Mientras sostiene el teléfono con una mano y con la otra alimenta a los siete conejos con los que convive en la casa-refugio que ha montado en Seattle con su esposa, Simon Hanselmann atiende la llamada desde Buenos Aires haciendo una pregunta seria: “¿Vos qué pensás? Si David Lynch sigue fumando y mi abuela de 90 años también, entonces yo voy a estar bien ¿o no?” 

Esa es una de las cosas que le preocupa por estos días. Primero, porque ha rechazado por tercera vez la oferta de una cadena televisiva para hacer una serie animada con sus personajes Megg, Mogg y Búho, la pandilla de drogotas queribles que lo ha convertido en uno de los nombres indispensables de la historieta independiente contemporánea: traducido a trece idiomas, nominado varias veces al premio Ignatz, al Eisner y a la mayoría de los que habilita el medio, y un chico extremadamente mimado de Fantagraphics, la icónica editorial de historieta independiente norteamericana. Pero esta vez, la insistencia de la televisión lo tiene un poco nervioso, aun cuando anteriormente llegó a mandar al vuelo a los mismos todopoderosos de Adult Swim: “Ya se que el dinero es importante. Pero simplemente no me parece suficiente dinero como para que me prohíban decir groserías y mostrar genitales. Es lo mismo que vender muchos fanzines en una feria y cuando hago historietas soy libre”, explica. 

 El otro asunto es que ha terminado de entintar 150 páginas de sus nuevo libro –Bad Gateway, sobre la difícil relación con su madre– en apenas un mes, y lo hizo gracias a una dieta súper estricta a base de cigarrillos. Ese es el ritmo de trabajo que mantiene por estos días. Y a pesar de que este eterno adolescente de 36 años nacido en la lluviosa isla de Tasmania, ha reconocido muchas veces que sus creaciones son coloridas reversiones de su propia vida y la de sus amigos, en este momento la vida de Simon Hanselmann es la de un extremo laboral tal, que se pasa la mayor parte del tiempo encorvado sobre su tablero de dibujo. Ahora, por fin algo de ese material producido en cantidades y con obstinación se puede conseguir en Argentina con edición local. Se trata de Magia Blanca, una antología de aventuras con sus personajes abúlicos, desadaptados y siempre divertidos, que llega a cargo del trabajo conjunto entre los sellos Hotel de las Ideas y Loco Rabia.

UN HIJO DE LOS SIMPSON

No muchos conocen la historia de los Meg y Mog originales –que tienen una sola g– ni siquiera en Seattle, donde hoy reside. Creada en los años 70 por Helen Nicoll e ilustrada por Jan Pienkowski, Meg y Mog fue una serie de libros para niños con un gran éxito en el Reino Unido y Australia, tanto que llegó a tener su propia serie de televisión (fue protagonizada en su versión canadiense por Avril Lavigne, solo para ilustrar un poco el espíritu original). “Les tenía especial cariño, de hecho aprendí a leer con esos libros. Me encanta su estilo de dibujo extraño y simple, pero a decir verdad, lo único que tienen que ver con mis Megg y Mogg es el nombre” dice Hanselmann. 

En el caso original, Meg era una niña bruja, buena y torpe, que siempre se confundía de hechizo y terminaba arruinando el día, y Mog, su tierno gatito rayado ¿Pero qué pasaría si la pequeña brujita Meg deviniera en una joven bruja, drogadicta, depresiva y desempleada del nuevo milenio? ¿Y Mog, en su novio gato con gran apetito sexual? Agregando además, una chica trans mutante como interés amoroso, un amigo hombre lobo que contagia herpes por doquier y un búho que solo quiere orden en su vida, pero termina siempre enredado en la debacle. Todo teñido de malos flashes de drogas recreativas, desesperación existencial y malos entendidos a la manera de una sitcom de varias temporadas. Como si Friends, de pronto, fuera dirigida por Todd Solondz. 

Este emprendimiento, que comenzó como una broma virtual para reírse de su propia vida, devino primero en éxito de redes sociales, y después, en su proyecto definitivo como historietista. Antes de eso, no mucho más de diez años, Simon Hanselmann se dedicaba a tocar en una banda experimental –“gritos, improvisación ¡llanto en el escenario!”–, a tener trabajos duros como limpiador de caca de pájaro, insolentarse en foros de internet y dibujar silenciosamente una novela gráfica adolescente a lo twin peaks de mil páginas que jamás editó. Pero eso fue antes de que esta cuadrilla de amigos politóxicos, eternamente deprimidos, propensos a las desventuras sexuales y los líos con la policía irrumpiera en su vida. 

Con el tiempo, Megg, Mogg y Búho se ha transformado en una obra que lleva varios libros, fanzines e historias paralelas. Conectadas aunque no necesariamente correlativas, haciendo sistema en un mundo propio a la manera de los hermanos Hernández cuando exploraron a través del tiempo a sus Maggie, Hopey, Izzy y compañía en la icónica serie de historietas Love and Rockets. Y por supuesto, heredero de Matt Groening, su héroe superlativo. “Nunca pensé que iba a cumplir una década dibujando a estos mismos pibes y que serían el punto alto de mi carrera, pero creo que no quisiera dibujar nada más que a ellos. Siempre cuento que una vez leí una crítica donde decían que mis dibujos eran ‘genéricos, cara de papa’ y dije: si, es verdad, todos mis personajes tienen cara de papa. Me da paja dibujar cualquier cosa que no sea a Megg y Mogg. Y aun así, creo que le pongo mucho más a las historias que al dibujo. Digo, no es extremadamente experimental, lo que quiero hacer es entretenimiento” explica. 

La estructura clásica, casi conservadora, su grilla convencional, el meticuloso y hermoso trabajo con acuarelas, quizás le hace justicia a esa afirmación. A diferencia de sus contemporáneos, cada vez más inquietos con las formas, Hanselmann nunca tuvo interés en engolosinarse con la experimentación gráfica: “La verdad es que soy hijo de la tele, de los Simpsons. Mis dibujos tienen algo estructural, clásico, terriblemente corporativo, aunque los cómics que leo sean poéticos. Obviamente me siento cerca del underground de los 70 y 90. Clowes, Bagge, la movida grunge de Seattle. Megg y Mogg tiene cosas de todos ellos, es una obra larga sobre una pandilla de chicos haciendo cosas horribles, experimentando la vida. Pero siempre de una manera divertida”.

ROPA DE MUJER Y COMIC UNDER

Nacido en Launceston, una ciudad al norte de Tasmania, tan famosa por sus paisajes boscosos como por ser el sitio con mayor índice de delincuencia, consumo de drogas y desempleo en la región –“además de eso es lluvioso y frío”, se queja Hanselmann– su adolescencia no fue de cuento de hadas. Su madre lucha con una adicción hasta hoy, y se lamenta por varios amigos muertos a causa de la heroína, incluido el más cercano, con quien tocaba música. Quizás por eso, aunque son brujas, gatos y hombres lobo, los personajes de estas historias tienen problemas más anclados en el horror de la realidad contemporánea que en la fantasía: presos de los programas de ayuda social, sin oportunidades ni ganas de encontrarlas, sin miedo y sin futuro. Pesimistas, aunque nunca solemnes, siempre capaces de divertirse en el caos que habitan. 

  Las últimas noticias que llegan desde la tierra de Hanselmann vienen del duro especial de Netflix a cargo de la comediante lesbiana Hannah Gadsby, que se ha viralizado rápidamente por estos días en Argentina. “Me encanta Hannah, especialmente porque lo que hizo es divertido pero también brutal, que es algo que intento hacer yo también. Lo que dice sobre la homosexualidad siendo ilegal hasta 1997 en Tasmania es verdad, y yo lo viví muy de cerca”, dice el autor, que ya en su temprana infancia descubrió dos asuntos que le quedaron instantáneamente prohibidos. Primero, que quería dibujar por el resto de su vida, por lo que a los 8 años empezó a publicar sus primeros fanzines de historieta cocidos por él mismo. Y segundo, que le gustaba mucho más la ropa de mujer que la de varón, de modo que muy pronto empezó a usar las prendas de su madre a escondidas. “Yo crecí como crossdresser, siempre me gustó usar ropa de mujer. No lo etiquetaba así en ese momento, ni sabía cómo hacerlo, simplemente era lo que quería. Launceston es una ciudad increíblemente homofóbica y racista. No la amo, la verdad. Hay lindas cuevas y montañas pero la gente es horrible. Creo que Hannah bromea sobre eso mismo, aunque es terrible, si te identificas como homosexual, queer o mínimamente separado de la norma, tu única opción es irte. Simplemente te vas de ahí” dice Hanselmann con reconocible tedio. 

Hoy, sus historietas son registradas además como material queer reivindicativo: fiestas orgiásticas entre animales antropomorfos, monstruos y otras identidades, disidencias sexuales representadas alejadas del cliché y un humor negro que a veces incomoda al momento de retratar el dolor, e incluso las violencias. Además de presentarse en público vestido como su alter ego: la alargada bruja Megg. Enfundado en peluca roja, vestido de diva trash y tacos altos, después de que hace algunos años declarase públicamente que se reconoce como travesti con inclinaciones heterosexuales: “Y solo recibí tres amenazas de muerte por eso” se ríe. 

“Pero, no, en serio, creo que el cómic underground es un lugar increíble. Hoy, los hombres cabezas de termo sinceramente me parecen una minoría y no creo que estén en control de nada. Además mis dibujantes favoritas de la actualidad sin duda son mujeres: Anna Haifisch, Inés Estrada, Aisha Franz. Si estás en el mundo de Batman, seguro que ahí tienen que seguir trabajando en esto, pero en mi mundo del cómic a veces me sorprendo de mi mismo y me digo: no soy suficientemente queer para estar aquí” explica. Simon Hanselmann, admite que su vida no ha sido del todo fácil, pero que si alguna vez se ha sentido intoxicado, lúgubre y más que destemplado, como sus personajes, su inusual medicina siempre fueron las historietas. “Mi trabajo es sobre todo esto, sobre un pueblo pequeño y las relaciones humanas extremadamente extrañas que se establecen en ellos, lo difusos que son los límites, la presión, las drogas. Pero la idea es hacer de todo eso una pequeña comedia”.