Rodrigo dejó de ser Belén el año pasado, cuando logró desprenderse de una herencia familiar que lo oprimía. Su nuevo nombre lo eligió por el deseo de llamarse como el personaje del Mio Cid y también porque le gustaba el cantante de cumbia cordobés. Rodrigo Díaz y Rodrigo Bueno, respectivamente. Rodrigo Arena, tales el nombre elegido y el apellido que todavía mantiene, es un artista trans performático. Su arte siempre está contado en primera persona, cuando él actúa o cuando dirige a otros. Transmitir la intimidad, lo que hacemos y pensamos cuando estamos solos, dice, es lo que más lo conmueve y es la esencia del arte. Aquí habla llano de arte, de las cuestiones de género, del feminismo y de lo que es ser un varón trans en una sociedad que hasta hace muy poco los ignoraba completamente. 

–¿De dónde es?

–Nací en Palermo pero me crié en Adrogué hasta los 17 años y después rajé. Estoy hace 11 años en Capital. Vine a estudiar danzas. Entré a la Escuela Nacional de Danzas y me mudé a una residencia estudiantil muy fea.

–Hableme de su familia

–Mi familia es un caso... no sé si particular. Hace un año que no hablo con ellos. 

–¿Se peleó?

–Sí, me di cuenta a los 25 de abusos que recibí por mi tío durante 20 años, sistemáticos. A veces no te das cuenta. Es terrible. Empecé terapia, lo descubrí. Se lo dije a mis viejos y me di cuenta que lo habían estado encubriendo un montón de tiempo. También descubrí algunas cosas medio turbias en el trabajo de mi papá. Me empecé a preguntar de qué trabajaba mi viejo, por qué tenía tanta plata. En mi familia el silencio siempre se compraba con cosas materiales. Vos te dabas cuenta de algo y te regalaban un departamento o un viaje a Europa. Yo empecé a sospechar de su trabajo si era lícito y si tenía que ver con la dictadura y me regalaron un viaje a Europa. Del cual me bajé. No fui. Y no los vi más. Pero justo me salió una gira con mi obra, terminé yendo a Europa más tarde. Y después hice una obra contando esto.

–Parresía en el destierro...

–Sí y hablo 24 horas de esto. Tuve una familia muy complicada. Corté con ellos y me empecé a hacer de cero, económicamente también. Y en el sentido de los valores. Las cosas que había naturalizado. Fueron muchos años de terapia para cortar.

–Lo personal es una marca muy fuerte en sus obras.

–Sí, casi no hay nada que me pase que no diga en las obras. Trabajo mucho con lo personal.

–¿Por qué?

–Porque lo personal es político y porque es lo que me conmueve del arte. La intimidad. Hablar de temas en general, desde la nada, no me conmueve. De una forma más cursi creo que es la única forma real de arte, poder decir lo que realmente hacés cuando estás solo, lo que realmente pensás cuando estas solo. En ese sentido digo y hago casi sin filtro lo que pienso y hago cuando estoy solo. Lo que me avergüenza, lo que me parece importante. Y me parece también un acto de generosidad.

–Y de transformación.

–Sí, cuando hice Parresía fue como un exorcismo. Porque también está ligado a mi género. Cuando yo corté con ellos transicioné, casi en el mismo mes. Me di cuenta de que no me identificaba como mujer. Marlene Wayar dice que en la periferia hay más trans porque no tienen nada que perder, no tienen herencia. Entonces yo terminé con mi herencia y me di cuenta de que me podía expresar. Uno tiene muchas trabas inconscientes.

–¿No lo había pensado antes?

–Justo ayer entrevisté a unos pibes trans y a todos nos pasa lo mismo. Como que hay un momento que lo pensás conscientemente y después lo tapás hasta que no podes aguantar más. Además yo me encontraba muy cómodo en mi vida como lesbiana. Me iba muy bien. Y no sé, había encontrado una forma de explotarlo también artísticamente, no me convenía transicionar, sentía que iba a perder todo, tenía mucho miedo. Pero en un momento no pude más, fue en Grecia, en esa gira, después de cortar con mi familia. Ahí lo pude decidir por primera vez. Lo había pensado una vez antes viendo una obra en Casa Brandon. Yo quizás soy trans pensé, de la nada. Así fue también mi primera salida del closet. Las personas trans casi siempre tenemos dos salidas del closet. Una como gays y otra como trans. 

–¿Cuándo había sido la primera?

–A los 17. Me gustaban las mujeres y como no dudaba de mi género, por ende, era lesbiana. Ahora no sé cómo relacionarme con eso. A veces digo que soy heterotransexual, digo que soy lesbiano, no sé. Me parece raro cuando el género cambia la sexualidad porque cuando te deconstruis aprendes que el género y la sexualidad son cosas aparte pero después resulta que si cambias tu género cambia tu sexualidad. Eso me parece rarísimo.

–Pero ahora coincidiría.

–Sí, yo me siento parte de la disidencia. No me siento heterosexual.

–¿Pero le siguen gustando las mujeres?

–Claro. Pero antes yo me sentía bien identificándome como lesbiana porque era parte de la disidencia, no de la norma. Ahora me tengo que identificar como heterosexual y me parece una porquería, prefiero identificarme como queer.

–¿Por qué se tiene que identificar como heterosexual?

–Porque faltan términos. ¿Cómo llamás a un varón trans que gusta de mujeres? Heterosexual me parece que no lo representa. Pero no hay una forma de llamarlo.

–¿Varón trans no?

–Y pero ese es el género.

–Claro, no dice sobre su sexualidad. Y el nombre además es masculino.

–El problema de la sexualidad es que tiene una trampa en relación al género que cuando vos decís una sexualidad refiere a un género de origen. Si sos lesbiana implica que te gustan las mujeres pero que sos mujer. Si sos puto implica que te gustan los varones pero sos varón. Entonces siempre para mí hay una trampa con el género.

–Siempre está de un lado o del otro.

–Sí, binario. La gente que se identifica como no binaria por ahí no tiene ese problema. Pero a veces me pregunto: ¿una persona no binaria que gusta solo de mujeres, cómo se llama? Es como que faltan términos.

–¿Hay que encontrar términos para todo?

–Yo creo que el futuro es que no pero mientras tanto es raro no tener como nombrarse. El futuro desde ya es queer. Si sostenés esa postura ahora no podrías sostener la lucha de las mujeres porque si decís que el género no existe...

–Claro. ¿Y cómo eligió su nombre? ¿A Grecia fue Belén y volvió Rodrigo?

–Fui como Belén y volví sin nombre (risas). Y al otro día hice una performance en el Centro Cultural Paco Urondo y mi pauta era intentar hablar de mí en masculino y no pude. No podía, no podía. Mi mayor transcendencia en el primer momento fue hablar en masculino. Fue tremendamente difícil, sentía que era como una violación a todo. El tema de los pronombres parece súper liviano y no lo es. Es súper terrible. Después te empezás a sentir bien, cómodo y reconocido. 

–¿Por qué Rodrigo?

–Desde chico me gustaba el nombre por el Cid Campeador. Rodrigo Díaz. 

–¿El apellido es el mismo?

–Sí, ese no me lo pude cambiar, es otro trámite.

–¿Y tiene el documento nuevo ya?

–Tengo la partida y en un mes me llega el documento. Fui el 23 de mayo, me borraron el nombre y me cambiaron la partida.

–Ya no existe más esa que se peleó con su familia, Belén Arenas. ¿Nadie de su familia sabe?

–No. Yo no se los dije. Me acordaba de que Rodrigo Díaz empezaba en el destierro en el Cid y yo me sentía así. Me apropié del nombre. Pero también me gustaba por Rodrigo, el cantante. Rodrigo Bueno, me encanta (risas).

–Todas sus performances son muy largas, ¿por qué?

–Sí. Siempre me sentí en disgusto con la norma teatral. La primera obra que hice se llamaba Exit, y las obras tenían que durar una hora, era el mandato y yo la hice de 20 minutos. Fue algo más rebelde. Mis días sin Victoria dura una hora y media, me corrí un poquito. Que la norma se aplique al arte me parece un montón, la norma dejala para lo otro. Después me empecé a interesar más genuinamente por lo duracional porque también tengo un interés por los límites, por los extremos. Estar 24 horas hablando me parece extremo.

–Y produce cosas...

–Sí, a las 22 horas yo me reía, lloraba, me reía, lloraba. Necesitaba esa cantidad de tiempo para meterme. 

–¿Y la gente se quedó todo el tiempo?

–Sí, dos personas (risas). Es como una travesía. 

–¿Hace las obras para usted más que para el público?

–En un principio sí y después las pienso más escénicamente. En Parresía yo quería explicarme a mí mi vida. Y después al público. 

–¿Y qué pasa en Entrevistas frustradas a bailarinas exitosas?

–Esa dura cinco horas. Las artes escénicas tienen un doble filo. Es el único arte que no depende del celular ni de medios electrónicos. En ese sentido eso implica que va a morir en un futuro. Ya me da nostalgia. Yo no permito celular. Hoy en día por ejemplo si ensayás, son cinco horas que estás desconectado, sin celular. Es totalmente improductivo para el sistema. En ese sentido el arte escénico me parece revolucionario y a la vez me parece que tiene fecha de vencimiento.

–¿Entrevistas frustradas tiene que ver con su paso por la danza?

–Sí, me dediqué a la danza 14 años. Con un ideal de bailarina, intentando acceder a ese ideal.

–¿Bailarina clásica?

–Sí, que tiene ciertas normas de anorexia, de medidas, de flacura. Yo lo di todo en anorexia, dos años sin comer. Me rebotaron en el Colon dos veces, en el San Martín tres veces y yo seguía tomando clases siete horas por día. Además lo que cuentan algunas chicas en la obra, el biotipo que tienen para el ingreso. El biotipo, que es creo lo que usaban los nazis, que se basa en medidas genéticas que tenés que tener para poder bailar. Yo siempre me cuestionaba. Si esto es un arte por qué me estoy sometiendo. Entonces nunca encontré el arte en la danza y sí lo encontraba en la escritura y después en la performance. A mí me encanta bailar pero a los 24 años dejé de bailar por una cuestión ideológica. Ahora me estoy amigando con la danza porque lo puedo hacer con mi ideología. 

–¿Es feminista?

–Obvio.

–¿Desde cuándo?

–Tuve como un incidente en el Bar La Biela (N. de R.: Se besó con su pareja y las echaron). Ahí me hice feminista. 

–Hicieron un besazo como protesta.

–Sí, yo le puse tortazo pero lo suavizaron. Pero por ejemplo ahí las feministas decían que las mujeres tenían que tener protagonismo y yo decía “no, que vayan todos”. Ahora no pienso así. Y también yo era muy poco sorora. Y a partir de ahí fue un largo camino de deconstrucción de todos los días. Después me empecé a sentir muy bien y cómodo con el feminismo pero cuando transicioné tuve que volver a acomodarme.

–Claro, porque ahora está con la identidad en cuestión, la masculina.

–Sí, y algo que me sucedía era que yo odiaba tanto a los hombres que no podía identificarme como uno. Hasta que entendí que uno construye la masculinidad. No sos ese hombre. De hecho en la calle cuando me dicen “papá”... yo no soy ese chabón que imaginan. Lo trans es como otro espectro.

–¿Qué le dicen en la calle?

–Por ejemplo, voy a la verdulería y me dicen “gracias, pa; capo; maestro...”. Y yo, como... no, no, no te confundas.

–¿Piensa hacer algún tipo de cambio en su cuerpo, operarse?

–-Por ahora no. Por ahí me normalizaría pero operarme no.

–¿Eso qué hace?

–Que te crezca la barba. Es testosterona, así que supongo que se hará la voz más grave. Y a mí es como que me encanta mi cuerpo.

–Será un proceso también...

–Sí, supongo que cada uno tiene su forma de vivirlo. Hablé con muchos trans que están disconformes con su cuerpo. Yo no. No lo veo como femenino. Lo veo como un cuerpo. Si quiero lo veo masculino, si quiero lo veo femenino, pero no per sé. También por una cuestión política. Entonces por qué me sacaría las tetas. Pero a la vez, si alguna vez lo necesito lo voy a hacer.

–¿Si lo necesita para qué?

–Para sentirme bien (risas). 

–Ahora va a hacer una obra con varones trans.

–Se llama Testimonios trans masculinos. Por ahora trabajo con dos chicos. Lo que hago es entrevistarlos, como en Entrevistas frustradas, y hablan sobre su transición. Pero sobre todo me enfoco en la relación con el cuerpo y con la danza. Porque a mí también la cuestión con el género me trabó en muchos aspectos en la danza porque para mí la danza está ligada a lo femenino. Y no es así. Pero yo también me preguntaba, ¿cómo bailo si no bailo como mujer? Y ahí dejé de bailar. Y los chicos también. Básicamente intento que expresen su voz como varones trans, porque las mujeres trans tienen otro recorrido. Tienen otra presencia. Por ejemplo en el medio artístico en que me muevo soy el único varón trans. No entiendo por qué. ¿Será una cuestión estadística o una cuestión de que porque no hay visibilidad la gente no transiciona? Porque yo transicioné cuando vi otro varón trans. Ahí dije, esto se puede.

–A pesar de que en teoría sabía que se podía...

–Claro, en teoría lo sabés. Pero hasta que no lo ves no lo sabés. Lo ves y ahí te entra en la cabeza que el género no está pegado al cuerpo como una cosa, una unidad. El género es una construcción y vos podés elegir el flash que más te cope. Pero yo leía de género, a Judith Butler la empecé a leer en 2013 y el primer varón trans que conocí fue en 2016, con el tema de La Biela. Y me quedé obsesionado. 

–¿Obsesionado cómo?

–Con ese pibe. Yo decía pero ¿cómo se animó, y cómo es su vida, será heterosexual, será puto? ¿Entonces si le gusta un hombre es puto? ¿Entonces se puede ser puto y tener este cuerpo y yo puedo decir que soy puto? Me pasa mucho que la gente me dice que soy el primer varón trans que ven. Es una cuestión de visibilidad porque mujeres trans y travestis conoce, ve en la tele, están en el imaginario. 

–Viene a cambiar eso con esta obra...

–Y también estamos impulsando una ley de paridad de género con la legisladora Andrea Conde para el Complejo Teatral de Buenos Aires, son cinco teatros. Porque hasta ahora solo el 4 por ciento de las obras fue escrita por mujeres. Quieren hacer que sea mitad y mitad básicamente. Y el 80 por ciento de las mujeres dentro del complejo teatral trabaja en Vestuario, las mandan a coser. Las obras son escritas y dirigidas por varones; el 65 por ciento del elenco, de actores, son varones. Entonces esta ley busca que se vaya regulando.

–¿Cómo sería?

–Tiene que haber un mínimo de un 50 por ciento de mujeres en todos los rubros.

–¿Mujeres cis o trans?

–Mujeres cis. Y el 10 por ciento mínimo tiene que ser gente trans o no binaria. 

–Porque además estos son espacios que dan lugar a trabajos formales.

–Sí, lo interesante es que es el circuito oficial y no comercial. Como el under con plata. Pero a la vez es lo que promueve el estado. Entonces es raro que el Estado promueva un arte donde el 96 por ciento está escrito por varones cis. Lo que se busca es regular eso. Además hay cero por ciento de personas trans contratadas. No entramos a lo oficial. 

–¿Cómo es su relación con el mundo, qué reacciones recibe de la gente? ¿Le importa, no?

–Me importa todo. Me empecé a relacionar más con la gente que más rápido me reconoció y me validó. 

–¿Sigue con su novia?

–Sí. Fue una locura porque mi novia hizo un proceso de asumirse como lesbiana que fue durísimo y después yo transicioné y ahora de repente soy un varón de identidad masculina pero ella se sigue identificando como lesbiana. 

–Pero siguen juntos.

–Sí.

–Pero a ella le gustan las mujeres.

–Sí (risas).

–Le gustan las mujeres y usted...

–Sí. Ella dice que ahora puede ampliarlo. Yo tenía un montón de miedo de perder la relación. Por eso no transicionaba. Hace dos años que estoy con ella. 

–¿Y el resto? ¿O cuando va al médico, por ejemplo?

–Lo que hago es ir a médicos que son amigables. Y me relaciono con gente amigable en general. En la calle a veces me leen como varón y a veces como mujer. Me incomodan las dos porque no soy ninguna de las dos imágenes que tienen. Y lo voy manejando en mi interior.

–Claro, porque tampoco va a estar aclarando a todo el mundo...

–No. Cuando tengo la oportunidad lo aclaro. Digo soy trans, porque no me interesa pasar por ese chabón que la gente piensa pero definitivamente no quiero pasar como mujer. Es una lucha constante entre: ¿lo digo no lo digo? ¿vale la pena? ¿ a qué baño voy? ¿este baño será riesgoso?

–Imagino que es un tema el baño público.

–Me dan miedo ciertos baños de hombres todavía. Ahora voy al de varones, miro para abajo, entro al baño. Un amigo dice que hay que empoderarse en esos lugares, que no hay que ir agachando la cabeza. Pero a mí me cuesta. Me ha pasado de perder alumnas, eso sí, un garrón. Gente que me diga que no se siente cómoda. Doy clases de yoga ashtanga y de un taller íntimo de performance. Tengo un par de alumnas que me tratan de ella y las corrijo y siguen igual. Pero bueno, necesito comer. Tuve una señora que me decía Romina. Era tal su nivel de transodio que a ella sí no le di más clases.