PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
El Brexit está desintegrando el gobierno de Theresa May a una velocidad de vértigo. El viernes la primera ministra anunció que el gabinete estaba de acuerdo con la estrategia a seguir con la Unión Europea, el domingo a medianoche renunció en protesta el ministro para el Brexit, David Davis, “porque así cedemos el control de grandes partes de nuestra economía y no vamos a controlar nuestras propias leyes”. Minutos más tarde dimitía su subordinado, el secretario de estado, Steve Baker.
Ayer siguió el rock and roll. Los medios no habían terminado de interpretar la salida de Davis cuando el canciller Boris Johnson anunció la suya. En su carta de renuncia Johnson señaló que el acuerdo llevaría a un semi-Brexit, “con mucho de nuestra economía dependiente del sistema europeo y sin ningún control sobre ese sistema”, algo que, según el hoy ex canciller, “nos convertirá en una colonia”.
Con estas dimisiones, sólo quedan cuatro de los siete mosqueteros del Brexit duro en el gobierno, pero hoy en día nadie pone las manos en el fuego por la supervivencia de nadie, incluída la primera ministra. Los ganadores parecen ser pro-Brexit moderados. Jeremy Hunt, ministro de salud, ocupará el puesto de Johnson. Dominic Raab pasa de Vivienda a ocupar la cartera de David Davis. Como están las cosas no se sabe si sus estudios en Oxford y Cambridge le servirán más que su cinturón negro en karate para lidiar con la feroz interna del gabinete, la del Partido Conservador y la negociación con Europa.
Las tres batallas se dan al mismo tiempo. Ayer el líder del poderoso European Research Group, usina de los anti-europeos, el diputado conservador Jacob Rees-Mogg, exigió que el gobierno diera marcha atrás con lo acordado el viernes. “Esta estrategia de negociación nos deja mitad adentro, mitad afuera de la Unión Europea. Así que felicito a David Davis por su renuncia. Habrá que ver qué hace el resto”, dijo Rees-Mogg.
Los medios británicos calculan que entre 20 y 40 diputados están en las filas de Rees-Mogg. La cantidad es clave porque si 48 diputados conservadores apoyan un cuestionamiento del liderazgo de Theresa May habría una elección interna y la crisis alcanzaría un nuevo pico porque los conservadores decidirían no solo quién estará al frente del Partido Conservador sino quién será primer ministro.
Entre los más frenéticos pro-Brexit, hubo ayer llamados para que esto suceda cuanto antes. “Es hora que tengamos un primer ministro pro-Brexit, alguien que crea verdaderamente en esto y que esté preparado a ofrecer lo que el pueblo votó. Es hora que todos los diputados conservadores piensen detenidamente qué van a hacer”, dijo a la BBC la diputada Andrea Jenkyns.
Consciente de la gravedad de la crisis, Theresa May se reunió anoche con el Comité 1922 para explicarle a los diputados conservadores por qué el acuerdo alcanzado el viernes es el mejor para salir del estado de crisis permanente que ha generado las negociaciones por el Brexit.
En un intento de satisfacer a eurófobos y pro-europeos conservadores, el acuerdo propone un nuevo sistema aduanero en el que el Reino Unido seguirá las regulaciones de la Unión Europea en productos industriales y agrícolas, pero no en servicios, y buscará la creación de una zona de libre Comercio con la UE.
Los pro-europeos le dieron un cauteloso apoyo a esta propuesta, que funcionaría como punto de partida para la negociación con la UE, pero advirtieron que “the devil is in the detail” (el diablo está en los detalles). La mayoría de los eurófobos, en cambio, no tenían la menor duda: cualquier concesión equivale a la peor de las traiciones. ¿Cuántos eurófobos hay en total en el Partido Conservador? That is the question. En caso de que se precipiten los acontecimientos, necesitarán muchos más votos para derrocar a May: 159 como mínimo.
La crisis tiene mucho de absurdo surrealista porque es más que probable que la Unión Europea rechace la propuesta por la que se está desangrando el gobierno. La UE ha dejado en claro que el Reino Unido no puede elegir las partes que más le convienen de su actual relación con el bloque y rechazar el resto. No hay acceso al mercado europeo sin obligaciones. No se puede decir productos industriales y agrícolas son parte del acuerdo aduanero, los servicios no.
Así las cosas, a más de dos años del referendo a favor del Brexit y a ocho meses de la salida británica de la UE, el gobierno de May no ha logrado consensuar una posición negociadora frente a Europa. La reunión del viernes parecía ese paso que se iba a cristalizar el jueves con la presentación de los objeticos estratégicos de la negociación, el White Paper. Hoy nadie sabe qué va a pasar el jueves.
El tiempo es mucho más acuciante que estos ocho meses nominales que quedan hasta el 29 de marzo de 2019, fecha de la partida. En octubre una cumbre de la UE debe aprobar el acuerdo a que se llegue con el Reino Unido para presentarlo a los parlamentos de los 27 países. Lo mismo deben hacer los británicos en la Cámara de los Comunes. Pero no hay garantías de que haya un acuerdo para votar. Con la actual crisis es más improbable que nunca.
No sorprende que ayer la libra, que tiene algo de termómetro nacional, haya cerrado a 1,32 respecto al dólar, una caída de un 0,35%. “Los hechos de las últimas 24 horas sugieren que es cada vez más posible un Brexit extremo”, dijo a Bloomberg, Jeremy Stretch del Canadian Imperial Bank of Commerce. Y las cosas pueden empeorar. En caso de que los rebeldes conservadores tengan 48 diputados para disparar una elección interna del Partido Conservador, los analistas anticipan una caída de la libra a 1,25 respecto al dólar. Nadie quiere pensar el valor que tendrá la divisa británica si todo termina en un nuevo llamado a elecciones.