Desde San Petersburgo
Hace dos semanas habíamos estado en San Petersburgo, rodeados de argentinos ilusionados y quilomberos antes (y sobre todo después) del partido contra Nigeria. Por estas horas casi no quedan argentinos dando vueltas por acá y da la sensación de que sólo hay rusos y algunos turistas trasnochados. De quilombo, nada o en realidad muy poco. Cuando llegamos ayer, a la mañana, en la estación de tren vimos a una docena de belgas cantando y chupando. Pero enseguida llegó la policía, los miró medio feo y los tipos se fueron con la música a otra parte. Brasileños sí se ven o al menos se sospechan. Daban por descontado que jugaban la semifinal y tenían las entradas compradas, y con todo el dolor del alma se vinieron igual. No andan como hace unos días con camisetas amarillas ni con banderas. Un poco porque está fresquito y otro poco porque el orgullo herido no les deja mucho espacio para mostrar que eran candidatos. Los franceses tal vez se sientan locales hoy porque van a traer más gente que los belgas. Habrá que ver para dónde disparan los rusos, que se supone en principio van a hacer fuerza por el bando de la pelota más débil, el menos poderoso, que para el caso viene a ser Bélgica. El público ruso no parece muy experto en cuestiones futboleras. El comportamiento de los que van a la cancha (no todos futboleros de cada domingo, se supone) gritan, como algunos malos relatores argentinos, cuando el equipo cruza la mitad de la cancha porque entienden que eso incluye la inminencia de un gol.
El Mundial se murió en muchos lados, pero los futboleros de tiempo completo, los que van seguido a la cancha, los que conocen las sutilezas del juego, están entusiasmados porque saben que Francia y Bélgica, dos de los mejores equipos del campeonato, pueden ofrecer un partidazo. Se lo espera con ansiedad, aunque hasta ahora el clima que rodea al partido es más frío que una pistola 45.