La tradición de premiar escritores argentinos se repite en la Semana Negra de Gijón (Asturias, España). Horacio Convertini y Miguel Angel Molfino recibieron ayer el premio Celsius a la mejor novela de ciencia ficción y fantasía por Los que duermen en el polvo (Alfaguara) –una historia distópica que aborda las conductas sociales derivadas del hambre– y el premio Espartaco a la mejor novela histórica por Pampa del Infierno (Revólver), que narra las aventuras del caza recompensas Ken Parker en su búsqueda de los delincuentes prófugos Sundance Kidd y Butch Cassidy. “Más allá de la sorpresa, porque jamás espero nada de mi buena suerte o como se llame, el premio me resulta una buena cosecha después de tantos años de darle vueltas al proyecto –reconoce Molfino a PáginaI12–. Empecé a escribir Pampa del Infierno en 2008, en Bariloche; una casualidad, porque fue allí donde, en un tacho de basura, encontré una nota de un diario del sur en la que se hablaba de un sheriff que había vivido en la Patagonia, a principios del siglo XX. Conservo el recorte y el daguerrotipo del viejo hombre de la ley porque necesitaba un tipo experimentado que me acompañara durante el viaje de la novela. Siempre había deseado escribir un western y así lo hice. Lo terminé en 2016 y me costó editarlo: las editoriales opinan que los western no venden. Hasta que me encontré con un valiente: Iñigo Amonarriz, editor de Revólver. El crimen no paga, el sudor, sí. Eso es el premio Espartaco: una maraña de laburo y suerte nos llevó a esto”.
Convertini (Buenos Aires, 1961) dice que ganar un premio en la Semana Negra de Gijón es “muy importante”. En 2013 obtuvo el Memorial Silveiro Cañada a la mejor primera novela negra con La soledad del mal. Al año siguiente, fue finalista del premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra escrita en lengua castellana con El último milagro. “También estoy muy contento por Miguel y Pampa del Infierno, una novela extraordinaria de la que tuve la suerte de escribir la contratapa y leerla cuando todavía estaba en proceso de edición”. Los que duermen en el polvo “habla de la exclusión, del hambre y de un sistema que tiende a construir normalidades que se sostienen pese a que dejan afuera a un montón de gente”, asegura el escritor. “Los bichos, como les digo a estas criaturas antropófagas que han tomado prácticamente todo el territorio de la Argentina, son víctimas de una epidemia y quedan afuera del sistema, que sigue funcionando con una lógica de que aquí no ha pasado nada, detrás de un muro en la Patagonia. Una de las líneas argumentales de la novela cuenta el intento del gobierno de restituir la imagen simbólica perdida de Buenos Aires, y para eso manda una guarnición militar a Buenos Aires, que construye una especie de ciudadela fortificada en el barrio de Pompeya, que es mi barrio, donde nací y crecí. En el interior de esa ciudadela fortificada y rodeada de bichos lo que va a suceder es básicamente dos cosas: crímenes y conspiraciones”.
La otra línea argumental –explica Convertini– es la historia personal de amor y desencuentro entre el narrador de la novela, que es un experiodista y funcionario de gobierno que ha sido enviado a esa guarnición en Pompeya, justamente en el barrio donde vivió con su mujer, que desapareció en la Patagonia. “Lo que intenta en esa especie de soledad asfixiante es reconstruir qué pasó entre Erica y él para que todo terminara de la manera en que terminó. Los que duermen en el polvo se trata también de una historia que subraya la fragilidad de los sistemas que construimos para creernos que tenemos un futuro y un progreso. Más allá de que ese sistema genera excluidos, nosotros cerramos los ojos, nos ponemos anteojeras y avanzamos, porque mientras estemos adentro no pasa nada y podemos seguir siendo felices”, cuestiona el escritor.
Molfino (Saladillo, Buenos Aires, 1949) recuerda que con la Semana Negra de Gijón tiene una larga relación: en 2011 fue finalista del premio Silverio Cañada con Monstruos perfectos y desde entonces ha visitado la ciudad en varias ocasiones. “Me unen los queridos amigos y colegas, la ternura de la ciudad y su apacible Cantábrico, la exquisita comida asturiana, las madrugadas en la terraza del Don Manuel, meta whisky, faso y crímenes furtivos; en fin, que la novela negra me ha dado un regalo que no tiene precio”, admite el escritor chaqueño. ¿Cómo se juega la tensión entre civilización y barbarie en la novela premiada? “Pampa del Infierno me dio la excusa de ficcionar lo que fue la postrimería de la conquista del desierto en el territorio chaqueño-formoseño. Pura ficción con toques de chile habanero, que es el chile que más pica al sur del río Bravo. La historia empieza como una aventura más, una de vaqueros como decíamos de chicos, hasta que una serie de circunstancias va torciendo la vida simple del vaquero venido a campesino argentino, en un territorio pura invención junto al río Bermejo, en la frontera paraguaya-formoseña”, plantea Molfino y agrega que, con el fin de darle el tratamiento de una verdadera aventura, en la novela se suceden “personajes heredados de la cruenta lucha contra el indio: desertores del ejército, gauchos irredentos, indios matreros, malones, un mórbido y sanguinario hacendado, un general escocés gobernando Formosa (personaje que existió), el general Fotheringhan (que llegó a servir a la corona británica en la India, peleó en la guerra del Paraguay y fue hombre de despenar indios sublevados cuando luchaban para despojarlos de sus tierras), misioneros anglicanos ingleses, indios wichis leales al protagonista... En fin, una de Netflix pero sin tele”.
“Quise reproducir ese espíritu de salvaje realismo que se veían en las viejas películas del oeste o en Apocalipsis Now, en las pelis de Tarantino. Es una buena forma de tratar de explicarme por qué somos tan feroces, por qué nos comimos a Solís, por qué, cada tanto, nos fascina mandarnos un genocidio como si se tratara de una de las bellas artes”, advierte Molfino, víctima de la dictadura cívico-militar, que militó en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y fue secuestrado en Buenos Aires, en mayo de 1979. “Son preguntas que la literatura no puede responder. A lo sumo, las puede maquillar con metáforas y sinécdoques, peces tan raros como el axolotl, pero ahí te quiero ver, sorteando párrafos para esquivar esos horribles seres. El cielo y el infierno suelen cambiar de lugar”, concluye el escritor chaqueño.