La historia tiene matices, pero su núcleo sigue siempre la senda que predice la teoría. ¿Cuál es la predicción para el presente? Cuando una economía llega a una situación de restricción externa que no puede financiar, toda la política se subordina a ella, es decir toda la política económica se reduce a una “política de administración de la restricción externa”. A partir del pasado abril se hizo evidente que el abultadísimo déficit de la cuenta corriente del balance de pagos ya no podía seguir financiándose vía el ingreso de dólares del exterior, financieros y de deuda. Los inversores habían advertido el problema. El resultado fue el mismo que históricamente se repite en situaciones similares, una corrida cambiaria y la imposibilidad de sostener el nivel del tipo de cambio, es decir una fuerte devaluación.
No está claro si los hacedores de política locales se asustaron por la dinámica imparable de la corrida iniciada a fines de abril o si se trató de una decisión previa, pero el resultado fue la recaída en un programa de ajuste estructural con el FMI. Un acuerdo con el Fondo significa una cesión explícita del manejo de la política económica al organismo, como surge de la lectura de cualquier “carta de intención”. En consecuencia, los hacedores de política locales se transforman en meros ejecutores de un plan que se aprueba o desaprueba en Washington. Este plan no es un plan de desarrollo, es un plan de saneamiento financiero para evitar la profundización de la crisis externa. La primera función del FMI, entonces, consiste en aportar los dólares necesarios para que los inversores del exterior puedan salir de la economía en crisis. Pero si bien esta función es central, no es la única, inmediatamente le sigue el paquete implícito en la ideología del organismo financiero.
¿Cuál es la ideología del Fondo? La sintetizada por el Consenso de Washington, mantener a rajatabla la apertura y la desregulación al tiempo que se avanza sobre las funciones del Estado y el patrimonio público. El FMI no se limita a asegurar los dólares para la salida de los inversores globales, sino que también se encarga de que se reduzcan todo lo posible los aparatos de Estado, empezando por los sistemas previsionales y siguiendo por la privatización del patrimonio público. El objetivo general, entonces, es desarmar los aparatos de Estado en el largo plazo, para lo que es necesario desapropiarlos y reducirlos a su mínima expresión. Debe tenerse en claro que cuando se habla de bajar el Gasto no se está pensando en la ecuación contable de bajar el déficit fiscal, aunque este sea el caballito de batalla discursivo, sino en achicar las funciones del Estado, su poder de fuego en la economía.
En este punto debe notarse que el FMI no es un “malo externo”. Como destacó Mauricio Macri, “el Fondo no vino a buscarnos, fuimos nosotros a buscarlos a ellos”. En otras palabras el Fondo es una herramienta para llevar adelante el programa de las clases dominantes. Las clases dominantes locales son, siguiendo la caracterización de Gramsci, auxiliares de las hegemónicas de los países centrales. Son parte del orden global conducido por las multinacionales, un orden en el que países como Argentina tienen asignado el lugar de proveedores de commodities. El Fondo, entonces, funciona como el instrumentador de las políticas que este orden necesita: la libre circulación de capitales y mercancías y Estados mínimos que no interfieran esta circulación.
El FMI no se propone hacer todo de golpe. Tiene una dilatada experiencia en su tarea. Es “tiempista”. Sabe que sus programas son “dolorosos” y tiene conciencia de las limitaciones políticas. Estas limitaciones son las que surgen de la administración de la resistencia social. No es casual que en la última carta de intención se haya hecho mención explícita a que, “en el improbable caso de que la situación social se deteriore” (sic) se destinarán recursos a la asistencia de los excluidos actuales y potenciales, el sueño de algunos movimientos sociales. El tiempismo del Fondo se basa en la conciencia de que sus programas son incumplibles y, en consecuencia, demandarán recurrentes “perdones” o waivers, es decir, nuevos momentos para nuevas condicionalidades. Ingresar al Fondo, como lo demuestra la propia historia del organismo en la Argentina, pero también en todo el mundo, significa ingresar al círculo infernal de la necesidad permanente. Cada waiver logrará avanzar un paso más sobre la resistencia social: los argumentos siempre combinarán tres ejes principales: “estamos endeudados, necesitamos los dólares, nos lo pide el Fondo”.
En la previsión inicial sobre la insustentabilidad de la economía macrista aparecían dos dimensiones. La primera era la insustentabilidad financiera externa, la que ya se expresó con la corrida de abril y mayo y la recaída en el FMI. La segunda es la insustentabilidad social de un modelo que no crea empleo y deja gente afuera. Pero como el punto de partida fue desde un desempleo bajo, esta dimensión tardará un poco más de tiempo en expresarse. El dato explica que, a pesar del cambio de expectativas provocado por el regreso al FMI, la resistencia social sea todavía moderada, administrable políticamente.
Los números sobre la situación de los trabajadores en lo que va de la administración macrista son malos, pero mirados de cerca hasta antes de la corrida todavía no lo eran tanto. De acuerdo a un reciente estudio sobre la situación del mercado de trabajo elaborado por Cifra-CTA, en el primer cuatrimestre prácticamente no hubo variaciones en el empleo registrado y el desempleo se mantuvo en torno al 9 por ciento, todavía por debajo de los dos dígitos. La subocupación, en tanto, se encuentra en torno al 10 por ciento. El único sector que perdió empleo sistemáticamente fue la industria. Desde noviembre de 2015 la merma de poder adquisitivo en el sector privado formal ronda los 5 puntos, mientras que en el sector público supera los 11 puntos. Las jubilaciones, en tanto, perdieron alrededor del 10 por ciento, siempre en promedio.
El balance preliminar de estos números del mercado de trabajo es que si bien marcan una tendencia negativa que se acelerará con la recesión que comienza, no son todavía números ni de crisis ni de insustentabilidad social. Puede existir miedo, disciplinamiento e incertidumbre frente al futuro, pero nadie “sale a romper todo” porque pierde un décimo de sus ingresos. Estos son los datos duros que explican la citada moderación de la resistencia social y la conservación de un núcleo duro de apoyo al gobierno, el provisorio cortafuego para el incendio financiero y la megadevaluación.