Hernán Reinaudo se reconoce parte de una generación, la de jóvenes que se reencontraron con el tango en la bisagra del siglo. El guitarrista llegó a Buenos Aires desde Córdoba desde 2001 para explorar ese lenguaje. Pero a diferencia de muchos de sus colegas, su búsqueda estilística no lo llevó a recuperar elementos rockeros para sus tangos ni a rastrear las claves de las orquestas típicas de la época de oro. Reinaudo encontró su camino en los libros de Leopoldo Marechal, especialmente en el Adan Buenosayres y el concepto de “Neocriollo”. Tal es así que Neocriollo es el título de su flamante disco, que presentará esta noche en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 772) con su grupo y la voz invitada del Cardenal Domínguez, su recurrente compañero de aventuras musicales.
“En Córdoba tocaba rock y venía muy interesado en lo que significaba la idea de lo nacional, la estética”, recuerda el guitarrista y compositor. “En el tango encontré lo propio, porque lo que me pasaba con el rock, más allá de la historia muy fuerte de rock nacional, era que siempre había que estar atento a lo que pasa afuera y pedir prestadas estéticas, modos”, plantea. “El libro de Marechal me mató y la idea del ‘neocriollo’ siempre fue un símbolo, porque somos una ciudad cosmopolita y tenemos información de todos lados, ¿pero cómo podemos traducir eso con una mirada nuestra? Y hasta me gusta cómo suena la palabra”.
–¿Maduró la idea durante 18 años, entonces?
–Sí, siempre estuvo la idea pero nunca pensé “lo voy a hacer”. Siempre fue una cosa tácita, una guía. Yo buscaba hacer algo con colores de acá, música de acá y permeable a otras cosas. Nada nuevo.
–Dice “nada nuevo” pero hay vanguardia en el disco.
–Sí, pero supongo que es lo que todos los compositores buscamos. Digo “nada nuevo” en ese sentido. Todos nos amparamos en algo, la figura de Marechal para mí fue muy fuerte. Estuve componiendo todo este tiempo y pude organizarlo y grabarlo después de bastante tiempo y con el premio del Fondo Nacional de las Artes pude editarlo.
–¿Cómo fue ese proceso?
–Cuando llegué a Buenos Aires trabajaba con cantantes, acompañando. Al principio empecé con las 34 Puñaladas. Estaban en el mismo proceso que yo y que toda nuestra generación: reapropiarse y reaprender un género que si bien era nuestro, no lo sabíamos tocar. Rarísimo, ¿no? Aun teniendo conocimientos musicales, mucha información de conservatorio, ¿cómo lo tocás? Y en Córdoba empecé a juntarme con unos viejos que habían quedado que tocaban muy bien. Y ya en Buenos Aires sí, entré en contacto con más gente. Pero la mía es toda una generación que tuvo que reaprender un género que nunca debería haber olvidado. Con los Puñaladas grabé el segundo disco y ya estaban componiendo. Toda esa generación estaba componiendo. Y yo también, pero faltaba para plasmarlo, hasta que pude darle forma a un grupo y a un disco. Y de ahí no paré.
–¿Qué buscaba como sonido para este disco?
–Creo que lo más difícil que tenemos hoy los compositores es la estética. Comparando con la historia del tango, los compositores siempre tuvieron la estética del tango. Para Firpo, De Caro, la estética no era un problema: era su música. Agregaban cosas por su conocimiento musical, lo contrapuntístico, lo armónico, le iban poniendo a esa estética materiales digamos vanguardistas. A mí lo que más me costó y obsesionó, porque esos conocimientos académicos los tenía, era estético, qué hacer con eso.
–¿Cómo lo solucionó?
–¡No lo solucioné! (risas)
–Pero hay una estética definida.
–Sí. El problema era que todo lo que escuchaba sonaba a tango viejo o a Piazzolla. Era muy fácil caer en el post-piazzollismo y eso es algo que yo siempre traté de evitar.
–La mayoría de su generación resolvió eso tomando cosas del rock o yéndose a un lado más oscuro. Usted se va a otro lado que no es ni tango ni folklore.
–Es que en esa obsesión de la estética me la pasaba pensando en cómo no caer en una cosa u otra. Pero uno tiene un norte al que ir, y capaz es imposible o utópico, y me relajé y me puse a hacer. Y en ese ir haciendo apareció una estética que me favorecía o me gustaba, que era tomando la guitarra, que es mi instrumento y de dónde salen las composiciones. Busqué también una parte rítmica por el lado de la milonga y el candombe. Eso me liberó un poco, me sacó la presión que uno se pone de que tiene que ser de determinada forma o buscar el tango revolucionario. Uno se ahoga en la exigencia que se pone. Me di la libertad de que si algo no me cerraba 100% en la estética del tango lo dejaba pasar y que fuera decantando.
–Además abreva en el cancionero criollo con el Cardenal.
–Sí, pero ya lo tomo dentro de esta estética nacional.
–¿El neocriollo va mirando al futuro?
–Sí, totalmente.
–¿Y qué ve en el futuro?
–Tengo momentos. Ahora estoy más optimista. No con la realidad del país, pero sí con mis colegas, que siguen para adelante y nada los para. Eso me da ánimos para tocar, componer. ¿Para qué hacer discos hoy? Todo decanta en algo.