Los chicos de antaño querían ser astronautas. O bomberos. O querían ser lo que eran sus padres: médicos, enfermeras, oficinistas, carpinteros. Los padres de los chicos de antaño a veces querían que sus hijos llegaran a ser presidente. Pero era una rareza que un niño (¡menos una niña!) dijera motu proprio que quería ser presidente o presidenta. Lo decían más bien a instancias de sus padres.
Se sabe que Mauricio Macri hace mucho que quería ser presidente aunque no queda claro si su padre, cuando él era un niño, quería que su hijo llegara a ser presidente en un hipotético futuro. El futuro llegó y Macri es presidente y seguimos sin saber a ciencia cierta si su padre quería. Hoy resulta casi vergonzante que un padre o una madre de nuestras amplias y heterogéneas clases medias exterioricen su deseo de que su hijo/hija llegue a presidir el Poder Ejecutivo. La política fue desacreditada, esmerilada, son todos chorros y lo mejor es un Ceo apolítico, así que por desear, desearán que sus hijos sean ejecutivos, gerentes y emprendedores. Hasta los padres progres deberán preferir que su hijo/hija sea un buen dirigente opositor a un líder ineludiblemente oficialista. En este contexto cabe preguntarse por qué Marcelo Tinelli –que pertenece a una generación cuyos padres todavía soñaban con que el hijo llegara a ser presidente– querría ser presidente de la Argentina.
La pregunta seguramente viene de lejos pero fue cobrando sentido hace poco tiempo. Todo comenzó (todo significa una inmensa ola de rumores a partir de la crisis del gobierno y de que Tinelli estaría enfrentado con Macri desde el AFA affaire, que lo terminó expulsando de la conducción del fútbol) cuando a comienzos del mes de junio en conversación con Luis Novaresio –que había entrevistado a CFK cuando era candidata a senadora, o sea, sacó chapa de encarar presidentes pasados o futuros– dejó entrever su preocupación por la situación social. Al parecer esa sola expresión de sensibilidad social (¡éramos tan pobres!) que Tinelli suele encauzar a través de donaciones y asistencias de su fundación y sus programas, lo volvieron candidateable. Según ciertos relatos circulantes, empezaron a lloverle llamadas al celular de tirios y troyanos. Rápidamente las usinas mediáticas señalaron que, en cualquier caso, su perfil era antes que nada y sobre todo, anti K. Que detrás estaría tratando de resucitar don Francisco de Narváez (quizás devolviendo algo de la generosidad de Marcelo en los tiempos de alica-alicate), que Tinelli viene hablando con Pichetto, Bossio, Randazzo y hace poquito con Sergio Massa, lo cual no se sabría muy bien si interpretarlo como una señal de pum para arriba o de rejunte de saldos y retazos pum para abajo. Lo que sí parece sensato especular es que en todo caso Tinelli no estaría pensando en el modelo a la Silvio Berlusconi –empresario de medios, televisivo y molto conocido, y algo perimido, muy noventas– sino en el mucho más fresco y vigente de Donald Trump: el “outsider” que aprovechó la sólida plataforma partidaria de los republicanos (en su caso sería alguna variable del peronismo) a pesar de que muchos podían creer que su llegada directa a las grandes audiencias lo podía hacer prescindir de ellas.
Tinelli estaría leyendo relativamente bien el mundo y acierta si cree que el que se vayan todos está si no neutralizado al menos contenido. Es probable que se piense como un razonable ordenador de la antipolítica, no su encarnación pura, de clase, como exagera Macri cada vez que abre la boca. Pero tendría que ir aprendiendo de la lección primera –el Estado no es una empresa aunque la suya contenía las palabras “ideas” y “sur”–, la segunda –que se puede tener el carisma y el micrófono en la mano pero que eso no garantiza nada, nada de nada si no se sabe para qué, más que para quién. Y la tercera: que el rating y los votos también son una circunstancia si no se tiene historia en la política, en una sociedad que digan lo que digan, se repolitizó en los últimos años. O sea, que su candidatura también puede quedar medio off side.
Así y todo, subsiste la pregunta: por qué quiere ser presidente en la era en la que ya no todos los DT sueñan con dirigir la Selección nacional.
Ensayemos un paso de lo macro (y lo Macri) a lo micro. Pensemos en una persona que actualmente tiene 58 años (casi la edad de Mauricio y de su contrincante Daniel Scioli cuando se presentó a elecciones prácticamente convencido de que ganaba) y que lo tiene todo, se puede considerar una de las personas más “realizadas” en la Argentina pero que siente que seguir conduciendo ese circo en el barro de Bailando por un sueño o formatos similares en los próximos años lo aburriría y lo desmerecería, lo haría sentir un poco decadente y correría el riesgo de un derrape narcisístico delante de millones de personas, como cuando casi se ahoga en vivo y tuvo que delegar la conducción. Su humor, su picardía, su sex appeal se verían paulatinamente disminuidos, un tremendo golpe al ego para una persona que tiene todo el derecho de jactarse de su ego, y que hace rato dejó de jugar al muchachote recién llegado de Bolívar. En cambio, el poder puede ser un buen afrodisiaco. ¿Qué peldaño le falta por escalar? ¿Qué paso por dar? Obviamente no ser intendente de su ciudad natal ni goberna. A todo o nada. Como en House of cards pero evidentemente menos melodramático, sin tantos oscuros fantasmas del pasado para conjurar como Francis Underwood.
El por qué, entonces, sería algo así como una salida de alta gama a la crisis de la mediana edad. Entonces, ahora, queda tratar de imaginar el cómo. ¿Cómo sería una presidencia de Marcelo Tinelli? Cuesta imaginarla realmente. Más allá de los comentarios irónicos ya difundidos de cómo se armaría el gabinete con el Chato Prada, Fede Hoppe, Aníbal Pachano y otros miembros del jurado, y más allá de quienes se indignan porque sería entronizar a un miembro de la farándula a la Primera Magistratura (bueh), cuesta imaginar cómo será si Marcelo se deja llevar por los cantos de sirena del poder. ¿Cómo sería esa rosca con un peronismo conservador, Ceo friendly, moderado y por sobre todas las cosas, amargo? ¿Y si decidiera armar estructura propia y entonces sí que debería ponerse a bailar por un sueño? ¿Qué haría para la gente? ¿Quién sería, para Tinelli, la gente? ¿Los televidentes? ¿El pueblo? ¿Haría algo por el pueblo? ¿No hace mucho que recibe el nuevo año en Punta del Este?
O quizás todo sea una inmensa cámara oculta a ver cómo reaccionamos ante los graciosos experimentos de la nueva política (ahora que hay un nuevo FMI) y las especulaciones acerca de las transiciones hacia la nada.
O quizás todo sea al revés: una jodita para Tinelli. Pero en el sentido de que esta vez la jodita se la estaría haciendo alguien, alguien detrás de cámara al más canchero de todos, al propio Marcelo.