Desde París
La primera palabra, Ciberguerra, figura hace mucho en el Oxford Dictionary. La segunda, post-verdad (post-truth) fue elegida por el célebre diccionario como palabra del año 2016. Ambas han sido y serán la línea dominante de los próximos años. Al segundo término le debemos el Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea), la elección de Donald Trump en los Estados Unidos y, en la Argentina, el acceso al poder de Mauricio Macri gracias al diseño revisitado de la post-verdad, el “vale todo”, promovido por Durán Barba. La Ciberguerra lleva décadas provocando estragos y enfrentamientos subterráneos entre los Estados. Pese a ello, para la gran mayoría de la opinión pública esa confrontación en el ciberespacio se asemejaba más a una ficción cinematográfica que a la realidad. Ahora, sin embargo, esa ciberguerra salió del imaginario ficticio para instalarse en lo real con una fuerza perfectamente demostrada por el resultado de las elecciones norteamericanas y las reiteradas denuncias (no probadas) de Washington contra Moscú sobre su ciber poderío. Resulta claro que, en esta etapa de la historia, Rusia ganó varias batallas decisivas dentro del ciberespacio. Moscú desplazó a China como el actor central de las ciberincursiones. Según declararon ante el Senado norteamericano los más altos responsables de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, James Clapper, el Director Nacional de Inteligencia, Michael Rogers, el responsable de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), y el subsecretario de Defensa para Inteligencia, Marcel Lettre, “Rusia es un ciberactor completo que representa una gran amenaza para el gobierno estadounidense y sus intereses militares, diplomáticos y comerciales”. Washington, desde luego, no es en nada inocente. Estados Unidos lleva décadas devastando sistemas con su ciberherramienta Master Mind, realizando incursiones hostiles en países enemigos o aliados o espiando al planeta entero mediante el programa Echelon y la NSA, la Agencia de Seguridad Norteamericana, y su programa de espionaje global, Prism.
Maxime Pinard, director de Ciberestrategia en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) había señalado hace un año:”Nos dirigimos hacia una militarización reforzada del ciberespacio”. El cambio rotundo que se dio durante 2016 se sintetiza en el hecho de que Rusia se adelantó a las potencias occidentales y logró ganar batallas importantes en el ciberespacio. Desde la guerra en Ucrania, donde Moscú consiguió circundar las comunicaciones electrónicas entre las tropas ucranianas y los centros de comando, hasta la supuesta intercepción de los emails de Hillary Clinton y del Consejo Nacional demócrata, Vladimir Putin dejó en ridículo a las potencias tecnológicas de Occidente y a la misma Alianza Atlántica, la OTAN, que, en 2008, había creado el Ccdcoe, Cooperative Cyber Defence Centre of Excellence. Se trata de una estructura ubicada en Estonia encargada de la ciberdefensa y, desde luego, de los ciberataques. Cabe recordar que, en 2007, Estonia fue uno de los primeros países en sufrir las consecuencias de un ciberataque global que paralizó prácticamente todas sus infraestructuras.
El célebre ciberataque de 2010 montado por Estados Unidos e Israel contra el programa nuclear Iraní mediante el virus Stuxnet es un aperitivo ligero al lado de la intensidad actual. Incluso si aún faltan elementos de prueba formales sobre la implicación de Rusia en el hackeo de los correos de Hillary Clinton y otros ataques, la historia ha cambiado de rumbo: “este caso marca un antes y un después en la ciberguerra”, asegura Nicolas Arpagian, experto y autor de libros como La Ciberguerra ha comenzado y la Ciberseguridad. Arpagian destaca que ha habido una rápida reactualización de la ciberguerra que implica a varios Estados: “hoy no existe ningún conflicto moderno que no incluya un capítulo digital. Es el caso en Israel, en Francia, en Gran Bretaña, en China y en Rusia”. Hasta hace un año, China era la gran culpable de los ciberataques en masa. En septiembre de 2015, durante una visita del presidente chino du Xi Jinping a los Estados Unidos, ambas potencias pactaron un “código de ciber buena conducta” inspirado en un informe elaborado por un grupo de trabajo de las Naciones Unidas. Según reveló el New York Times en ese momento, cada país debía comprometerse a no atacar los centros vitales como las centrales eléctricas, los sistemas bancarios, las redes telefónicas o los hospitales. China había acumulado en aquel entonces un volumen consistente de éxitos en el ciberespacio. Rusia ha desplazado ahora a China gracias a un “savoir-faire” en varios campos decisivos como “las matemáticas” (Nicolas Arpagian).
La ciberguerra es un mastodonte con sus pies en dos fronteras: está entre los intereses de los Estados y las metas de los grandes grupos industriales que también recurren a sus métodos. En ese juego, sólo un puñado de países cuenta con capacidades reales.Los demás son actores menores o víctimas permanentes:Estados Unidos, Rusia, China, Irán, Israel, Francia y Gran Bretaña son el grupo de países que dominan como nadie la tecnología. Ello crea una asimetría alucinante entre ese club selecto y el resto de las naciones del planeta, las cuales, a su vez, le compran alta tecnología contaminada a esos mismos países. Los ciberataques son a menudo invisibles, no dejan víctimas ni manchas de sangre. Constituyen una amenaza borrosa e impalpable cuya evidencia recién ahora empieza a ser contundente a la sombra del conflicto entre Washington y Moscú derivado del ciberataque contra Hillary Clinton y los demócratas. Si esa intercepción en principio inocente pudo cambiar el rumbo de las elecciones presidenciales en la primera potencia mundial resulta fácil imaginar hasta dónde puede llegar. Es un campo clave. En diciembre de 2016, en una columna publicada por el diario francés Les Echos, el general Pierre de Villiers, jefe del Estado Mayor francés, escribió: “nuestros tres ejércitos nunca cesaron de estar presentes en los cinco medios que son la tierra, el mar, el aire, el ciber y el espacio”. La inclusión de los términos “ciber” y “espacio” demuestra cómo ambas dimensiones son ya ejes de la guerra moderna. Algunos días más tarde, el Ministro francés de Defensa, Jean-Yves Le Drian, adelantó que “mañana habrá un cuarto ejército que se llamará ejército ciber”. Después, el Ministro detalló el alcance de esa guerra en el ciberespacio: “las amenazas en el ciberespacio son el resultado de una diversidad inédita de actores (cibercriminales, haktivistas, Estados, grupos terroristas) entre los cuales las fronteras son porosas. Esas amenazas son extremadamente variadas. Un ataque, incluso rudimentario, contra un sistema de voto electrónico puede perturbar la vida democrática de una nación: la parálisis de los medios puede perturbar profundamente la vida social: la parálisis de un sistema eléctrico puede alterar seriamente la vida cotidiana de los ciudadanos como la economía”. Francia tiene programado de aquí a 2019 preparar un “ejercito digital” de unos 3.000 integrantes.
De forma cínica, Estados Unidos se ha vestido con el traje de cibervíctima cuando, en realidad, ha sido la potencia más invasora de la historia gracias a lo que se creía su avance tecnológico. Moscú le ha ganado hoy un capítulo de la guerra moderna. No por nada protege en su territorio a Edward Snowden, el ex agente de la CIA y la NSA que reveló al mundo entero el espionaje masivo de ciudadanos, empresas, Estados y dirigentes políticos que Washington llevaba a cabo decía hacia años y con la comprometida colaboración de Apple, Facebook, Google, Yahoo! y otras ciberempresas. La gran potencia del norte llora públicamente su derrota pero tiene un voluminoso prontuario de ciberguerras. El problema radica en que cualquier aficionado mentiroso como Trump o Durán Barba puede convertirse en un apóstol de la post-verdad. La ciberguerra es otro asunto ante cuyas consecuencias las naciones menos desarrolladas del mundo están desnudas.