Esta historia comenzó hace ocho años en Johannesburgo. La noche del 2 de julio de 2010, Luis Suárez tomó una de las decisiones más heroicas y fundamentales de la historia del fútbol uruguayo: con reflejos de arquero, el goleador impidió la anotación de Ghana en la última jugada de un partido hasta entonces empatado y le dio medio minuto más de vida a su selección en el Mundial de Sudáfrica. Lo expulsaron y fue penal para Ghana, pero el africano Asamoah Gyan estrelló la pelota en el travesaño y todo tuvo que desempatarse desde los doce pasos.
Aunque la canción Cielo de un solo color, de No Te Va Gustar, había sido publicada media década antes y alcanzaría masividad planetaria ocho años después, fue en ese instante cuando encarnó para siempre en el folclore uruguayo. “Hay algo que sigue vivo, nos renueva la ilusión”, su frase medular, se convirtió en himno y bandera moderna de una garra charrúa que se reactualizó tras ese partido sin tener que edulcorarse. Uruguay le ganó a Ghana por penales y avanzó a semis, logro inédito desde Brasil ‘50, y pese a las siguientes derrotas ante Holanda y Alemania acabó entre los cuatro mejores. La gesta abrió definitivamente las puertas del olimpo futbolero uruguayo para Suárez, Forlán, Cavani, Lugano, Muslera y también invitados sorpresa como el Loco Abreu, autor del inolvidable penal definitorio de aquella serie.
Ese Uruguay-Ghana fue elegido por la FIFA como el mejor partido de ese mundial. Pero aún si el organismo nunca lo hubiese reconocido, nadie olvidará esa noche en la que sonaron fuerte esta generación de futbolistas y, al casi unísono, Cielo de un solo color como el himno referencia de un proceso que continuó con la primera Copa América en 16 años (la que ganaron en Argentina en 2011) y la clasificación a los mundiales de Brasil ‘14 y Rusia ‘18. Ya en Sudáfrica el plantel la había elegido para el soundtrack motivador de cada partido. De hecho, la mayoría de los videos “caseros” de YouTube sobre esa campaña uruguaya la llevan como una especie de Notti Magiche, pero 20 años después y al otro lado del río.
NTVG la grabó en Aunque cueste ver el sol (2004), su tercer disco, el de Al vacío y su desembarco en Argentina con un recordado Cemento. Fue escrita y compuesta por Emiliano Brancciari y el bajista Mateo Moreno, quien se fue de la banda tiempo después, quienes cuentan que la letra está inspirada en todos los uruguayos que debieron irse del país tras la grave crisis de 2002. Casualmente, la primera gira europea de NTVG fue a partir de ese disco y la canción fue cantada justamente ante los uruguayos en la diáspora. En simultáneo, la banda y varios de los jugadores de esa selección entablaron una amistad replicada en asados y hasta participaciones de estudio. El defensor Diego Godín, por ejemplo, hizo coros en El equilibrista, donde dejó para siempre una frase perdida: “El matambre estaba quemado”.
Antes de Rusia ‘18, el ex Atlético Madrid e Independiente y hoy capitán de Peñarol, Cebolla Rodríguez, le dijo a Brancciari que el plantel charrúa la había elegido, aunque no explicó para qué. El comienzo del Mundial agarró a NTVG de gira por México sin mucha conectividad. Hasta que empezaron a llover videos por WhatsApp: la FIFA le había dado a elegir a cada selección una canción de su país para que sonara en el estadio antes y después de cada partido. Argentina lo hizo con Enamorado de ti, de La Nueva Luna, y abundan otros ejemplos acertados. Pero ninguno con el impacto y la pregnancia de Cielo de un solo color.
La primera reproducción, antes del debut frente a Egipto, fue tomada con sorpresa pero alegría por los hinchas uruguayos presentes en el estadio de Ekaterimburgo, la única sede asiática de Rusia 18. Y para el segundo partido, ante Arabia Saudita, ya parecía un ritual instalado: la marea celeste esperaba el momento para bramar “¡Hay algo que sigue vivo! ¡Nos renueva la ilusión!”. Lo mismo pero mejor se reprodujo luego en Samara ante Rusia, en Sochi ante Portugal y en Nizhni Nóvgorod ante Francia.
La banda descubrió los alcances del fenómeno cuando regresó a Uruguay al cabo del rote mexicano, cuando notó que no era sólo una canción de cancha para los privilegiados que pegaron un FIFA ID y entradas, sino para todos. Además, durante el Mundial se vio como nunca una ola de videos en redes con Cielo de un solo color en cualquier lado: un banco, un baño o el final de una obra de teatro. “Da un poco de vergüenza ajena que los uruguayos se pongan a cantar en lugar públicos de Rusia y hagan ruido, como si fueran argentinos”, ironizó con cariño pero astucia Nicolás Tabárez, del diario El Observador de Montevideo.
La canción se convirtió en tendencia de un mundial extraño donde la mística también se escribe fuera de la línea de cal. Y no está nada mal que, en una época con himnos pasteurizados que instagrammers cantan con la mirada de un pescado en la heladera, se vuelva bandera uno que se hizo acá nomás y comienza diciendo: “Cuántas lunas que se van y nosotros esperando que despierte el corazón, que parece estar quebrado”. Un lamento murguero que finalmente se desanida en la esperanza del rock: “Hay algo que sigue vivo, nos renueva la ilusión… y en el último suspiro”, termina, puño en alto. La angustia y la tristeza contenidas por las estridencias de la resurrección. Si el fútbol pretende decirnos algo, mejor con canciones así y no con las de Jason DeRulo.