En el predio de Ezeiza, allá a lo lejos, apenas asumió después de que Argentina quedara eliminadas por penales de su Copa América en 2011, estaba sentado Alejandro Sabella. En una de sus primeras entrevistas al frente del seleccionado, el hombre que nos llevó a la final hace cuatro años dijo, entre mate y mate, algo que me quedó guardado a fuego a partir de ese momento. La charla había derivado en cómo un entrenador de selección detectaba la diferencia entre un jugador muy bueno y un crack. Sabella dejó el mate, pensó y largó esa frase que hoy en el estadio de San Petersburgo me sirvió para analizar la semifinal a partir de su consejo. 

“Para saber cómo diferenciar al muy buen jugador del crack uno tiene que mirar a los defensores que lo marcan. Al buen jugador el defensor se le anima. Sale a anticiparlo o lo encara para sacarle la pelota. Al crack no. Al crack siempre el defensor lo espera para que vengan los compañeros a ocupar espacios. ¿O vos ves a los defensores salirle a Messi, a Robben? No. Los esperan, porque saben que apenas estiren la pierna para sacarle la pelota ellos aprovecharán ese movimiento para gambetearlos más fácil. Y nadie, nadie, quiere quedar en ridículo dentro de una cancha de fútbol”. Tan cierto como atinado. Un comentario bien de Sabella. 

Hace un rato, en San Petersburgo se jugó la semifinal de un Mundial. Eso dicen los equipos, y el nivel del partido, pero no el ambiente, que tiene más de esos amistosos que las federaciones hacen para juntar un billete que de partido que define al primer finalista de una Copa del Mundo. Pero ni bien el uruguayo Cunha dio el pitado inicial esa frase de Sabella me retumbó en la cabeza para ver claro lo que quizás todos vieron antes que yo. Porque la diferencia, esa imperceptible sensación que se siente en un estadio cuando la agarra uno bueno en serio ocurrió apenas la tocó el 10 de los rojos. 

Es que cuando la pelota entró en contacto con el pie derecho de Eden Hazard lo primero que hizo el estadio fue callarse. A cero. Porque todos los que estábamos ahí sabíamos que algo bueno iba a pasar. Y ahí, como si Sabella estuviese sentado al lado mío, me di cuenta que ante él los defensores franceses buscaban reagruparse contra su arco para no quedar pagando. O quedar mirándole el número 10 bien amarillo pegado en su espalda. Así le pasó a Pavard cuando intentó anticiparlo, o a Pogba cuando intentó ayudar al lateral. No pudieron hacer nada ante el desequilibrio constante de un futbolista que mostró nivel para pelear el premio al mejor jugador del Mundial. Y en ese primer tiempo con nivel galáctico del belga, me acordé de otra característica con la que Sabella diferenciaba a los cracks del resto. “Al crack lo esperan sabiendo que va a hacer y lo hace igual. Lo estudian, lo saben y los pasa. Ese es distinto en serio”, dijo aquella tarde en Ezeiza. Y en San Petersburgo, Hazard lo corroborró. Porque toda Francia, no solo los que estaban acá, sino los que se quedaron en su país, sabía que la posición de extremo izquierdo del jugador del Chelsea tenía una sola búsqueda: enganchar para adentro, para su pierna hábil, con la intención de tener el arco de frente y así poder lastimar encarando, pegándole al arco, o metiendo un pase riquelmeano. Si se hace hincapié en el 10 del equipo que perdió es porque otra cosa que separa a los muy buenos de los elegidos es el temperamento, y solo por el suyo Bélgica estuvo cerca de llevar la semi a tiempo suplementario. Solo por él. 

Si esa charla en la que Sabella dijo lo que dijo hubiese pasado después de este Mundial, el ejemplo claro de crack que usaría el DT encajaría perfecto en el otro 10 que hubo en cancha. Porque ningún jugador de los que estuvo en Rusia se mostró tan desequilibrante ‘natural’ en este Mundial como Kilyan Mbappé. Esta joya de 19 años, a la que le brota la explosión y le desborda el talento, es como esos boxeadores que saben que lo tienen todo. Tienen velocidad para los golpes, resistencia para resistir al rival, una técnica superior al resto y una pegada extraordinaria. El mote de futuro sucesor del duopolio del Balón de Oro, que Cristiano y Messi crearon hace más de una década, parece estar resguardado en sus cualidades. Los rivales tiemblan cuando él la agarra. Y Bélgica no fue la excepción. Los de Roberto Martínez le achicaron espacios, le juntaron marcas, lo alejaron de su campo, pero Mbappé demostró porqué es el hombre más buscado. El doble taco que tiró en el comienzo del complemento y sus eternas corridas que fueron imparables para la defensa rival lo depositaron en el pedestal de los cracks de este Mundial sin tantos cracks. 

Pero Francia no ganó solo por Mbappé. Sino porque tiene uno de esos cracks por línea. Como dijimos en crónicas anteriores tiene al mejor de los cracks silenciosos que potencian a los cracks que viven de las luces. N’Golo Kanté partido a partido afirma que sin él, nada de lo que vive Francia sería igual. Ni remotamente. Pocos hacen tanto generando tan poco ruido. Es el crack antagónico. El que nunca sale en las fotos, pero al que los compañeros eligen siempre primero. Pero en este equipo de estrellas, en la tarde de San Petersburgo, hubo otro que mostró su mote. Este crack no hace que la defensa rival se meta hacia su arco, más bien lo contrario, hace que el ataque rival tenga que buscar otro lugar de la cancha para poder hacerle daño a su equipo. Porque en esta Francia repleta de cracks (algunos de jugadas, y otros de conceptos) Raphael Varane demostró que para ser campeón uno como él es tan necesario como indispensable. Impasable, anuló a Lukaku, y cortó a todo el que se le metió en su zona. Hizo un partido perfecto. 

Terminó el partido. Francia pasó a la final. En San Petersburgo, pasó como un partido más. Los pocos franceses que se agruparon detrás de un arco festejaban en comunión con sus jugadores. Para ellos seguramente todos cracks. Es válido porque esos que están saltando cumplieron el sueño de jugar otra final luego de doce años. Pero yo desde el palco les deseo algo: que algún día alguien les diga esa gran verdad que nos dijo Sabella. Porque siempre será útil diferenciar al buen jugador de un verdadero crack para ver un partido de fútbol.