Si hay algo que vuelve extraordinariamente doloroso el ver las escenas finales de First Reformed, la nueva película de Paul Schrader, es el chaleco de alambres de púa que el personaje de Ethan Hawke envuelve alrededor de su propio cuerpo. Hawke interpreta a Ernst Toller, un sacerdote que cae en una racha masoquista y muy destructiva. Es un alma atormentada, uno de esos típicos solitarios de Schrader. A la vez, es un retrato bien distante de los relajados personajes que supo encarnar en películas anteriores como Reality Bites (1994) o Antes del amanecer (1995).
La película tiene lugar en una pequeña y aparentemente somnolienta comunidad en el norte del estado de New York. La iglesia local está por celebrar su 250° aniversario. Toller, el pastor de la parroquia, aún está de duelo por la muerte de su hijo en la guerra de Irak. Hombre de una profunda espiritualidad, aparece abatido por la suciedad y la corrupción a sus mismas puertas. La iglesia fue una vez una parada en el camino ferroviario subterráneo que ayudaba a escapar a los esclavos hacia el norte pero ahora, según siente el sacerdote, ha perdido toda conexión con algún significado para los necesitados y los oprimidos. “¿Puede Dios perdonarnos por lo que le hemos hecho al mundo?”, se lamenta en pantalla.
En las entrevistas que dio en el Festival Internacional de Cine de Venecia, poco después del estreno del film, Hawke se mostró encantado de haber tenido la oportunidad de interpretar al atormentado sacerdote. Y sobre todo por trabajar con Schrader, el guionista y director detrás de películas como Taxi Driver (1976), La marca de la pantera (1982) y Gigoló americano (1980). “En cuanto leí el guión sentí que debía ser publicado. Schrader le estaba dando voz a algo que yo mismo sentía en mi interior, que un montón de gente que conozco y en mi familia también estaba sintiendo”, dice el actor. “Es una especie de llanto, o de plegaria. Si se trata de una plegaria de esperanza o desesperanza, no estoy muy seguro. Y eso es lo que amo de la película”.
Hawke habla en términos generales del “tremendo monto de ansiedad” que se generó desde que se volvió evidente, luiego de Hiroshima, que la humanidad tenía la franca capacidad de destruir el planeta. First Reformed se mete de lleno en ese estado de ansidedad, a la vez que expone la crisis interior que Toller está afrontando. Hawke compara a su pastor de ficción con John Brown, el abolicionista que recurrió a una fuerza armada para intentar terminar con la esclavitud en el Siglo XVII; en la pantalla se ve a Toller utilizar un chaleco suicida, considerando una acción violenta.
“Es extraño ser un jihadista en el lado correcto de la historia, que es lo que fue John Brown”, señala. “De cualquier manera, él era un lunático en varios sentidos, pero er aun lunático del lado correcto de las cosas. No me parece una coincidencia que Paul Schrader haya situado toda la acción en esta iglesia, que fue como un faro para ese ferrocarril subterráneo”. El público está acostumbrado a pensar a Hawke como ese protagonista que no necesita esforzarse para ser encantador en las películas de su amigo Richard Linklater, o en esa figura pública abonada a las tabloides que una vez estuvo casado con Uma Thurman. De todos modos, en los últimos tiempos también ha tenido su buena cuota de roles oscuros.
Hawke estuvo impresionante como Chet Baker, el autodestructivo músico con problemas de adicciones alguna vez señalado como “El James Dean del jazz” en Born to be blue (Robert Budreau, 2015); también se mostró sorprendentemente convincente en Maudie (Aisling Walsh, 2016) como el viejo solitario cascarrabias que comienza un inesperado romance con una chica de la limpieza con inclinaciones artísticas, interpretada por Sally Hawkins. Pero sin dudas el Toller de First Reformed es el personaje más extremo que alguna vez haya asumido, una personalidad llena de conflictos con una inesperada capacidad para la violencia. Hawke se luce en una película que le demanda grandes esfuerzos como actor.
“Nunca había interpretado a un sacerdote pero cuando nací mi bisabuela se sintió absolutamente segura de que yo iba a ser cura”, recuerda Hawke, hoy con 47 años. “Ella acostumbraba decirme que yo tenía que escuchar el llamado. A mí el tema me petrificaba, porque no quería recibir el llamado para ser sacerdote. Yo quería relacionarme con las artes”. Hawke creció en Texas y en New York, en el seno de una familia que era “seriamente” religiosa. Del lado de su padre eran baptistas. Su madre es episcopaliana y su padrastro es católico. “¡Estaba completamente rodeado por fanáticos!”, se ríe.
En su juventud, Hawke tomó el fervor religioso que lo rodeaba y lo volcó al arte. “Esa fue la iglesia de mi elección: las películas, los libros, el rock and roll. Ahí es donde encontré la mayor sanidad”, asegura. Su primer sueño fue ser escritor, pero esa intención se modificó cuando se enganchó con la actuación en la escuela secundaria. A medida que su carrera progresaba, Hawke intentó consolar a su bisabuela diciéndole que si no podía ser sacerdote en la vida real, aún era capaz de interpretar uno tarde o temprano en el escenario teatral o en la pantalla. Treinta años después de que ingresara en el negocio, finalmente pudo cumplir su palabra.
Así, Hawke toma un lugar junto al Claude Laydu de Diario de un cura rural (Robert Bresson, 1951), el Montgomery Clift de Mi secreto me condena (Alfred Hitchcock, 1953), el Gunnar Björnstrand de Luz de Invierno (Ingmar Bergman, 1963) y el Brendan Gleeson de Calvario (John Michael McDonagh, 2014) en la lista de actores que se han puesto en la piel de hombres de Dios que luchan con su propia fe. Schrader describe al actor como una elección natural para ese personaje: “Simplemente podés ver en él todos esos atributos. No necesita actuar para lucir obsesionado. Lo es, por su fisonomía y también por su edad. El aspecto juvenil ya no está”. El realizador agrega que su actor protagonista “es un verdadero intelectual. Además de actor, es escritor y director, por lo que trabajás con él en un nivel diferente del que estás con cualquier otro actor. Estás hablando con un artista, con un colega, un compañero”.
Hawke supo desde temprano que éste era un proyecto profundamente personal para el director, quien a su vez proviene de un entorno familiar estrictamente calvinista. “Es un personaje tan auténtico, escrito de una manera enormemente sincera. Paul podría decir que esta película se viene gestando en él probablemente en toda su vida”, reflexiona Hawke. “De una manera similar, yo siento que este personaje es uno que muchos de los que interpreté en el pasado me han ayudado, me prepararon para asumir”.
En cuanto a ese final extraordinario, en el que el sacerdote masoquista se lacera a sí mismo con el chaleco de alambre de púas, Hawke señala que terminó encontrando la escena sorprendentemente sencilla. “Creo que a la mayoría de las personas conscientes no les cuesta mucho tener esa sensación de desesperanza. No es algo que esté lejos de nosotros en cualquier momento. El autodesprecio es tristemente algo que tiene mucho que ver con las cosas humanas”, sugiere con una tímida sonrisa. “Nos decepcionamos a nosotros mismos tanto sobre lo que sentimos que somos capaces, y la persona que queremos ser”, dice. “No estamos seguros si es algo que tiene que ver con nuestras fallas como personas o las fallas de la sociedad, cosas que nos impiden ser la persona que queremos ser. Todo eso es la experiencia del reverendo Toller”.
Es fácil dejarse llevar por el escepticismo cuando una exitosa y bien parecida estrella de Hollywood habla en un encuentro con la prensa sobre la miserias y decepciones que provocan el día a día del trabajo. De todos modos, Hawke parece ser sincero: habla de la “abrumadora gratitud” hacia Schrader por elegirlo, y por darle la chance de “poner todos mis miedos y mis decepciones y ansiedades en este personaje. Le dio un foco a mi vida”. El actor tomó fuerte inspiración de su propia crianza religiosa: “Esta película me dio la oportunidad de usar lo que aprendí y todo eso sobre lo que estuve pensando, aquello sobre lo que me hablaron mis padres, mis hermanos y hermanas, durante toda mi vida. Todo eso vibró en las paredes de este film”.
En otra demostración de versatilidad, luego de este ambicioso proyecto Hawke se convirtió en un músico independiente en la madurez para Juliet, Naked, adaptación al cine de la novela de Nick Hornby, y luego interpretó al sheriff Pat Garrett en The Kid, el aún no estrenado western de Dane DeHaan. En su carrera recibió cuatro nominaciones al Oscar y hace poco recibió el “Excellence Award” en el Festival de Locarno: un signo de que el jovencito que debutó en la actuación a los 14 años en Los Exploradores, de Joe Dante, ya puede ser clasificado como un veterano. Como sea, puede hacerse una predicción bastante segura. Si en el futuro llegan a hacerse retrospectivas centradas en Ethan Hawke, First Reformed seguramente tendrá un lugar prominente en ellas.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.