Un Frente, en las actuales condiciones, es también el intento de fijar las condiciones bajo las cuales debe discutirse un “frente”. En primer lugar, debe señalarse especialmente la arbitrariedad de un poder posnacional y poscultural que nos gobierna. Exhumando una arcaica concepción arrasadora de la institucionalidad previa, propone un canje definitivo por un destino de vaciamiento del tejido social heredado, incluso de ciclos anteriores al yrigoyenismo. Todo el liberalismo clásico también se desploma, con sus tan criticados númenes, no porque no hayan sido facciosos o excesivos en sus decisiones, sino porque también forman parte de la historia argentina en tanto complejo civilizatorio sostenido en sus antiguas fisuras, de vieja pertinencia cognoscitiva. El macrismo ofrece ahora una oscura seducción: terminar con ese núcleo contradictorio que dio luz a positivistas, radicales, peronistas, socialistas, insurgentes, izquierdistas, anarquistas, pensadores malditos, establecidos o libertarios.
Todo eso hoy está bajo una tractor de triple remolque (económico, publicitario, coactivo) que no quiere rastros de la antigua formación nacional-democrática, sustituyéndola por un borratintas generalizado, que hace el ficticio esfuerzo de aceptar a regañadientes la vieja institucionalidad, como cobertor de una readjudicación totalizadora de todo el “personal” (el pueblo argentino) a sus nuevas “funciones” (servidumbres mundiales a las que hay que asociarse, anulación de los ligamentos históricos, partir de “cero” con pensamientos que pendulan entre la represión y la astucia para absorber con lógicas de chantaje presupuestarias o impositivas al “detritus general” que ven ante sí, pulverización social a la que asimilan el conjunto de la historia nacional hasta aquí ocurrida). Hemos presenciado que esta maquinaria de absorción y desprecio embozado con tácticas mercadológicas de cierta porosidad ha interesado al gran conjunto de los radicales de derecha y a sectores amplios del peronismo. Más allá de las variadas razones justificatorias, estas conductas hace años se venían amasando en el país. Una coalición “macrista-peronista” estaba en nocturnal funcionamiento, como entidad ficcional con intercambios y canjes diversos, propios de fuerzas políticas que llaman a mimetizar la política con los procedimientos del capital, la acumulación financiera y sus idas sobre el tiempo y los espacios territoriales universales.
Por eso, una precondición de este debate es reconocer que la unidad multiperonista alude en principio a un desenraizamiento cultural de la memoria, que exige decir algo más profundo sobre el peronismo: solo puede crearse una urdimbre actualmente válida bajo ese nombre, si se lo pone sobre veraces instrumentos conceptuales que revisen su historia –su propia historia frentista–, bajo empeños autoconscientes, que no concedan a una identidad metafísica inerte entregada nominalmente como complemento de la actual racionalización capitalista, ni velen el fácil recurso de una pseudorenovación de políticos profesionales que emplean esa palabra del diccionario como astutos seductores o como rezagados, seducidos de último momento. Un Frente, cualquiera sea su nombre –y este tema es muy serio–, debe agitarse de valores nacional popular-democráticos-ciudadanos. Ellos deben ser invocados no a partir de fórmulas ya desnutridas por la vida social, sino a partir de nuevos problemas ideológicos y políticos. Hay fieles a priori. Sea. Pero eso debe dar lugar a una fidelidad reconstituida sobre miras recopilativas de los grandes momentos de la memoria social, las grandes movilizaciones del inmediato pasado, un Octubre revisitado, un tilde de atención hacia programas como los de La Falda y Huerta Grande, y un registro que aun titila de los nombres ofrendados a una militancia, que nunca repite sus motivos, pero nunca debe abandonar sus momentos de redención democrática, de ofrenda y promesa. Esta es la acepción con la cual deben ser recuperados los Moisés Lebenshon, los Palacios, los Lisandro de la Torre, los Scalabrini, los Cooke, los Tosco, los Ortega Peña y su compañero E. L. Duhalde, y en ellos todos los demás, del sector que fueren. Ayer no es hoy pero hoy no sumerge el ayer.
El Frente tiene como tema un rescate de los sedimentos de la nación democrática, y ello incluye a las franjas de las izquierdas, las memorias profesionales y de oficios originarios que fundaron el sindicalismo argentino y deben repensarse a la luz de una visión humanística de las grandes tecnologías que transfiguran la vida y la lengua cotidiana, para una refundación de conjunto. Que incluye una crítica sine ira et studio de los nuevos horizontes comunicacionales (las luchas entre telefónicas, cableras y corporaciones comunicacionales están inscriptas en el orden globalizador, es posible que García Linera, siempre lúcido, deba tener en cuenta esto cuando da por concluido el ciclo de universalización compulsiva del capital por la emergencia de nacionalismos de derecha, reverso y complemento de la globalización) y tantos temas más, en la medida en que el Frente reúne estratos sociales perjudicados con la conciencia de serlo como entidad colectiva, y un conjunto temático anteriormente mal atendido, por ejemplo, en cuestiones ambientales. Lo que también debe implicar un indicio reconstructivo de la dimensión humana del aprendizaje fuera de las maquinarias pedagógicas regidas por las panlenguas asfixiadas por sintaxis artificiales de la Fábrica General de significados e imágenes trivializadas y dominadoras.
Se dirá: lo principal es juntar lo más posible. Pero lo principal sería, en cambio, crear el nombre, la cifra, el llamado, y de ahí vendrá la larga marcha de las identidades enflaquecidas para reconocer y volver a suscitar antiguas nutrientes populares, aun subyacentes. ¿Y Cristina? Muchos la descartan o le dan un lugar secundario, no imaginan cómo puede salir del laberinto judicial y creen que con nombrarla se “desprestigian” y “quedan pegados”. La acción judicial para destruirla hace tiempo está en marcha; lleva ella con dignidad esas consecuencias violentas de la imperiosa codicia demoledora, por acciones propias que, sí, claro, tenían cierto exceso trágico. Ahora, su familia, como los Labdácidas de la antigua Grecia, sufre un destino ocasionado por haber “desconocido a los dioses”. En este caso, los dioses de las grandes finanzas internacionales. Sin exagerar las comparaciones, el lugar de Cristina es un exceso y una necesidad. Claude Lefort supo acuñar, para los hombres o las mujeres inasimilables por el totalitarismo, la noción de “demasiado hombres”, o “extra-hombres”, o la carga del “estar demás”. En este caso, la extra-mujer. No se sabe dónde estar, no imaginan dónde ponerla, salvo internada, presa o en un hospicio, porque desarma los sistemas triviales incluso con el peso nítidamente inveraz de las acusaciones que recibe. Cristina es una mujer que es “demasiado”, su demasía no pertenece ni puede pertenecer a sistema alguno, y eso es lo que claramente la obliga a una gran responsabilidad histórica en 2017. Siguiendo con los griegos, se trata de la hamartía, el error o maldición trágica, que el pensamiento lineal del macrismo les confía a jueces burocráticos para, cediendo el concepto de justicia al de venganza, la juzguen como rea. ¡Qué equivocados que están! Esto está más allá de las identidades, pero más acá del conjunto de la historia nacional. A los sabuesos removiendo terrenos con grúas pesadas –zarandeando papeleríos de pequeños e insignificantes personajes–, el Monasterio real se les escapa. Porque finalmente van a conocerse los juegos efectivos de los Verdaderos Monasterios de Panamá, hoy denominados modestamente escribanías, donde sobre el pánico de la hoja en blanco se escriben los verdaderos contratos sacrosantos de circulación ilegal del dinero, antes que sobre los efectivamente vituperables dólares marcados con los dedos humedecidos de José López.
Otra de las precondiciones del Frente (¿Popular Nacional y Ciudadano?, ¿Ciudadano Popular y Nacional?, ¿Democrático, Ciudadano y Nacional?) es el tratamiento de su nombre. Los nombres pesan y nos sopesan. Nos tantean. Debemos saber utilizarlos, como un parapentista que sin dejar de serlo se confunde con las ventadas favorables, y sin dejar de estimar lo que es, sabe ser alisios o contralisios para pensar mejor sobre sí mismo. Los nombres plenos e inmóviles que no se interrogan sobre el lado volátil de las novedades de época no parecen convenientes para una gran gesta de recuperación del filamento de la continuidad social argentina. Los nombres volátiles de época exponen nuestros nombres a esa misma volatilidad. A nadie se le pide negar el nombre público que ostenta y lo señala. Pero no se puede tener una actitud asociativa bajo nombres inanes, que debilitaron inusitadamente su alcance existencial por la gran cantidad de contradicciones que toleraron en su seno. Si mucho más le cabe esto al peronismo, nadie debe estar exento de una reflexión similar. El Frente novedoso y sutil es la oportunidad para los que parecemos estar demás, mostrando que realmente somos vetas vivas, no calcinadas, de la memoria crítica nacional. En el Frente, sin duda, debe haber temas, estructuras, programas, militantes sociales y políticos de diversas pertenencias. La maldición que se arroja sobre una familia podría llevar a unas mañas jurídicas de ocasión que se salden convirtiendo injurias en articulados penales, tales o cuales. Sí y no. Pero bien otra cosa son los errores trágicos, sobre los cuales la culpa es otra, y muchas veces esta se torna el reverso necesario de la sabiduría y de un nuevo recomienzo. Esto último debe ser un saber sutil, no vale decir que “hicimos autocrítica”, prefijo rutinario de los hombres de turno. Hacerla en serio significa preguntarnos por nuestros nombres, evitar la superposición que como mancha aceitosa conjugó a muchos casos peronistas con las estructuras en formación del macrismo (“Mauricio precisa ocho años”, dictaminó la niña elegida). Pensar cómo legítimamente nos presentamos ante las grandes mayorías potenciales que esperan también salir del escueto encantamiento en que han sido encerradas, eso también es ya una presentación frentista.