En 2010, todavía existía el MSN. Me acuerdo, porque íbamos chateando con mis amigxs sobre el “poroteo” de votos. Yo seguía la sesión por la televisión en Rosario, mi ciudad natal. Hacía mucho frío, estaba cansado y sin dormir. Me había tomado el único franco semanal que tenía en el trabajo. Llevaba y traía papeles para un estudio jurídico, y algunos fines de semana vendía hamburguesas en un carrito, como changa.

Tenía 23 años y ya militaba en el PTS. Vivía con una novia que en ese momento estaba de viaje, por lo que íbamos compartiendo lo que nos pasaba a través de las redes sociales. Teníamos varios amigxs que se habían quedado en la calle por ser gays, que habían enviudado y perdieron todo porque las familias de sus parejas los echaron como a perros.

En la televisión, Chiche Duhalde afirmaba: “El matrimonio es una institución formada por un hombre y una mujer, y una mayoría circunstancial no puede modificarlo”.

La senadora justicialista Negre de Alonso iba aún más lejos. Abogaba por una ley de unión civil que excluyera explícitamente la adopción por parte de parejas homosexuales. “Acá [mostrando un manual de educación sexual del Ministerio de Educación] hay niños y niñas desnudos, y dice cómo construir el cuerpo. Me preocupa qué va a hacer la ESI. Vamos a tener que enseñar qué es ser gay, lesbiana, travesti, transexual”, advertía.

No me olvido de los nervios de ese 15 de julio. Ya casi no me quedaban uñas, fumaba como un escuerzo: nadie estaba seguro del resultado. Hasta el día de hoy tengo presente que la ley fue aprobada con apenas seis votos de diferencia a favor.

Piel de gallina y bronca, lágrimas de emoción y risas de nervios. Quería estar en la puerta del Congreso, ser parte de esos jóvenes que le robaban una bandera a la Iglesia, que llenaban de colores irreverentes las calles y las puertas del Congreso.

Éramos muchos los que desconfiábamos del lobby parlamentario, de los Gobiernos de turno, que hasta hoy financian a la Iglesia, que por aquel entonces nos acusaba de declararle “la guerra de Dios”. Aún hoy tenemos que decir: Iglesia y Estado asunto separado, y terminar con la influencia religiosa en la educación, que debe ser pública, laica y gratuita para todos.

Al escribir estas líneas pienso mucho en Néstor Perlongher, uno de los fundadores de FLH, y en el militante Marcelo Benítez, dos maricas clasistas.

Tuve el honor de entrevistar a Marcelo y su postura frente al matrimonio igualitario me interpeló.

-Nene, en los setenta no queríamos ser parte de esa institución -me dijo intempestivamente.

-Yo tampoco Marcelo, pero quiero tener el derecho a decir que no -le respondí.

Existimos y queremos una igualdad ante la ley, pero también ante la vida.

Durante el mes de julio de 2017, Alemania fue el país Nº 23 en permitir el matrimonio igualitario, según un informe que realizó la BBC. Pero todavía hay 78 países cuyas leyes castigan a las personas que aman a otras de su mismo sexo, son trans, travestis o transexuales. Chechenia tiene reservados para ellxs campos de concentración. Este año, siendo la noticia de dominio público, transcurrió el Mundial de fútbol con total normalidad.

Pero para ser socialmente iguales y humanamente diferentes hay que luchar contra este sistema capitalista y patriarcal. Peleo por una sociedad en la que el promedio de vida de las personas trans deje de ser de 35 años; en la que no exista más el oscurantismo clerical. Porque el deseo debe ser libre y vivirse sin ningún tipo de prejuicio u opresión.