La Cámara Nacional Electoral sostuvo la semana pasada que el Congreso debe modificar la integración de la Cámara de Diputados porque están subrepresentadas las provincias que más crecieron en población durante las últimas décadas. El tribunal hizo lugar a un planteo de un elector de Córdoba que se quejó de que su voto valiera menos que el de, por ejemplo, un fueguino o un porteño. Parece mentira, pero los votos de los habitantes de la provincia de Buenos Aires, en diputados, valen la mitad que la de sus vecinos al otro lado de la General Paz.
La ciudad de Buenos Aires tiene prácticamente la misma cantidad de habitantes desde hace setenta años. En 1947 alcanzó su tope poblacional. Según el censo de ese año eran 2.981.043 porteños, el último censo en 2010, midió 2.890 151. En ese mismo período de tiempo la población total de la Argentina se triplicó. Esta pérdida relativa de la importancia numérica de la ciudad respecto al resto del país no tuvo su correlato en la representación política.
La ley electoral que nos rige, aunque usted no lo crea, es la establecida en julio de 1983 durante el último año de la dictadura militar, la llamada “Ley Bignone”, estableció los criterios de representación electoral, y la cantidad de diputados que le corresponden a cada provincia.
El sistema federal argentino le garantiza a todas las provincias un peso político igualitario en la Cámara de Senadores sin importar su cantidad de habitantes. Por eso desde 1994 una provincia como La Rioja, con 362 mil habitantes, tiene tres senadores como la provincia de Buenos Aires, que tiene 17 millones de habitantes, no parece muy democrático, pero sin duda es federal. Sin embargo, la Constitución no deja lugar a dudas respecto a que en la Cámara de Diputados la representación debe ser estrictamente acorde a la población.
Aun así, la “ley Bignone” dispuso que todas las provincias tengan un piso de cinco diputados. Esto implicó una sobrerrepresentación de las provincias menos pobladas en desmedro de las más populosas. Se ha argumentado que de esta forma se apuesta a un desarrollo de las regiones más aisladas dándoles mayor peso político. Lo que cuesta explicar es la sobrerrepresentación de la ciudad de Buenos Aires.
El censo de 1980 es el que definió el actual reparto de diputados por provincia, el número total a nivel nacional se fijó en 257 diputados para una población de 28 millones de habitantes. A la CABA, con 2,9 millones de habitantes, le correspondieron 25 diputados. Y a la provincia de Buenos Aires, con 10 millones de habitantes, se le adjudicaron 70 diputados. Ya entonces la Provincia fue perjudicada, porque tenía más de un tercio de la población total del país y debieron corresponderle 86 diputados. Pero con el correr de los años el problema no hizo más que agravarse, la Ciudad siguió estancada en su número de habitantes mientras la población del país no paró de crecer y la de la Provincia se multiplicó. En sentido estricto, hoy debería tener 97 diputados, es decir, 27 más de los que tiene.
La reforma constitucional de 1994 abordó esta problemática estableciendo en su artículo 45 que después de cada censo nacional se deben ajustar las proporciones en concordancia con la evolución poblacional. A partir de entonces hubo dos censos: en 2001 y en 2010 y nada se modificó en el sistema representativo a pesar de que la deformación ya era evidente.
Desde 1983, la provincia de Buenos Aires aumentó su población en un 70 por ciento. La contracara del estancamiento poblacional porteño es el desborde hacia el Conurbano. El caso paradigmático es el partido de La Matanza que en 1980 tenía 950 mil habitantes y hoy está rondando los dos millones. Desde la recuperación de la democracia la población de la Argentina creció un 50 por ciento y la Ciudad cero. El problema no solo es respecto a la provincia de Buenos Aires. En 1980, Córdoba y Santa Fe tenían casi la misma cantidad de población: 2,4 millones de habitantes y les correspondieron 18 diputados a cada una. Hoy ambas provincias han superado en población a la CABA: Córdoba tiene 3,5 millones y Santa Fe 3,4 millones de ciudadanos. Sin embargo, siguen teniendo siete diputados menos que los porteños. Otras provincias perjudicadas en el reparto son Mendoza y Salta.
Pero la comparación con la provincia de Buenos Aires roza el escándalo. Si medimos cada diputado nacional en términos de cantidad de población que representan podremos apreciar con claridad la deformación en que ha caído el sistema: CABA tiene un diputado cada 116.000 habitantes; en cambio Córdoba y Santa Fe tienen uno cada 189.000 y la provincia de Buenos Aires tiene uno cada 243.000. A la hora de elegir diputados en Argentina un voto porteño vale más del doble que uno bonaerense. Un voto bonaerense vale la mitad que uno porteño. Este voto descalificado es inconstitucional, agrede la representación de enormes mayorías populares, y sin duda, por su composición socioeconómica, subvalora el peso político de las enormes masas suburbanas como las poblaciones de los grandes cordones del gran Buenos Aires y el gran Rosario.
En 1940, Ezequiel Martínez Estrada publicó Cabeza de Goliat, allí se refería a Buenos Aires como un problema, que en su exagerado crecimiento, deformaba la armonía de la Nación. Una ciudad que en esa época tenía el 20 por ciento de la población total del país, y hoy, 80 años después, representa el 7 por ciento. Sin embargo, ni su peso político, ni su influencia simbólica se han modificado.
Q Historiador.