Hay una hipótesis clara en el flamante libro Feminismo y arte latinoamericano (Siglo Veintiuno Editores), de la investigadora y profesora Andrea Giunta, y es que la “liberación del cuerpo patriarcal” en el arte no es algo de ahora sino un fenómeno que se puede rastrear ya desde hace algunos años, más precisamente los sesenta. De hecho, el subtítulo del texto es “historias de artistas que emanciparon el cuerpo” porque es justamente eso lo que combina el libro: una revisión exhaustiva de casos de mujeres del arte que configuraron nuevas relaciones de poder en los modos de ver y mostrar. Así, más que narrar una revolución feminista cristalizada, como si fuera una foto, la también doctora en Filosofía y Letras muestra un auténtico proceso en curso. Tanto, que en esta entrevista con PáginaI12 se anima a un ida y vuelta constante entre ese pasado que retrata y el caluroso momento actual.
“El problema central de este libro es cómo a través de las obras de distintas artistas latinoamericanas se produce un proceso nuevo sobre el cuerpo. Esa emancipación se construye, en todos los casos, sobre la base de un conocimiento nuevo y lo que genera es la visibilidad de un cuerpo que ahora es político”, dice a este diario la autora, que explica su decisión de trabajar con el pasado: “Siempre estamos abordando feminismos nuevos, pero también nos nutre saber que no estamos solas, que tenemos hermanas que lucharon y nos antecedieron, que la revolución política de los cuerpos en la que estamos inmersos no podría haberse realizado sin ellas”, afirma sobre los trabajos de la colombiana Clemencia Lucena, de las argentinas María Luisa Bemberg y Narcisa Hirsch, la uruguaya Nelbia Romero, la chilena Paz Errázuriz y otras artistas mexicanas que retoma en el libro.
Pero además de casos concretos, la autora ofrece un aporte impecable para ejemplificar sobre aquello que llama “censura sistémica” dentro de la historia del arte. Se trata de estadísticas institucionales rigurosas, actuales e inéditas sobre el acceso y la visibilización de las mujeres artistas en el campo del arte. Así, analiza por ejemplo la cantidad de premios obtenidos por las mujeres artistas en el Salón Nacional de las Artes (el único premio de artes visuales que otorga el Estado Nacional) de los rubros pintura (sólo el cinco por ciento hasta el año pasado), escultura (el diez), dibujo (el seis), la fotografía (el cinco), el grabado (el 26) y la cerámica (el doce), entre otros, que demuestran que “la equidad de género no forma parte de la agenda del arte argentino”.
“El techo de cristal del que se habla en el feminismo en general también existe en el arte y es articulado a partir de prácticas micro políticas que presuponen determinadas operaciones en torno a juegos institucionales que dan visibilidad a artistas varones más que a mujeres. Lo que sucede históricamente, y en todo el mundo, es que ese juego, muchas veces apoyado en la falsa idea de la calidad, no permite visibilizar en términos igualitarios la producción de artistas varones y mujeres”, dice Giunta, que en su día a día vuelca estas ideas en sus clases de Arte Latinoamericano y de Arte Internacional en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
–¿En los temas abordados por el arte también hubo o hay censura? Porque en el libro habla de una explosión de temáticas que nunca habían sido abordadas en el arte…
–La censura es más que nada referida al acceso, pero es cierto que hay temas que nunca aparecían. La maternidad como trauma, por ejemplo, es uno de ellas, o también la violación. Son varios. Las violaciones en la historia del arte siempre fueron alegóricas y no abordadas desde una perspectiva femenina. También está la menstruación, históricamente ausente e las obras, que ahora aparece muy fuerte porque incluso hay artistas que trabajan con su propia sangre menstrual. A grandes rasgos, lo que se produce en esta segunda ola del feminismo en términos de visualidad es el abordaje del cuerpo desde una perspectiva nueva, como sujeto de experiencia, de indagación, de investigación. Y es interesante porque además de un giro iconográfico en relación a temas que no estaban, también hay un caudal de nuevas estrategias para contar esos temas, estrategias inabarcables, analíticas, de discurso, sofisticadas. Estas artistas ya no sólo recurren a la historia del arte sino también a la sociología científica, al psicoanálisis lacaniano, a la medicina. Se meten con instrumentales científicos y eso también es un cambio.
–Y esas artistas mujeres, que en el libro afirma que “contribuyeron a construir una imaginación emancipadora en América Latina”, ¿son declaradamente feministas o se puede hacer esa operación sin autopercibirse de ese modo?
–Se puede perfectamente. Un ejemplo del libro es el de la uruguaya Nelbia Romero, que tiene toda una tradición militante dentro del comunismo y que tiene preocupaciones feministas pero no una formación en ese campo, como otras que sí. Yo la incluyo en el libro porque creo que su obra se hace eco en un montón de cuestiones que se vinculan con el feminismo, empezando por su problematización y crítica en torno al rol de una institución patriarcal como el Estado. De todos modos, y en virtud de que para mí es muy importante la auto identificación, no puedo decir que la suya sea una obra feminista, porque eso contradeciría mis propias categorías. No le puedo colgar el título de feminista si no lo asumió como identidad política. Pero, más allá de eso, ni le agrega ni le quita nada a Nelbia que yo diga que es feminista. Su propia obra habla de ella.
–Dentro del feminismo en general, ¿qué lugar cree que tiene este feminismo, el de las mujeres de la cultura?
–Tenemos cuestionamientos de otras organizaciones feministas cuyas integrantes son colegas nuestras tomando en cuenta el rango etario, la clase social y la formación. Hay muchas formas de invalidación porque desde esas organizaciones se critica que las mujeres de la cultura seamos burguesas, blancas y educadas. Nos dicen que hay que reclamar por todo y claro que es así, por supuesto que un femicidio es más grave que la desigualdad en la cultura, pero yo creo que hay que articular todo el tiempo lo micro y lo macro. Nosotras nos abocamos a las prácticas machistas que se articulan específicamente en nuestro campo y a veces somos deslegitimadas por eso, como si la disputa de sentido en el campo de lo simbólico fuera algo menor. Por suerte desde las organizaciones que yo más respeto, que son las de mujeres cuyos cuerpos son vejados, violados y asesinados, muestran interés y curiosidad por lo que nosotras estamos planteando, a contra mano de nuestras pares de clase, que lo deslegitiman.
–Sin embargo, en su forma de construir poder y política, el feminismo o lo feminismos son profundamente performáticos, algo que toman del arte…
–Absolutamente. Y en eso creo que las Madres de Plaza de Mayo fueron maestras, porque gestaron una visualidad específica de la lucha. Si ves las Marchas de la Resistencia de comienzos de los años ochenta en adelante podes identificar a cada una por la visualidad. Hay un montón de propuestas artísticas dentro de su recorrido. El siluetazo es una acción evidente pero no la única. Ya el hecho de ponerse pañuelos blancos bordados en la cabeza es una operación estética alucinante, lo mismo que colgar y pintar pañuelos en las calles. Se genera una nueva militancia artística distinta a la visualidad de la militancia anterior, más vinculada al mural urbano. Ahora se cruzan lo corpóreo, la performance, lo conceptual.
–¿Qué piensa de los proyectos de ley que proponen cupo o paridad en los ámbitos artísticos?
–El cupo no es objetivo nuestro, y ni siquiera el cincuenta por ciento. Queremos todo, seamos sinceras. Las mujeres somos el ochenta por ciento de la matrícula de las escuelas de arte, lo que significa que nuestros cuerpos están alimentando a un sistema productivo. Poblando las escuelas de arte lo que hacemos es justificar la existencia de esas instituciones, de esas clases, de esos docentes y de esos presupuestos. Ahora, somos la materia prima de ese sistema pero cuando pasamos a la esfera de la visibilización nuestra presencia baja a un veinte por ciento. ¿Qué pasa con el resto de ese porcentaje? ¿Cómo puede ser que suceda esto? Llamo a una huelga general de las estudiantes de arte. Vacíen las escuelas y el sistema se cae.