Argentina es uno de los países de Latinoamérica con peores condiciones para el acceso, la permanencia y el egreso universitario de las comunidades indígenas y afrodescendientes, de acuerdo con un informe elaborado por especialistas de toda la región. La escasez de profesionales formados en educación intercultural y la actual Ley de Educación Superior son algunos de los obstáculos que los expertos aconsejan resolver para mejorar la participación en la universidad de comunidades que suman más de un millón de personas en todo el país.
El informe fue presentado en la Conferencia Regional de Educación Superior (CRES), realizada en Córdoba el mes pasado. Uno de los siete ejes temáticos de las jornadas fue “Educación superior, diversidad cultural e interculturalidad”, coordinado por Daniel Mato, doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet con sede en el Centro Interdisciplinario de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Como parte de los preparativos para enriquecer el debate, Mato coordinó un trabajo de investigación desarrollado durante casi un año por especialistas latinoamericanos, un informe que ofrece un amplio panorama sobre la relación de los pueblos indígenas y afrodescendientes y la educación superior en la región.
En Argentina, el último censo nacional (2010) incluyó por primera vez una pregunta que permitió a los ciudadanos autoidentificarse voluntariamente como indígenas o afrodescendientes. El resultado indicó que 955.032 personas se reconocieron como indígenas, cifra que representa un 2,5 por ciento de la población nacional. Las comunidades mostraron presencia en todas las provincias del país y el pueblo mapuche figura como el más numeroso, representando al 21 por ciento de los indígenas argentinos. La población que se reconoció como afrodescendiente fue de 149.493 personas, un 0,4 por ciento del total. Sólo un 8 por ciento de los afrodescendientes nació en el extranjero, lo que rompe con un imaginario instalado que “extranjeriza” a esta población o los “confina al pasado colonial”, según destaca el informe sobre Argentina, que estuvo a cargo del investigador de la Universidad Nacional de Salta Álvaro Guaymás.
Pero el avance del censo no se vio acompañado por estadísticas que informen sobre la cantidad de estudiantes universitarios provenientes de pueblos indígenas, lo que lo especialistas denuncian como parte de una política de “invisibilización” del sector. Sin dudas, es una población que está subrepresentada, ya que conforma el 2,5 por ciento de la población nacional, pero lejos está de verse en las aulas un 2,5 por ciento de estudiantes indígenas, o de docentes.
Además de los obstáculos para el acceso a la universidad que afectan a todos los sectores populares en general, los pueblos indígenas y afrodescendientes enfrentan una serie de dificultades particulares, que Mato sintetiza como “mecanismos invisibles de racismo”, presentes también en otros niveles educativos.
Entre estos mecanismos, uno de los más importantes es el hecho de que las escuelas no cuenten con docentes formados en educación intercultural bilingüe, ya que en muchos casos el castellano no es la primera lengua que se habla en los hogares indígenas, por lo que los jóvenes llegan al nivel universitario con trayectorias escolares deficientes. Pero además, las instituciones educativas suelen ubicarse a grandes distancias de sus hogares y sus períodos escolares no coinciden con el calendario agrícola, que rige la vida de gran parte de las comunidades.
Pero una vez sorteadas las dificultades para el acceso, la universidad que los recibe, ¿tiene algo que ofrecer a sus proyectos de vida? ¿Es un espacio en el que se sientan cómodos? Al pensar las posibilidades de permanencia y egreso de las comunidades, la problemática demanda una transformación más profunda, que interpela directamente al modo de funcionamiento de las universidades.
“No se trata sólo de hacerle un lugar al otro. La universidad tiene que interculturalizarse, es decir, superar el racismo que está incrustado en sus estructuras institucionales y empezar a incluir contenidos, modos de aprendizaje y de producción de conocimiento, cosmovisiones y lenguas diversas. Hoy hacemos investigación como si estuviéramos en Suiza. La universidad no refleja la diversidad cultural local”, alerta Mato.
La mirada antropocéntrica y eurocéntrica que aún mantienen las universidades argentinas puede verse en la exclusión en los planes de estudios de autores y contenidos indígenas o afrodescendientes. Los estudiantes de Ciencia Política o de Derecho poco o nada saben de las formas jurídicas indígenas y sus mecanismos de resolución de conflictos, que no incluyen, por ejemplo, la utilización de cárceles. Lo mismo pasa en carreras como Farmacia, que excluyen los conocimientos de medicinas ancestrales. “Es importante formar docentes conscientes de la diversidad. No somos sólo un país de inmigrantes, y no todos los barcos vinieron de Europa. No se trata solo de que las comunidades puedan acceder para estudiar, tienen que formar parte como docentes y en roles de gestión y dirección”, agrega Mato.
Una de las recomendaciones para revertir esta situación es modificar el marco normativo que regula la enseñanza superior universitaria, la Ley de Educación Superior (LES). Mientras que la Ley de Educación Nacional, aprobada en 2006, establece como uno de los objetivos de la política educativa el “asegurar a los pueblos indígenas el respeto a su lengua y a su identidad cultural, promoviendo la valoración de la multiculturalidad en la formación”, y dedica un capítulo entero a la Educación Intercultural Bilingüe; la LES, sancionada en 1995, no incluye ninguna referencia a los pueblos indígenas, ni a la población afrodescendiente del país.
“La LES, al no estar pensada en un contexto diverso culturalmente ni de desigualdades sociales, parece estar diciendo justamente lo contrario de lo que expresa reiteradamente su letra: que la universidad no es un lugar para todos”, afirma Guaymás en su informe. Para “ser para todos”, la universidad debe dejar de ser monocultural.
Informe: Inés Fornassero.