Yo estoy enamorado de Tomás y en 2014 me casé enamorado de él. Mi unión matrimonial es en nombre de ese amor y nada me gusta más que estar así de enamorado de él y casado con él. A menudo lo miro y actualizo la decisión que tomamos. En realidad, estoy más enamorado de Tomás ahora que antes, o que cuando lo conocí hace 5 años. A mí me parece que el amor que siento tiene demasiado que ver con el matrimonio que integro por lo que no tengo problemas, ni interrogantes. Tampoco tengo críticas. Me gusta mucho verlo sonreír y verlo en acción. Nuestra vida está buenísima y le debo un montón. Con Tomás aprendí a fortalecerme y mi mejor plan es estar juntos.
Tomás es mi vocación y si bien con los exámenes médicos prenupciales tuve que madrugar, volvería a casarme con él. Hace poco se lo dije, confieso: “Me gustaría volver a casarme con vos”. Me parece que le gustó la propuesta. En su momento, la invitación fue de él hacia mí; ahora fue al revés. Es que no tengo otros planes. No persigo otras metas. No le encuentro ninguna razón a todo esto que no sea estar con Tomás y estar con Teresa, mi hija. Quiero mucho a mis amigos, me gustan algunas canciones, algunos libros, pocas películas y correr un rato. Por fuera de eso, Tomás y Teresa. Mi matrimonio y mi familia.
Cuando era chico, los sábados a la noche, mi madre me llevaba a la iglesia Nuestra Señora de la Merced, en Ensenada, a ver a las novias. Ella era modista retirada y disfrutaba criticando los vestidos. La esposa de un primo cantaba el Ave María y a mí todo eso me fascinaba. Me ponía nervioso con las demoras, con la espera del novio y con los salones de eventos. Trataba de averiguar con qué canción iban a entrar luego a la fiesta e imaginaba cómo habían pasado esa tarde los novios y sus familiares. Si habían dormido la siesta o no; cuánto habían estado en la peluquería y quién se había encargado de los centros de mesa. Cómo era la torta o si la torta era mi favorita. En los años 80 se usaba mucho la “torta fuente”, con varios pisos y efecto cascada. Hace poco busqué ese aparato y venden uno en Mercado Libre. Es eléctrico y es enorme. No tengo lugar en mi casa. Además, yo no tuve ni tendré fiesta de bodas. No me interesó ni a mí ni a Tomás. Tampoco ceremonia religiosa alguna. No me interesan las fiestas, de ningún tipo. Sin fiesta, nuestro casamiento fue divino: uno de los días más felices de mi vida.
Reconozco que esté como esté y dónde esté, todas mis vidas anteriores no se cancelan, pero casarme con mi esposo trajo aparejado un efecto luminoso. Yo había fabulado con muchos escenarios posibles a partir de nuestro enlace, sin embargo a uno de ellos, el más importante y el más indiscutible para mí, no pude adelantarme: casarme con Tomás fue empezar a tener presente. Es la primera vez en mi vida que vivo del presente, en su tiempo y en sus circunstancias; suficiente para mirarnos de cerca y decirnos: “¡Vivan los novios!”.