con gas sarín y liberaron el gas nervioso en varios trenes del metro de Tokio en hora pico de la mañana. El atentado ocurrió directamente bajo el barrio del Gobierno de la capital nipona. La elevada cifra de víctimas se explica porque un solo miligramo dde organofosfatos puede paralizar el sistema respiratorio y provocar un paro cardíaco. El ataque conmocionó a la sociedad, aún más si se tienen en cuenta los bajos niveles de criminalidad en el país. Tras el primer ataque terrorista del mundo con gas nervioso, Asahara fue detenido el 16 de mayo de 1995 y, tras un maratoniano y sin precedentes proceso judicial, un tribunal de Tokio condenó en 2006 al gurú medio ciego y a doce de sus seguidores por 28 casos relacionados con el atentado y por otros asesinatos.
Asahara y el resto de miembros de la secta Aum Shinrikyo, cuyo nombre significa “Verdad Suprema”, se encontraban desde entonces encerrados en el corredor de la muerte esperando su ejecución. Durante todo el proceso, el fundador de la secta, de 63 años, cuyo nombre civil es Chizuo Matsumoto, simplemente calló o habló de forma incomprensible en susurros. En enero de este año se cerró el último proceso judicial contra miembros de la secta. En marzo, 7 de los 13 condenados a muerte fueron trasladados de sus prisiones en Tokio a otras, lo que en Japón se entendió ya como un signo de que se acercaba la ejecución por ahorcamiento.
La tercera economía del mundo es uno de los pocos países industrializados que mantiene vigente esa condena. Desde la llegada al poder del primer ministro Shinzo Abe en diciembre de 2012, 28 personas han sido ejecutadas. Sin embargo, la ejecución del líder de la secta y sus seguidores no es del todo satisfactoria para muchos, porque con ello desaparece la posibilidad de saber más de los hechos y descubrir los motivos. Shizue Takahashi, que representa a las víctimas de la secta, señaló ayer que su corazón latió deprisa cuando oyó los nombres de los seguidores de la secta. Pero lamentó la ejecución. “Quería que los interrogaran expertos”.
Su marido, Kazumasa Takahashi, era uno de los responsables de estación del metro de Kasumigaseki. Murió cuando intentaba limpiar un charco de un líquido de color claro que las autoridades identificaron después como gas sarín.
Amnistía Internacional, y una hija de Asahara, Rika Matsumoto, criticaron la ejecución del líder de la secta, alegando que no sólo sufría problemas físicos, sino también psíquicos. Matsumo dijo que su familia luchó durante mucho tiempo para que su padre recibiera tratamiento, pero la prisión de Tokio y los tribunales no se lo permitieron.