“Tengo clavos en la mandíbula. Un hueso del cráneo me lo hicieron con platino y cartílago. Estoy viva de milagro”, me contó en agosto de 2003 Ivana Rosales, cuando la entrevisté telefónicamente luego de que la Cámara Segunda en lo Criminal de la ciudad de Neuquén dictara el fallo sexista y discriminatorio que benefició a su ex marido, Mario Garoglio. “No presenté testigos ni abogado porque pensé que iban a juzgar el hecho, pero terminé siendo yo la juzgada”, me comentó. Tenía entonces 28 años. Supe de aquella escandalosa sentencia a través de Ruth Zurbriggen, de la colectiva feminista La Revuelta, y la denuncié en un artículo que publicamos en Página 12 el 19 de agosto de 2003 bajo el título “Cuando querer asesinar no es tan grave”.
Ruth me había enviado un folleto que había hecho La Revuelta para acompañar a Ivana en el juicio, con fotos de las cicatrices que atravesaban su cabeza y la mostraban con su cuero cabelludo rapado Todavía recuerdo esas imágenes. Cuando hablé con Ivana ya le había crecido el pelo y casi no se podían detectar las huellas físicas de la paliza brutal que le dio su marido porque ella le había dicho que se quería separar. Pero todavía arrastraba problemas en la mandíbula y se le notaba al hablar.
Pasaron los años, y un día, en 2008, cuando fui a dar una conferencia a la Universidad Nacional del Comahue, en Neuquén, invitada por La Revuelta, una joven desde el público levantó la mano y contó que ella era sobreviviente de esa violencia machista extrema, de la cual yo había estado hablando. Era Ivana. Tenía 33 años. Nos abrazamos. Me emocioné.
Ahí me enteré de que estaba acompañando a otras sobrevivientes. Y volví a escribir sobre ella para el 25 de noviembre de 2008, Día de la No Violencia contra las Mujeres, donde conté sobre su reposicionamiento de víctima a activista.
Nos volvimos a cruzar muchas veces. La entrevisté otras oportunidades. Una vez, en 2010, llegué a llamar a la empresa en la que trabajaba Garoglio –porque nunca dejó de hacerlo– para demostrar que la justicia no lo buscaba, pero podía ser fácilmente ubicable.
En 2015 la invité al programa Vivo en Argentina de la TV Pública, donde trabajaba, porque había gestionado que el canal emitiera el documental Ella se lo buscó, que cuenta su historia, en el marco de la conmemoración del otro 25 de Noviembre. Creo que fue la última entrevista que le hice.
Me enteré de su muerte cuando estaba de viaje fuera del país. La lloré a la distancia.
El viernes, cuando hablé con su hija Abril, volví a emocionarme: al presentarme, ella me dijo que su mamá le había dado mi nombre y mi teléfono, hacía años, por si le llegaba a pasar algo y ella no estaba, para que me llamara, que seguro la iba a ayudar. Ahora, en memoria de Ivana, denunció que el Estado nacional y la provincia de Neuquén, siguen perpetrando violencia institucional, al negarse a cumplir con un acuerdo de solución amistosa, para reparar algo, apenas algo, del enorme daño que por acción u omisión, les produjeron a Ivana y a su familia. ¿Cuánto tiempo más pasará sin que le pidan disculpas públicamente ahora a su hija?