Mayo de 1958. Streltsov mira a través de su copa de vino el revuelo de faldas que hay en la sala. Es una hermosa tarde de calor, ideal para pasar en una dacha: así se le dice en Rusia a las casas de campo que la gente con poder adquisitivo tiene para los fines de semana o el verano. Streltsov sabe que todos esperan que él abandone su sillón y termine de encender la fiesta organizada por Eduard Karajanov, un destacado militar que había regresado de una campaña en el Lejano Este. Streltsov ya es la máxima figura del fútbol soviético y de él depende el éxito del país en el Mundial de Suecia que se avecina. Inclina la copa y bebe un sorbo. En momentos así no puede evitar recordar su infancia sin un padre que no regresó de la guerra, sus días sin comida en las afueras de Moscú, cómo sufrió por su madre que estaba enferma del corazón y era inválida, cómo se ganó sus primeros billetes con su primer trabajo como cerrajero, aquellos comienzos en el equipo de la fábrica Frezer y cómo después de un partido contra las inferiores del Torpedo, el técnico rival lo convocó a una prueba con el equipo mayor. Tenía 16 años y llegó con una pequeña valija de madera en sus manos. Ahora se siente observado, levanta la cabeza y ve a una preciosa muchacha que le sonríe y se le insinúa sin dejar de moverse. Su nombre es Marina Lebedeva. Eduard Streltsov tiene solo veinte años y más de cien millones de personas sobre sus espaldas. “Es hora de convertir esta reunión en una fiesta”, piensa, y se levanta. No tenía idea del calvario que estaba por comenzar a recorrer.
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“¡Hola Misha! ¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo sin verte!”, grita Héctor Bracamonte en perfecto ruso pero con el acento cordobés que jamás perdió aunque ya no vive en Río Cuarto hace más de 20 años. Braca es así, genuino hasta los huesos, le da igual ser una casi celebridad en Rusia por su exitosa carrera: hizo muchos goles, fue tapa de revistas deportivas y femeninas, tocó y cantó en varios programas de radio y televisión, le ofrecieron participar de una telenovela junto a Natalia Oreiro y hasta las autoridades del fútbol ruso llegaron a ofrecerle la nacionalidad para que jugara para su selección.
En el sudeste del centro de Moscú, en el estadio del Torpedo, el primer equipo de Braca en Rusia, hace bastante calor. Ahí surgió la idea de contar, de la mano del ex futbolista argentino la historia del mejor jugador ruso de la historia: Eduard Streltsov.
Mientras Bracamonte sigue a los abrazos con Misha, el utilero del club con el que compartió miles de horas en vestuarios de todo el país amablemente muestra la estatua de Streltsov que recibe a los visitantes en el ingreso al predio y siempre tiene flores a sus pies. El estadio lleva su nombre, y en Rusia es sinónimo de talento, de magia y de amor popular, pero también de controversias y sobre todo de nostalgia por el jugador que fue, pero mucha más melancolía por el jugador que podría haber sido. Al llegar a las tribunas, se advierte en el medio de la cancha un set de filmación. El viejo Misha cuenta que están grabando la película sobre la vida del ídolo del Torpedo que se va a estrenar en 2019. Es necesario acercarse para ver mejor, pero en ese contexto es fundamental hacer silencio. En los laterales y detrás de los arcos hay un croma verde de madera prolijamente colocado que tapa gran parte de las viejas gradas.
El Streltsov aún conserva los asientos, las antiguas torres de luces, los olores y la épica de los viejos estadios soviéticos a diferencia de los que ahora son sedes del Mundial. Hay también 22 actores disfrazados de futbolistas de la Unión Soviética y de Polonia, con los uniformes de la época. El pibe que interpreta a Streltsov queda despatarrado en el piso tras una fuerte patada y el Lev Yashin actor corre para socorrerlo, empujando a cuanto rival se le cruza por el camino. Se suman varios más y comienzan los empujones, los gritos, hay un principio de conflicto. El director detiene la filmación y pide más agresividad. Se trata de uno de los más famosos partidos de la historia del fútbol soviético: el que les dio la clasificación al Mundial de Suecia.
Noviembre de 1957. La URSS y Polonia tenían que definir entre si quién iba a la Copa del Mundo de Suecia. Todo el equipo está en la terminal de trenes Belorusskaya, listo para partir. En realidad, no todo, faltaban dos jugadores. Streltsov y Valentin Ivanov no aparecen, la temida pareja de ataque. El tren parte sin ellos. Los delanteros logran, en un coche, alcanzar horas más tarde a la formación en Mozhaisk, a 100 kilómetros al oeste de Moscú. La formación se detuvo especialmente para que ellos subieran. Los dos estarían entre los once titulares; pero había una condición: solamente a fuerza de goles y trayendo la clasificación conseguirían que no se volviera a hablar sobre el asunto.
Streltsov se lesionó por la fuerte patada de un polaco y le pidió al médico que hiciera lo imposible para que pudiera jugar. Finalmente metió un gol y una asistencia. Pero su amor por la noche y sus actos de indisciplina ante las autoridades soviéticas ya habían comenzado a jugarle en contra. Después del partido el entrenador Gavrielli Kachalin había dicho: “Ni con las dos piernas sanas lo había visto jugar tan bien como hoy en una”. La URSS derrotó a Polonia 2-0 y el Mundial ya era una realidad. Streltsov llegaba en su mejor momento, dispuesto a competir por el trono de mejor jugador del mundo con Pelé. De hecho, así lo apodaban quienes habían visto jugar a ambos: el “Pelé ruso”.
Streltsov había llegado tarde al tren porque otra vez se había ido de juerga la noche anterior. Esa vez fue junto a su amigo Ivanov, pero siempre encontraba un nuevo compañero de aventuras. Era el líder del equipo junto a Yashin y su marca registrada eran los pases de taco, y eran tan efectivos en función de ataque, que hasta hoy al taco en Rusia se lo conoce como “el pase Streltsov”.
Su aparición fue fulminante. A los 16 años debutó con el Torpedo, el equipo del proletariado que dependía de la automotriz Zil, famosa por ser el mayor fabricante de camiones, vehículos pesados y coches blindados para los líderes soviéticos. Las miles de personas que trabajaban allí sólo tenían como entretenimiento llenar el estadio para ver jugar a Streltsov, durante los partidos o los entrenamientos.
El pibe era tan bueno que lograba que su humilde equipo se plantara de igual a igual frente a conjuntos del tamaño de CSKA (vinculado al ejército), el Dinamo (a la KGB), el Lokomotiv (de la industria ferroviaria) y el Spartak, el equipo más grande y popular, cercano al sector frigorífico.
A los 17 debutó en la selección de la URSS y metió 6 goles en sus primeros dos partidos, tres en cada uno. A los 18 se convirtió en el goleador del campeonato soviético y llevó al pequeño Torpedo a obtener el subcampeonato. A los 19 fue la figura de la selección que ganó la medalla dorada en Melbourne 1956. Aunque Streltsov nunca la recibió; la costumbre en esa época era que sólo se la llevaran quienes disputaran el partido final. Y Eduard fue suplente por una polémica decisión del entrenador, que influenciado por el politburó soviético puso a un delantero del CSKA. Streltsov había sido determinante en las semifinales, haciendo dos goles en el tiempo suplementario frente a Bulgaria cuando la CCCP se había quedado con 9 jugadores por lesiones. Nikita Simonyan, el jugador que ocupó su lugar en el partido decisivo, contó varios años después que durante la ceremonia de premiación le ofreció su medalla. “No te hagas problemas, voy a ganar muchas más”, le respondió Streltsov. Era confiado, arrogante y tenía con qué. Pero esa personalidad, que lo hacía casi invencible adentro de la cancha, fue la que comenzó a generarle graves problemas afuera.
Ahora la filmación se interrumpe porque aparece un tipo a los gritos. Dice ser el líder de la hinchada del Torpedo y quiere saludar a Bracamonte. Obvio terminan a los abrazos ni bien se reconocen. El ex Boca saluda a cuanto dirigente, entrenador de inferiores, empleado e hincha lo encuentra. También cruza palabras con Aleksandr Polukarov, actual director deportivo del club y ex jugador del Torpedo y de la selección de la URSS al que le tocó marcar a Maradona en la recordada final del Mundial sub 20 de Japón. Se pide silencio y otra vez se vuelve a repetir la escena de la patada a Streltsov en el partido frente a Polonia. Y en medio de la filmación, Braca susurra: “Ni bien llegué al club, hace muchos años, me sentaron y me contaron toda su historia. A Streltsov le decían el Pelé blanco, pero fue más como el George Best ruso. El Torpedo siempre fue un equipo molesto para el resto de Moscú, porque era chico pero llegó lejos frente al poderío político y económico de los demás”.
Tras una crisis de varios años y el cierre definitivo de la automotriz Zil en 2013, el Torpedo luchó mucho para sobrevivir, e incluso cambió de nombre varias veces según el sponsor que se acercaba a manejarlo. Hoy milita en la tercera división del fútbol ruso y su fuerte está en las divisiones menores. “Estamos apostando al futuro, con un trabajo a largo plazo, buscamos que nuestros pibes entiendan y respeten el pasado del club. Acá no hay mucha plata, pero si mucha dedicación y amor por nuestra historia”, agrega Polukarov cuando se pausa otra vez la filmación.
Otra vez mayo de 1958. Streltsov es tapa de todos los diarios, pero no por su fútbol. Marina Lebedeva lo denunció por abuso sexual junto a otros dos futbolistas del Spartak tras la fiesta brindada por el militar Karanajov en la que ambos se conocieron. La policía se lo lleva detenido y aporta pocas pruebas a la prensa, pero sí hay una verdad: Streltsov estaba preso por violador. Comenzaban a quedar atrás los días de fiesta, sobre todo aquellos en los que Streltsov demostraba por qué había comenzado a ser un problema para el gobierno soviético. A medida que sumaba goles también crecía en popularidad, y en cada gira al exterior del Torpedo o de la selección varios equipos extranjeros lo tentaban.
Edik (así lo apodaban) había llegado a comentarle a varios de sus compañeros que no le gustaba regresar a la URSS, por lo que comenzó a ser considerado como un potencial desertor al régimen comunista. Su corte de pelo y su vestimenta a lo James Dean, su vida licenciosa, las borracheras, las mujeres y los desaires a las autoridades se habían convertido en un drama diario. Algunos compañeros de la selección, como Lev Yashin, intentaron convencerlo de pasar al CSKA o al Dinamo para que la presión gubernamental aflojara un poco. Streltsov siempre se negó, amaba jugar en el Torpedo y si seguía en Rusia sólo lo haría ahí. La idolatría de los hinchas locales aumentó, pero también el odio de las autoridades.
En realidad, los problemas habían comenzado en enero del 57. En una recepción organizada en el Kremlin de Moscú para agasajar a los campeones olímpicos de Melbourne. Ekaterina Fursenko, primera mujer en integrar el politburó soviético y la política favorita del presidente Nikita Jruschov, intentó presentarle a su hija Svetlana, de 16 años. Streltsov primero se negó de buenas maneras aduciendo que ya tenía novia, pero con el transcurso de las horas y de las copas de vino y vodka, llegó a decir: “Jamás me casaría con un mono” y “antes de casarme con ella me suicido”.
Sus problemas de conducta, y en este caso su misoginia, hicieron que comenzara a ser observado y controlado muy de cerca hasta la fatídica noche del abuso sexual. Del proceso judicial se sabe poco, excepto que las autoridades lo convencieron de que asumiera la culpabilidad a cambio de retrasar la causa y que pudiera jugar el Mundial de Suecia que comenzaría en pocas semanas. Le mintieron. Ni bien firmó, fue sentenciado a 12 años de trabajos forzosos en un gulag e inhabilitado de por vida para jugar al fútbol. Fue enviado a su laguer (colonia, sectores en los que se dividían los gulags) con una orden clara: tenía que ser utilizado en las tareas más duras. Durante las primeras semanas fue golpeado salvajemente por los guardias y tardó 4 meses en recuperarse. Los otros dos jugadores que también eran parte de la selección, Mijaíl Ogonkov y Boris Tatushin, fueron suspendidos por 3 años. La URSS disputó el Mundial sin su principal jugador y apenas pudo acceder a los cuartos de final cuando en realidad llegaba como una de las favoritas.
Hoy en Rusia pocos creen en esa causa. La única certeza es que hubo una violación, pero en un país donde la promoción de la homosexualidad aún está penada por la ley, lamentablemente es normal que aún existan dudas alrededor del caso. Se cree que el juicio no fue tan transparente porque se hizo a puertas cerradas, sin testigos, todo muy rápido. El por entonces entrenador de la selección de la URSS, Kachalin, declaró más de una vez que intentó averiguar qué pasaba, pero cada vez que iba a la policía le decían que mejor hablara con Jrushchov, porque era una orden directa de él. Esos dichos hicieron que surgiera la sospecha popular de una probable venganza de Ekaterina Furtsenko por el desplante y el maltrato público del futbolista a su hija. Sus ex compañeros tampoco fueron claros: “Es una historia oscura, digamos que si una chica fue a una casa en las afueras y participó en una fiesta así… Ella dijo que fue Streltsov, pero algunos recuerdan haberla visto con el dueño de casa”, declaró Valentin Ivanov hace varios años, en un intento bastante turbio de quitarle responsabilidad a Streltsov.
Algunas investigaciones posteriores sugirieron que Lebedeva había sido presionada y amenazada para señalar a Streltsov como culpable. En la misma línea, varios medios rusos publicaron que la víctima fue vista en 1997 depositando flores en la tumba del futbolista, que falleció en 1990 por un cáncer de pulmón. Pero lo cierto es que el periodista ruso Piotr Spektor pudo acceder a los legajos judiciales del caso en 2017 y los publicó. Y en la declaración de Lebedeva no hay margen para las dudas: la víctima explica paso a paso cómo Streltsov abusó sexualmente de ella. E incluso, menciona al dueño de casa, Eduard Karajanov, como cómplice. Lo único que llama la atención es que el militar no fue juzgado. Pero nunca existió una prueba o investigación concreta que demostrara lo contrario. ¿La película contará realmente como fueron las cosas o intentará sostener el mito a pesar de la violación? Habrá que esperar al año que viene.
Febrero de 1963. Streltsov está del lado de adentro del alambrado, pero esta vez no está soportando el frío de un gulag. Por ahora le permiten jugar en el torneo de la ciudad para el equipo de una fábrica. La noticia de su regreso al fútbol corrió rápido. El pequeño estadio está a punto de reventar y el alambrado apenas puede contener a la masa proletaria que se hizo presente para ver a su ídolo. De un día para el otro, sin ningún motivo aparente, la justicia soviética dictaminó su libertad tras 5 años de prisión gracias a un indulto de Jrushchov. Indulto a medias, porque todavía no estaba habilitado para jugar oficialmente. Más allá de las teorías conspirativas que intentaron negar el caso de violencia de género, lo que sí realmente despierta interrogantes es que Streltsov no haya cumplido la totalidad de su condena. ¿Fue el clamor popular de los miles de hinchas del Torpedo y del fútbol ruso en general lo que terminó de pesarle al gobierno? Nunca hubo una explicación oficial acerca del dictamen, pero no aclarar que era una práctica bastante común durante esos tiempos de régimen soviético. Se dictaban las órdenes, se obedecían y la vida seguía adelante.
Recién en 1965, durante el inicio de la presidencia de Leonid Brézhnev, la justicia le permitió volver a jugar y Edik se volvió a calzar la casaca del Torpedo en su segunda etapa para el campeonato de la URSS. No tenía más la velocidad de antaño, estaba pesado; pero le seguía sobrando clase. Las tribunas enloquecían, como si Streltsov nunca se hubiese ido.
Ya no era el pibe rebelde que se llevaba todo puesto. Ya no participaba de fiestas ni seguía bebiendo delante de todos, ahora lo hacía a solas o con amigos, en casas o en lugares muy privados, alejados de las altas esferas de poder. Había cambiado afuera de la cancha y también adentro. El tiempo que había pasado en prisión había cambiado su conducta y su mirada siempre mostraba un dejo de nostalgia.
Jugaba más retrasado, asistiendo a sus compañeros, casi como un mediapunta, pero eso no le impidió marcar una buena cantidad de goles y terminar de erigirse como referencia indiscutida del proletariado durante esos años de resurgimiento futbolístico. Ese mismo año fue campeón de la URSS con el Torpedo. El entrenador de la selección iba armando, en su cabeza, el equipo ideal pensando en Inglaterra 1966. “Streltsov, el más fuerte dentro de la cancha y el más débil fuera de ella” según lo calificara alguna vez su compañero Ivanov, estaba en ese equipo. Las tratativas no llegarían muy lejos: se hicieron algunos llamados, se llenaron muchos papeles y todo fue en vano: la KGB todavía no dejaba a Streltsov cruzar la frontera. Solamente después de ese mundial pudo volver a vestir la gloriosa CCCP.
En 1967 y 1968 fue elegido como mejor jugador del campeonato. También en el 68 ganó la Copa de la URSS. Se retiró a fines del 70, a los 33 años, cuando ya había vuelto a jugar para la selección y había tenido destacadas actuaciones internacionales, pero sus años de terror y enfermedades en el gulag habían deteriorado definitivamente su físico. Las piernas y los pulmones ya no le respondían ante el avance del tiempo y de rivales cada vez más duros y rápidos. El fútbol estaba cambiando, y su cuerpo también. En total jugó 222 partidos en el Torpedo y marcó 100 goles. La efectividad es más alta con el equipo nacional: 25 goles en 38 presencias. Tres Copas del Mundo y tres Copas de Europa podría haber jugado, pero no jugó ni una. La que sí sigue jugando es la duda de qué hubiera pasado si Streltsov no tomaba un camino despreciable aquella noche en la dacha y participaba de la Copa que finalmente encumbró a Pelé, el genio futbolístico que quizás sí supo esconder algunas de sus contradicciones (nunca un caso de violencia de género, vale aclarar) y ser admirado por el mundo entero.