En La maravillosa historia de Peter Schlemihl, un relato que Adelbert von Chamisso publicó en Alemania en 1814, el protagonista se ve tentado a venderle su sombra a un personaje misterioso a cambio de una bolsa de oro. Pero a pesar de su nueva riqueza, una vez que empieza a moverse en sociedad en calidad de “hombre sin sombra” sus expectativas de triunfo se ven frustradas; antes que admirarlo, se lo señala por ser distinto. Parecía improbable que semejante relato de impronta fáustica, después de todo una variante de ese viejo negocio de venderle el alma al Diablo, pudiera dialogar con lxs niñxs del 2018. Pero un grupo de artistas talentosxs, bajo la dirección de Eleonora Comelli, coreógrafa, y Johanna Wilhelm, artista visual, lo logró, quizás entendiendo que el punto en común con varias historias de monstruos contemporánexs que circulan en libros, películas y en la televisión es que se trata de mil y una versiones del cuento del que es dejado de lado por ser diferente.
En El hombre sin sombra, versión libre del relato de von Chamisso que se presenta en el Teatro Cervantes todos los fines de semana, Peter (Pablo Fusco) es un burgués al que le falta algo, y también el narrador de una puesta que se ubica en algún lugar entre el teatro y el libro ilustrado. Porque mientras que la escenografía es mínima, las retroproyecciones a cargo de Gisela Cukier y Johanna Wilhelm hacen del telón de fondo una superficie en la que se despliegan, como las láminas de un libro, una serie de dibujos artesanales que vemos armarse frente a nuestros ojos, como si alguien estuviera contándonos un cuento con figuras de cartón. El potencial lúdico del relato de von Chamisso también pasa aquí por la recreación de las sombras, a cargo de Santiago Otero Ramos y Gastón Exequiel Sánchez, que a modo de mimos replican las acciones del protagonista pero, ocasionalmente, también se rebelan y hacen de las suyas. En ese espacio de fantasía transcurre la historia de Peter que, desesperado por conseguir el amor de Fanny (Griselda Montanaro), una bailarina con la delicadeza y el encanto de una muñeca de cajita musical, cree equivocadamente que hacerse rico le abrirá la puerta a todos sus deseos. Por eso cuando el Hombre de Gris (Sebastián Godoy), en una capa emplumada que recuerda a Rothbart, el brujo de El lago de los cisnes, le ofrezca inagotables riquezas a cambio de su sombra, Peter no dudará en vendérsela, sin sospechar a qué está renunciando junto con ella. Básicamente, propone la obra, a aquello que lo hace humanx, esa extraña mezcla entre oscuridad y luz que somos todxs.
El gran desafío aquí no era solo adaptar una obra que tiene dos siglos al público contemporáneo sino también, como tantos espectáculos para niñxs, ofrecer una puesta en escena que pudiera atraer por igual a niñxs de distintas edades. En ese sentido, El hombre sin sombra logra un equilibrio delicado entre el entretenimiento y la narración de un relato que tiene una complejidad simbólica importante, porque juega desprejuiciadamente con la música en vivo, el baile y el humor físico (la secuencia donde las sombras se ocultan en la platea y los palcos mientras Peter las persigue es una fiesta de excitación para lxs chicxs). Y al mismo tiempo, por su cualidad artesanal y un despliegue de diseño que se ve lujoso y sencillo a la vez, invita a jugar al teatro en casa, con papeles recortados y dibujos, con materiales que están al alcance de cualquiera. Eso, y el mérito de acercar a lxs niñxs, no solo a la Sala María Guerrero del Teatro Cervantes con sus butacas de pana y piso de madera sino a un relato del que los separan doscientos años -y que por lo tanto amplía ese universo de animación digital en el que están inmersos-, hace de El hombre sin sombra una ocasión perfecta para que lxs chicxs entren en contacto con algo tan novedoso como lo más viejo.
El hombre que perdió su sombra, Sala María Guerrero, Teatro Cervantes. Sábados y domingos a las 15. Libertad 815. CABA.