Ya lo dije: por un lado están los libros con cuentos y por otro los libros de cuentos. Los primeros son esos volúmenes que recopilan obra dispersa y ocasional y en ocasiones alimenticia para financiar el proyecto más ambicioso de una novela. Los segundos –a pesar de estar compuestos por piezas cortas– acaban conformando objetos fascinantes y orgánicos que combinan lo mejor del suspiro breve y del largo aliento. Pensar en títulos como Hijo de Jesús de Denis Johnson o Cosas que debes saber de A. M. Homes o La vida después de Dios de Douglas Coupland o Autayuda de Lorrie Moore.
Denuncia inmediata de Jeffrey Eugenides (Detroit, 1969) pertenece clara e inconfundiblemente a la primera –y acaso menos interesante pero necesaria– categoría a la hora de completar el frente y perfil de un autor más que interesante. Y al igual que no hace mucho lo hiciera El ángel esmeralda de Don DeLillo, lo que ofrece Denuncia inmediata es una suerte de visita privilegiada al sótano-taller de Eugenides (tan parecido a aquel en el que las fatales hermanas Lisbon organizaban sus fiestas adolescentes y danzantes) donde se nos invita a añadir una decena de Lados B, arrimes, demos, rarezas, ensayos o versiones alternativas –producidas entre 1988 y 2017– a los ya admirados greatest hits. Lo de DeLillo –tal vez por contar con una visión más personal y una dicción más reconocible a la hora de entender un mundo marcado por la paranoia y el terror– podía resultar más intrigante de entrada. Eugenides –en cambio– es alguien menos personal y más amplio en lo que hace a sus intereses.
Y Eugenides ha sido, también, el menos prolífico de los narradores de una camada (que incluye a Michael Chabon y a Jonathan Franzen y a Jonathan Lethem y a Rick Moody y a David Foster Wallace entre otros) que escribe bastante rápido y casi siempre muy bien. Pero Eugenides cuenta con la medalla irrepetible y el estigma bendito de haber debutado en la cumbre con algo a lo que poco y nada cuesta calificar de perfecto (Las vírgenes suicidas; y cuando digo “perfecto” me refiero aquí a la perfección de El gran Gatsby,La invención de Morel, Lolita o Crónica de una muerte anunciada) y de haber continuado su camino con las justamente alabadas pero, sí, también imperfectas Middlesex (Premio Pulitzer) y La trama nupcial.
Denuncia inmediata está mucho más cerca de las segundas que de la primera (de hecho varios de sus cuentos remiten directamente a cuestiones y situaciones posteriormente puestas en escena en las novelas) y reparte sus intereses entre –acaso dos de los temas que suelen marcar a fuego y hielo buena parte de las preocupaciones de los norteamericanos– dilemas sexuales y problemas económicos. También, hay alguno que retrata la decadencia de un matrimonio con sus materiales irrevocablemente fatigados por la crisis financiera. Y hay un clavicordio de la discordia a pagar en mensualidades y música country y ratoncitos que al ser metidos en el micro ondas despiden un delicioso perfume y disentería y diarrea y cartas y visitas a los padres y una colecta de semen y las tonterías del mundo académico y tribus exóticas y cosmólogos indios a seducir y demencia senil y jardines descuidados que recuerdan un poco a aquellos de John Cheever pero sin demasiado espacio para el lirismo y la epifanía. Eugenides –la apertura con “Quejas” y el cierre con “Denuncia inmediata” son los puntos altos de la colección y también, buena noticia, los textos más recientes– opta por una cierta y siempre exacta crueldad sin redención para sus personajes. Y distingue todo esto con puntos de vista interesantes aunque, por momentos, demasiado fríos y calculados y calculadores aunque no demasiado apartados de las automáticas y reflejas normas establecidas por la narrativa Made in The New Yorker. Así, Denuncia inmediata no es una pérdida de tiempo pero sí parece querer ganarlo. Y acabamos subiendo desde este sótano underground con tantas pero tantas ganas de que se nos invite a ascender al gran salón en el que –esperemos que no demore mucho más– Eugenides sacará a bailar, para que bailemos con ella, a su próxima novela.