“Di lo que sabes, haz lo que tienes que hacer, sé lo que tienes que ser”. Es el año 1888 y los miembros de la Academia de Ciencias de París, una de las instituciones más prestigiosas de la época, quedan perplejos ante el título de ese trabajo maravilloso que revolucionará la investigación de astrónomos e ingenieros. Por fin alguien ha resuelto el problema sobre el movimiento del trompo. Sí, uno de los juguetes más antiguos cifraba el misterio sin resolver: todos los puntos de un trompo que gira están en movimiento, excepto la punta de la aguja con la que el trompo toca el suelo. Este trabajo viene a explicar lo que los anteriores no han llegado a comprender respecto del lento desplazamiento de un cuerpo a una alta velocidad de giro. La búsqueda de esta respuesta no es una mera curiosidad de laboratorio, sino el pie para lograr avances en las investigaciones tanto sobre movimientos planetarios como de nuevos modelos de bicicletas. Tanta es la influencia del hallazgo en las ciencias como en la industria, que los franceses deciden subir el monto del premio de tres mil a cinco mil francos. Al momento de abrir el sobre que revela el nombre del autor ganador del premio, los señores de la Academia de Ciencias leen: “Sofía Kovalévskaya”, la mente maestra que los ha hipnotizado es la de una mujer. “Di lo que sabes, haz lo que tienes que hacer, se lo que tienes que ser”. Ese nombre de mujer, ahora fuera del sobre, producía a su vez otro movimiento: estaba convirtiendo el título de la obra en una declaración política. Porque para llegar a ese premio Sofía tuvo que salir de la casa paterna en un matrimonio arreglado. A los dieciséis años ya formaba parte del movimiento nihilista ruso, en el que muchos jóvenes aceptaban casarse con mujeres para que pudieran estudiar y viajar fuera de Rusia, ya que solo podían hacerlo con el consentimiento del marido. Una vez en Alemania, su inteligencia deslumbró a los más grandes matemáticos de la época que al tomarla como discípula sabían que en poco tiempo se enfrentarían a tener que compartir su espacio con una igual. A pesar de eso, incluso luego de haber ganado reconocimiento fuera de Rusia, jamás le dieron trabajo en su país. Sí, en cambio, fue la primera mujer catedrática en la historia cuando la Universidad de Estocolmo le dio un cargo. Hoy hay premios y universidades y hasta un cráter en Saturno que llevan su nombre en homenaje, sin embargo se conoce poco de su obra literaria (en Argentina es la primera vez que se la traduce) y más allá de un par de biografías que en general se contradicen en los datos históricos, no es casual que fuera Alice Munro quien la inmortalizara en su cuento que da título al libro Demasiada felicidad. Munro se concentra en los últimos días de vida de Kovalévskaya y utiliza fragmentos de su diario en los que la rusa reflexiona sobre el amor de pareja, la maternidad y la lucha de las mujeres por alcanzar aquello que entendemos por felicidad.
Una nihilista es lo último que escribe antes de su precipitada muerte a los 41 años, y tanto su prosa como los temas que abarca llaman la atención por lo actual. Esta novela, que es sin duda una novela generacional, es al mismo tiempo una reflexión vigente sobre el tamaño, el peso y el valor de las causas, y más particularmente: de las causas por las que una mujer elige dar la vida. Hay dos mujeres que se cruzan en esta historia: la protagonista y su narradora. La primera, Vera Baranstov, es una muchacha de provincia que llega desesperada a San Petersburgo en busca de ayuda. La mujer a quien acude –la narradora– es una científica que acaba de volver al país tras terminar su doctorado en Alemania y se encuentra disfrutando del reconocimiento y de la vida pública. Sin embargo, el goce de lo logrado dura poco cuando se ve interrumpido por esa chica que llega hasta su puerta esperando una respuesta certera de su parte: necesita ser útil a una causa, su vida personal no tendrá sentido si no encuentra esa lucha por la cual vivir. El relato comienza entonces a ser el de la vida de Vera Baranstov, hija menor de una familia de terratenientes caídos en desgracia tras la abolición de la servidumbre. Son los últimos tiempos de la Rusia zarista, en los que Alexander emancipa a los siervos como intento desesperado de atajar la revolución que se le viene encima. A su vez, recrudece la persecución ideológica contra todo aquel que demuestre cualquier atisbo anti-sistema, y los nihilistas estarán en la mira de los verdugos. La influencia de un maestro, el amor que le despierta, su encarcelamiento y temprana muerte convertirán a Vera en una militante infatigable que buscará llegar hasta las últimas consecuencias para servir a la causa que eligió. Su amiga, la narradora, la acompaña con pesar en este camino que ha decidido seguir y aunque las acciones sacrificiales de Vera le resulten extremas, se siente continuamente interpelada por la opción de vida de esta joven. Esa mirada, la de la mujer emancipada y científica de la época que recorre los últimos días de Vera Baranstov antes de ser deportada a los campos de exterminio de Siberia, es la que le aporta a este texto del siglo XIX la hondura y contemporaneidad de un clásico. Porque lo que se está preguntando es hasta cuándo se puede sostener la batalla, hasta qué punto tiene sentido dar la vida por una causa. En algún momento del relato, la narradora le advierte a Vera que como mujer, la pelea se libra concurriendo a la universidad. El movimiento de mujeres en los pasillos de la academia es intenso y necesario, tal vez la única manera de ser escuchada y respetada por los hombres. Pero Vera se ríe frente a esa idea: existe demasiada opresión en las clases bajas como para conformarse solo con eso. El relato plantea estas preguntas de manera sutil, lejos de la bajada de línea y desde la evocación del encuentro amoroso entre dos mujeres que, viniendo de la misma clase privilegiada, deciden rebelarse de maneras diferentes. En ese sentido, es probable que en esta historia Kovalevskaya haya entablado un diálogo con su admirada hermana mayor –también escritora y amiga cercana de Dostoyevski– quien participa activamente de las comunas de París de 1871 y decide ser encarcelada junto a su marido cuando lo condenan a prisión por comunero, dejando atrás su carrera literaria para dedicarse de lleno a la lucha armada.
A pesar de que Una nihilista tuvo que sortear serios problemas de censura en su país natal, fue publicada en Suecia y en Rusia en 1892, un año después de la muerte de Sofía Kovalévskaya.