El británico Edward Craven-Walker (1918-2000) fue un hombre excéntrico de eclécticos intereses: tras desempeñarse como piloto de avión durante la Segunda Guerra Mundial, devino acérrimo defensor del nudismo, y hasta dirigió varios films “naturistas”. Empero, lo que le ha reservado un lugarcito en la historia ha sido cierta popularísima invención: las psicodélicas lámparas de lava, hit instantáneo de los 60s que –por razones insondables– nunca acaban de desaparecer. Y aunque estuvo el hombre vivo para ver el sonado revival de su (analógica) creación en los 90s, murió antes de atestiguar el potencial digital que ha sabido tener. Sucede que las benditas lámparas son ahora algo así como el santo grial de la seguridad del 10 por ciento del tráfico de la red, a través de Cloudfare, una compañía de San Francisco dedicada al tema, que basa la aleatoriedad de sus claves en una pared con un centenar de esos adminículos. “Cada vez que inicia sesión en cualquier sitio web, se le asigna un número de identificación único”, explican en un artículo publicado en la revista Wired. “Las computadoras por sí solas no pueden generar una aleatoriedad real, pero nadie puede predecir los torbellinos hipnóticos de aceite, agua y cera”. Así es como Cloudflare filma las lámparas las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y utiliza la disposición cambiante de la ‘lava’ para crear cada una de sus claves criptográficas. “Si bien los hackers podrían colar su propia cámara en el vestíbulo de Cloudflare para capturar la misma escena, la compañía está preparada para tal engaño: filma los movimientos de un péndulo en su oficina de Londres y registra las medidas de un contador Geiger en Singapur para agregar más caos a la ecuación. Algo que ni siquiera los rusos podrían hackear”, es como resume Wired la modalidad analógica que define la seguridad de buena parte de la web.