Corría el año 1984 en un Chile sumido en plena dictadura de Pinochet. Andrés Antonio Valenzuela Morales, un cabo de la Fuerza Aérea dedicado al “servicio secreto” acude a una revista, dispuesto a dejar que lo entrevisten para “confesar” el accionar criminal y asesino del régimen, “traicionando” así a los de su bando. Ese documento, con gran repercusión pública, aparecido en la revista Cauce, y visto, leído, y alojado en la memoria de la tan prolífica como imaginativa e hiperactiva Nona Fernández –actriz, guionista, dramaturga y escritora–, se transformó en un comienzo narrativo, en la punta del hilo de una oscura y enredada madeja que recupera y recrea, reflexiona, critica y lanza interrogantes acerca una infinidad de acontecimientos de todo ese período: “Eran tiempos de cuerpos heridos, quemados, baleados y degollados también”; “tiempos de desapariciones y ausencias también”. En su última novela, La dimensión desconocida (Random House), se reconfiguran los tiempos y las dinámicas, a través de la investigación, la revisita y el reenvío; del cruce entre lo público y lo privado, entre la historia y la imaginación. “Presente, futuro y pasado se amalgaman en esta calle detenida en un paréntesis por el reloj de la dimensión desconocida”, escribe Fernández.
La autora, que este año abrió la temporada 2018 del Teatro Nacional Chileno con Liceo de niñas, una obra suya en la que además actúa, dirigida por Marcelo Leonart, publicó en Argentina la nouvelle Space Invaders, por Eterna Cadencia, y Fuenzalida, por Random House. Nona Fernández escribió también la obra El taller, donde se inspira en otra macabra historia del período de la dictadura, que fue relatada en su momento por Pedro Lemebel y también por Roberto Bolaño: el taller literario de Mariana Callejas, una escritora que era al mismo tiempo agente secreto de la dictadura –la temible DINA–, quien hacía sus tertulias en la misma casa donde funcionaba un centro de detención y torturas, y que participó de diversas operaciones terroristas, como el atentado con una bomba contra el general Carlos Prats en su auto (donde murió, junto a su esposa), en 1974 en Buenos Aires. (El accionar de esta mujer, y su esposo, Michael Townley, un ex sicario de la CIA y espía norteamericano, acaba de convertirse en una miniserie: seis capítulos intitulados Mary & Mike).
Fernández, nacida en 1971, explora constantemente aquellos tétricos años prácticamente en todos sus libros (Mapocho, Av. 10 de Julio Huamachuco); en La dimensión desconocida el relato se ramifica hacia otras historias, otros acontecimientos. Y ante lo oscuro y lo desconocido, ante la ausencia de información efectiva, apela con gran habilidad a las potencias de la ficción: “con un poco de imaginación puedo ver”, escribe.
¿Cómo decidiste ingresar nuevamente a la “dimensión desconocida” de la dictadura pinochetista? ¿Por qué tomaste como punto de partida aquella entrevista “confesión” de comienzos de la década del 80, para la revista Cauce, de aquel “hombre que torturaba”?
–La historia de esta escritura es tal como la cuento en el libro. Andrés Valenzuela Morales, El Papudo, me penaba desde hacía muchos años, desde que era niña y lo vi en la portada de esa revista ochentera. Sabía que quería escribir algo con este personaje, agente de inteligencia,que decidió hablar y contar todo lo que sabía a sus enemigos en plena dictadura, cuando hablar y desertar, implicaba morir, pero no sabía qué. Había algo ahí, un gesto de humanidad, de lucidez en medio del desastre, que me seducía de contar. Sobre todo porque la historia del Chile reciente se ha ido organizando en blanco y negro, con muy pocos grises, donde es fácil acomodar la conciencia. Este hombre es un gris, es un lugar incómodo, una víctima y un victimario, un ser inclasificable, mitad monstruo, mitad ángel, mitad héroe, mitad cerdo. En Chile todavía se mantienen muchos pactos de silencio entre los militares y eso ha taponado a la justicia y la tranquildad de las familias de las víctimas. Es una tremenda herida que no para de supurar. Enfocar esta historia me parecía seductor y pertinente.
Este libro, y no es la primera vez que lo hacés, combina y fusiona una buena cantidad de registros y fuentes, entre lo documental y la pura ficción, prosa, e incluso se adopta el formato de versos. ¿Es una estrategia narrativa tuya esta especie de “patchwork literario” o fue surgiendo más espontáneamente, sin planificación, ante el propio desorden de la historia?
–Nunca hay plan ni hoja de ruta, me lanzo al vacío sin saber cómo será lo que escribiré. Tampoco sé muy bien por qué las historias o los personajes me elijen. Están ahí y son la puerta de entrada a reflexiones que quiero tener, a preguntas que intento responder sin mucho éxito, pero que en la escritura van tomando forma. Los libros se van armando solos, van pidiendo lo que necesitan. En este caso partí investigando, buscando información, entrevistando a personas que habían conocido al Papudo, que habían estado con él. Intenté meterme en su cabeza, en su historia, en los rastros que han quedado de su vida en Chile. Como un detective fui entrando en él y en ese gran testimonio que dio cuando decidió hablar, el año 1984. Un testimonio brutal y feroz. Pero mientras juntaba el material no tenía mucha claridad de lo que iba a hacer con todo esto. En algún momento pensé que esta sería una novela de ficción pura y dura a lo John Le Carré, algo que siempre he querido hacer, con espías y traidores y perseguidores y muchas aventuras, pero el material con el que me encontré era tan delicado y sensible, que no podía ser trasgredido por la ficción. Todos los personajes que circulan en este libro son reales, con historias que no son conocidas y que merecían un enfoque así, tal cual son. No había que inventar, sólo había que organizar y exponer. Así el libro comenzó a tomar esta forma híbrida de crónica, ensayo, biografía, ficción y documento. Creo que es el relato de una gran reflexión. Y más que la historia del Papudo, terminó siendo en gran parte un libro de padres perdidos y de hijos huérfanos. Sin que lo planeara me di cuenta que el punto de vista de los hijos de las víctimas, que son parte de mi generación, era importantísimo, vital, el motor emotivo de la escritura. Hijos guachos que quedaron sin protección. Medio perdidos, desorientados. A veces creo que escribí un libro para mi generación. Un intento cariñoso por tratar de aplacar el desconcierto y la pena.
En esta “ficción” que hace al mismo tiempo “historia” aparece, al menos dos veces, durante las escenas de los secuestros por parte de los militares, cierta indiferencia, junto al temor o terror paralizante, de la sociedad civil. ¿Es un elemento más de la historia, o tenés interés en ponerlo de relieve por algún motivo?
–La responsabilidad de la sociedad civil es vital de subrayar. La complicidad por omisión también es una responsabilidad tremenda en lo que pasó. Insisto que nos enseñan la Historia con la idea del blanco y negro, malos y buenos, héroes y cerdos. Los malos son gente de otra especie, muy lejana, de los que solo podemos leer. Pero cuando comprendes la Historia más cabalmente te das cuenta que fue trazada por personas comunes y corrientes, tal cual lo somos todos, y que en ese escenario nadie está lejos de transformarse en un monstruo, en un traidor, en un asesino, en un torturador, en un cerdo, en un cómplice activo o pasivo, como es el caso de lo que señalas. Lo que busco no es justificar esa maldad o esa cobardía, sino intentar comprender que somos más peligrosos de lo que creemos y que debemos tener claridad sobre eso. Si tenemos conciencia sobre nuestro potencial quizá podamos hacer una reflexión mayor si la Historia nos pone en lugares difíciles.
¿Cómo es la recepción de tu obra en otros países de habla hispana? En Argentina, por caso, ya fueron publicados varios libros tuyos…
–No soy muy consciente de eso. Lo percibo a nivel virtual, por las redes, por las entrevistas que se me piden, por los mensajes que me llegan, pero no pongo mucha cabeza. Vivo bien escondida y así lo prefiero para poder escribir. En Argentina concretamente no sé cómo funcionarán mis libros. A lo mejor tú me puedes contar. En México tengo la certeza de que han sido muy bien acogidos, leídos con mucho interés, me dieron el Sor Juana, eso ha ayudado mucho, he viajado harto allá y lo he podido sentir en vivo incluso. Pero creo que este es un proceso que está partiendo. No hay ansiedad en lo absoluto. Ya te lo comentaba, todo es un regalo.
El periodismo ha señalado que, junto a dos libros anteriores tuyos, Space Invaders y Chilean Electric, La dimensión desconocida podría ser parte de una trilogía. ¿Vos lo ves así?
–Nunca los pensé como una trilogía. A la prensa y a la academía le encanta clasificar y organizar todo. En lo personal escribo siempre en medio del caos, no hay plan.
En La dimensión desconocida recordaste el episodio de protesta que hubo, ante Bachelet, en 2010, cuando se inauguró el Museo de la memoria. ¿Cómo ves actualmente la relación, entre los derechos humanos y el gobierno e instituciones de Chile?
–Ese episodio que enfoco constata que el monopolio de las transgresiones a los derechos humanos no los tiene la dictadura chilena. Hay varias víctimas políticas en democracia, y habría que hacerle esta pregunta al pueblo Mapuche que vive su día a día con constantes atropellos.
En noviembre pasado, Nona Fernández recibió en México el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, importante distinción recibida anteriormente por Elena Garro, Elena Poniatowska, Margo Glantz, Laura Restrepo, Gioconda Belli, Lina Meruane, Sylvia Iparraguirre y Tununa Mercado, entre otras. Allí, en la ceremonia de premiación, recordó, entre lo que fueron sus “terrores de niña”, los helicópteros sobrevolando la ciudad y los apagones de luz eléctrica, y postuló la necesidad de hacerles frente a esos recuerdos y vivencias, mirarlos, encararlos, y escribir, para vencer el miedo e “intentar descubrir el enigma, la cicatriz, el tercer ojo”. “Creo que estamos un poco condenados al recuerdo”. Y también dijo; “cada libro que he escrito lo he hecho pensando en esos niños que fuimos”.
Invocando a Walter Benjamin (“nada de lo que ha acontecido se debe dar por perdido para la historia”), Nona Fernandéz hizo una “convocatoria” a las escritores y escritores jóvenes, instándolos “a escribir bien. Muy, pero muy, bien. Pero a hacerlo también con responsabilidad histórica. Abriendo la ventana a esta época delirante que es nuestro escenario. Tenemos el privilegio del manejo de la pluma, hagamos con él algo que dinamite, que nos explote en la cara y nos haga reaccionar”. La autora de Chilean Electric también apuntó: “Cuánto hemos fantaseado las mujeres con la idea de un espacio permanente y profesional para la escritura, una celda silenciosa donde ejercer a tiempo completo el oficio, sin el agobio del ‘Ángel de la casa’, como lo llamaba Virginia Wolf, ese agobio de lo doméstico, también de lo familiar, lo profesional, incluso de lo estético. Un paraíso de escritura sin costos y sin culpas”.
En tu discurso de recepción del Premio Sor Juana dijiste entre otras cosas que las mujeres aún escriben reclamando visibilidad, y que se deben terminar con los rótulos y clasificaciones. ¿Cuáles son los cambios que percibís en los últimos años, en cuanto a estos reclamos y luchas dentro del campo literario y de las artes?
–Creo que como en todos los ámbitos, no sólo en la literatura, hemos ido ganando terreno. Hay más espacios, hay más respeto por nuestro trabajo, hay mayor consciencia de que somos parte del universo cultural e intelectual. El mundo editorial chileno y la escritura están muy poblados de talentosas mujeres con líneas de trabajo muy diversas. Pero pese a los avances, tal cual como lo dices, aún escribimos reclamando visibilidad, exigiendo que no se nos catalogue, que no se nos rotule, que no se nos deje fuera de los grandes temas, de las grandes discusiones, de los grandes anaqueles. Aún recuerdo la conversación que tuve hace unos años atrás con la editora de una importante transnacional que me preguntaba por qué no escribía sobre temas “más femeninos”, sobre la bulimia, por ejemplo. O cuando me invitaron a la feria del Libro de Madrid a una mesa de Literatura Rosa, cuando lo que escribo está muy lejos de esa temática. Al parecer hay temas que son de exclusividad femenina, donde todas las mujeres debiéramos manejarnos perfectamente (literatura rosa, por ejemplo, desórdenes alimenticios), y hay temas donde es mejor no meterse. ¿Cuántas veces hemos tenido que participar en mesas sobre escritura femenina, como si fuera un subgénero, una rareza, un apéndice de la literatura? Hace no tantos años yo era confundida con cualquiera de mis compañeras de generación. Presentada en mesas como Nona Costamagna, o Lina Fernández, o Nona Jeftánovic. Hago referencia a mis compañeras Andrea Jeftánovic, Alejandra Costamagna, Lina Meruane. Éramos como un gran engendro femenino que escribía, pero al que no se le ponía mucha atención, porque éramos mujeres. Se nos invitaba por un tema de paridad de género muchas veces, pero no tenían idea quiénes éramos o sobre qué escribíamos, no había interés en averiguarlo. Te aseguro que a ninguno de mis compañeros de generación les pasó nunca eso.