Desde Londres

Capturada por una agenda neoliberal y una socialdemocracia en retirada, la Unión Europea (UE) no tiene respuestas a la crisis que enfrenta desde el estallido financiero de 2008 y su vástago, el de la deuda soberana de 2010. Los problemas se apilan. Al Brexit que se empezará a negociar este año, se suman la crisis de los refugiados, los atentados terroristas, la debacle griega o el ascenso de una derecha xenófoba que quiere destruir el proyecto paneuropeo, pero frente a la peor crisis existencial de sus 70 años, la respuesta oficial europea ha sido hasta el momento patética.

Los discursos y las hojas de ruta planteados en las últimas semanas y meses son vagas generalidades dominadas por frases del estilo de “la Unión Europea no es perfecta, pero es el mejor instrumento que tenemos” y “hay que ampliar el consenso europeo para una política a largo plazo sobre inmigración basada en los principios de la responsabilidad y solidaridad”. La iniciativa concreta más vistosa del año pasado fue que la UE tenga wifi gratis en todo el bloque para 2020, aspiración simpática y útil, pero claramente insuficiente para la crisis en juego.

El trasfondo de la crisis es claramente económico. Desde el estallido financiero de 2008 la UE apenas crece y la eurozona -los 19 países de los 28 que manejan el euro como moneda- vive en un estado de zozobra permanente con varios países, desde Grecia hasta Portugal, España e Italia, al borde de la bancarrota y un desempleo que supera el 10% en muchas naciones.

La suerte, la “fortuna” que Maquiavelo consideraba fundamental en el curso de los acontecimientos históricos ha contribuído decisivamente al actual callejón sin salida. La crisis de 2008 y 2010 sucedió en una Europa hegemonizada por la conservadora cristiana demócrata Angela Merkel, el francés Nicolas Sarkozy y con el liberal-laborismo británico de Tony Blair- Gordon Brown en retirada. Si en vez de ese entente ortodoxo hubiera existido el consenso alternativo de la socialdemocracia europea, aún con  toda su blandura post-caída del Muro de Berlín, habría existido la posibilidad de un nuevo Plan Marshall que hubiera permitido a la UE arrancar por la senda del crecimiento en vez de la del ajuste permanente, una posible salida reconocida hoy hasta por ciertos sectores ortodoxos, como la Unidad de Inteligencia del semanario The economist, el EIU. “Eso podría haber funcionado en 2010. Las condiciones cambiaron: es demasiado tarde para adoptar este camino”, indicó a PaginaI12 Mike Jakeman analista global del EIU.

Hoy la iniciativa política está en manos de los partidos eurófobos que pueden cambiar el mapa europeo en este 2017. Las elecciones en Holanda en marzo, Francia en abril, Italia en cualquier momento en que su actual crisis lo imponga, en Alemania en septiembre abren tres escenarios posibles: avance incontenible de la derecha, resultado mixto con nuevo equilibrio de fuerzas o repliegue pro-europeo del electorado para poner freno a la derechización.

A primera vista el panorama no luce promisorio. En Holanda el ultraderechista Partido de la Libertad de Geert Wilders lidera las encuestas, en Francia Marine Le Pen está cabeza a cabeza con el candidato de la derecha tradicional, Francois Fillon, en Italia el errático movimiento Cinque Stelle fue clave en el referendo de diciembre que provocó la caída del premier Mateo Renzi.

Alemania sigue siendo un aparente baluarte. El atentado en Berlín el pasado diciembre cometido por un refugiado de Siria que dejó un saldo de 12 muertes, tuvo un impacto en la popularidad de Merkel, pero no parece amenazar su liderazgo en los sondeos. Las últimas encuestas colocan a su partido con un 35% de la intención de voto, frente al 22% del Partido Socialista Alemán y el 13% de los xenófobos de Alternativa por Alemania, partido con menos de cuatro años de existencia.

Mucho dependerá de acontecimientos a la vista, pero de impacto imponderable (refugiados, negociación del Brexit a partir de fines de marzo, estancamiento económico) y de eventos que no están en el radar y que, por lo tanto, siempre toman a todos por sorpresa (lo fue la crisis de refugiados en su momento). Una UE de 28 miembros que necesita el consenso permanente para tomar la mayoría de sus decisiones no es la fórmula perfecta para la reacción rápida que requieren muchas crisis.

Iniciativas que ayudarían a recuperar el apoyo popular y la “mística europea” como la lucha contra los paraísos fiscales y otros fuertes intereses creados del sector financiero y las multinacionales, se ven ahogadas por esa “elefantiasis” que parece padecer un bloque de 28 miembros dominado por la ortodoxia neoliberal. El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, estuvo al frente de uno de los centros offshore de la UE, Luxemburgo, entre 1995 y 2013. El Reino Unido es uno de los principales paraísos fiscales del mundo, según la Tax Justice Network (Red de Justicia Fiscal). En el marco de la actual ortodoxia europea, difícilmente la salida del Reino Unido de la UE mueva el amperímetro hacia una acción decisiva en este campo.

En este contexto la izquierda europea sufre una parálisis alarmante. El diagnóstico de Costas Lapavitsas, ex diputado de Syriza en Grecia, académico de SOAS en la Universidad de Londres y autor de El capitalismo financiarizado. Expansión y Crisis, es que la izquierda no se ha recuperado de la derrota política sufrida en el siglo XX con el fin de la Guerra Fría. “La izquierda perdió la confianza en sí misma. Su análisis económico es anticuado y sus valores históricos no han sido replanteados. El internacionalismo es un caso. Seguir planteándolo es un error cuando hoy los grandes beneficiarios de la globalización son las corporaciones. La realidad es que hoy el neoliberalismo sigue siendo la ideología dominante en todo el planeta. Pero es una ideología que va a quebrarse por su propia rigidez. La izquierda necesita estar lista para la próxima crisis. No puede repetir el error de 2008 cuando no supo responder a una debacle que cuestionaba el sistema económico global imperante”, indicó Lapavitsas a este diario.