“Creo que hay algo de la magia, del encanto de la verdad de lo que pasa en el contacto con el público, que te lo da el vivo y nada más”, plantea Viviana Scarlassa. La entrevista de la cantante con PáginaI12 comienza reflexionando sobre la cercanía entre el lanzamiento de Suelo natal, su último disco, y Palabras prohibidas, el espectáculo que presentará hoy a las 21 en La Paila (Costa Rica 4848) y que gira en torno a los tangos silenciados en distintas épocas de la historia argentina. Con más de quince años sobre los escenarios, Scarlassa aún confía más en el vivo que en los resultados de una grabación, incluso de una en la que pudo intervenir todo lo posible, como Suelo natal.
“Ambas cosas coincidieron porque se demoró mucho la salida del disco, que pensaba editarlo en 2015, pero con lo caro que está todo para sacar un disco, decidí esperar y presentarlo a diferentes subsidios”, recuerda la cantante. “Pero estoy re feliz porque siento que ese es ‘mi’ disco. Para bien o para mal, no hubo más decisión que la mía, aciertos y errores son lo que elegí para ese disco”, asegura. ¿Por qué poner tan cerca las dos presentaciones, entonces? Scarlassa, asegura, lo necesitaba. “Son dos cosas muy diferentes y siento que necesito las dos”, señala.
En Palabras prohibidas, cuenta, hay repertorio variado que en algunos casos canta desde hace más de quince años, y que retomará con la guitarra de Fernando Díaz y el guitarrón de Hernán Ielapi. “Por ejemplo, ‘Tormenta’ ya lo hacía en las primeras tanguerías en las que trabajé, allá por el año 2003 –recuerda–, pero sobre todo hay un vicio que me queda de actriz: necesito un contexto, un decir integrado en una obra, una unidad conceptual, tirar doce temas en el escenario sólo porque me gustan no me termina de cerrar”. El contexto general, agrega, la hace pensar que ya es hora de “empezar a decir ciertas cosas”.
“Siempre me interesó todo el compromiso social que había y hay en las letras de tango. De alguna manera, sin decir esto en detrimento de la danza, toda esta cosa del tango en el mundo, del tango patrimonio cultural de la humanidad y demás, hace mucho pie en la danza o incluso en la música, y sin embargo creo que la parte social de las letras, o la palabra, están un paso por detrás del tango como espectáculo. No digo que esté bien ni mal. Yo misma a veces convoco bailarines para mis espectáculos. No es lo uno o lo otro. Son tres patas que sostienen al tango: música, danza y palabra”, considera.
Sus lecturas en torno a los tangos silenciados la llevaron hasta la Década Infame y, asegura, esas prohibiciones muchas veces consiguieron mantenerse hasta hoy, aún informalmente. “Las últimas prohibiciones formales de tangos fueron durante la última dictadura: ‘Cambalache’, ‘Aquaforte’, ‘Al pie de la santa cruz’. Hoy no hay una lista de tangos que no se pueden cantar, pero la realidad es que no se pueden: sea porque faltan espacios, porque te piden que toques algo bailable y si querés hacer algo nuevo entonces no... Entonces no hay una prohibición, pero es una libertad que se acomoda a la posibilidad. No es tan fácil”, advierte.
Excantante del grupo de tango China Cruel (dirigido por Verónica Bellini), Scarlassa también sabe lo que es encontrarse la resistencia a los tangos nuevos, aunque reconoce que “salvo los más ortodoxos, en cuanto escuchan, la mayoría los reciben bien”. La dificultad, claro, es romper esa primera barrera del prejuicio a la nueva producción en el circuito de parte de quienes ven al género como algo inmovilizado en el tiempo, o en un compartimento estanco que no puede nutrirse con otros sonidos y otros ritmos. “Hay gente que sigue preguntando si hacés tango o folklore, como si fuera una traición pasarte de uno a otro. ¿No puedo hacer los dos?”, critica.
Su investigación comenzó con un artículo en una revista digital de Carlos Hugo Burgstaller, y siguió por libros y otros trabajos. “A mí me interesó avanzar con respecto a algunas cosas que ya venía haciendo con mi propia elaboración de sentido respecto a qué es prohibir un tema. Qué es decir que un tango no se puede escuchar o cantar”, comenta. “Una cosa que me pasaba cuando cantaba ‘Tormenta’ hace quince años era que los músicos decían que era yeta y algunas bailarinas hasta se tocaban, y empecé a sentir que acusar a un tango de yeta era una manera velada de prohibirlo”, explica. La prohibición original a ese tango de Discépolo argumentaba “falta de respeto a Dios”. Hasta que un músico le contó que, quizás, la gente confundía esa prohibición con la “yeta” de la que se acusaba a otra Tormenta, la cantante popular de los años ‘70. “En la lista de canciones prohibidas por la última dictadura había un tema de esa cantante por ‘ideas feministas’, ¿así que esa también era yeta? ¡Qué casualidad! Entonces más me entero de esas cosas, más me rebelan”.
“Cuento cosas como estas en el espectáculo. Busco mostrar cómo todo eso que pasó en algún momento y traerlo a nuestros días, para relacionarlo con cosas que nos pasan hoy y los cambios sociales que se proponen. Intentar reflexionar con la gente que siempre que te dijeron que algo no se debía hacer, es porque había algún interés detrás”.