A través de Kelly Osbourne, amiga en común, Amy Winehouse conoció al fotógrafo Blake Wood hace precisamente una década, en 2008, y se volvieron compinches inseparables por dos años, en fechas signadas por altos altísimos y por bajos bajísimos para la cantante. 2008, después de todo, fue el año en que Winehouse arrasó en los premios Grammy, convirtiéndose en la primera mujer británica en sumar 5 galardones por Back to Black. Fue, además, el año en que sus constantes batallas contra las adicciones (al alcohol, al crack, a la heroína) llenaban las portadas de los tabloides, en una cobertura persecutoria que no daba tregua a la damisela. “Hay una falsa noción de que todo lo que le sucedió a Amy en 2008 y 2009 fue terriblemente malo. Y yo, que estuve ahí, puedo decir: no fue así”, cuenta hoy Wood. A las pruebas se remite el amigo entrañable: más de 150 fotografías, la vasta mayoría inéditas, que ofician de amoroso e íntimo registro, la otra cara de Amy, sin distorsiones, a la que la prensa nunca pudo acceder. Amy gozosa y concentrada, tocando la batería en el living de su casa; Amy en la isla Santa Lucía nadando o montando a caballo, haciendo yoga y meditación; Amy en un bar de East London, pronta a asistir a la dueña para que su local no fuera demolido; Amy en la cima de su carrera, chocha de contenta tras dar un show en París. “Esta no es la típica historia trágica que termina con la muerte de la protagonista. Hubo momentos increíblemente brillantes en medio de todo el caos y eso es lo que veo en estas imágenes”, se despacha Wood, que a fines de julio, cuando se cumplan 7 años de la muerte de la talentosísima muchacha, lanzará Amy Winehouse por Blake Wood, fotolibro editado por Taschen que se pretende “una epístola de amor para una amiga querida y un diario visual del tiempo que compartimos juntos, cuando fue la estrella más celebrada del mundo y, a la vez, la más incomprendida”, en sentidas palabras del nostálgico varón.